Las elecciones generales del 26 de septiembre en Alemania, seguidas con toda atención en Europa, han producido, como se temía, un resultado que obliga a arduas negociaciones, que pueden durar meses, antes de que nazca un nuevo gobierno. Las urnas dieron un triunfo por la mínima al SPD sobre la CDU, pero han dejado abiertas muchas opciones diferentes a la hora de configurar una coalición estable y duradera.
Las elecciones del 26-S han ratificado varias cosas que las encuestas ya habían anunciado y que todo el mundo esperaba. Que el candidato socialdemócrata ha sido el más votado, con el 25,7% de los votos (aunque su distancia sobre la CDU no es muy grande, ya que los democristianos obtuvieron el 24,1%, tan solo un 1,6% menos). Que los verdes se han convertido en la tercera fuerza política de Alemania (con el 14,9%, muy lejos no obstante de los sondeos de hace meses, que incluso les daban la cancillería). Que la CDU, el partido de Ángela Merkel, que llevaba 16 años al frente de la cancillería, ahora sin ella puede incluso pasar a la oposición. Que se ha frenado el crecimiento de la ultraderecha populista del AfD (Alternativa por Alemania), que de tercera fuerza política en el Reichtag pasa a quinta, tras perder un 2,3% de los votos. Y que también se ha frenado a Die Linke (La Izquierda), el partido heredero del régimen de la Alemania del Este. Hasta aquí lo esperado.
Pero las urnas han introducido una significativa corrección a lo que estaba previsto. Al menos en dos asuntos. Uno es que el batacazo de la CDU ha sido bastante mayor de lo previsto, los democristianos no solo han tenido menos votos que el SPD, sino que han obtenido el peor resultado de su historia desde la II Guerra Mundial, cayendo hasta 8 puntos. En cambio, un partido con el que casi nadie contaba en los pronósticos, el Partido Liberal, ha emergido prácticamente de la nada, y con más del 10% de los votos se ha metido directamente en todas las quinielas para formar una coalición que tenga los votos necesarios para sostener el nuevo gobierno.
La CDU ha obtenido el peor resultado de su historia desde la II Guerra Mundial, cayendo hasta 8 puntos
Este trasvase de votos, de la CDU al FPD, puede ser clave para un cambio significativo en Alemania. El FPD, los Liberales, son conocidos por su exigencia de rigor fiscal, su oposición a toda subida de impuestos, su posición poco conciliadora en Europa, sobre todo con los países del Sur, son más restrictivos en materia de inmigración, etc. Todo esto es sabido, lo que no se dice tanto es que es el partido alemán más directamente vinculado a la embajada de EEUU. Exactamente el comodín que EEUU ha utilizado muchas veces, en los últimos 50 años, para apuntalar o derribar gobiernos en Alemania, conforme a sus intereses. En su papel de “partido bisagra”, el FPD fue en el pasado un estilete con el que la superpotencia moldeó y controló la política alemana, virándola a su favor. En los últimos años había caído en un cierto descrédito, pero ahora ha reaparecido en un momento clave, con los votos y los escaños necesarios para inclinar de nuevo la balanza en una u otra dirección.
La clase dominante alemana, su núcleo principal, la gran burguesía industrial y financiera, había diseñado una alternativa basada en mantener la coalición del SPD y la CDU (que tan óptimos resultados le ha dado en todo el periodo de Merkel) con el apoyo de los Verdes. Esa coalición le permitiría seguir controlando la política alemana al servicio de sus intereses, y hacerlo además ahora que el cambio tecnológico, energético, digital y ecológico precisará un liderazgo sólido. La presencia de Los Verdes tenía además mucho sentido para capitanear ese cambio, una vez que el partido ecologista ha superado su fase reivindicativa para convertirse en un partido “de gestión”.
Pero el brusco descenso de la CDU y la irrupción de los Liberales puede hacer naufragar esos planes. De hecho ya en la noche electoral nadie reivindicó ese tripartito. El ganador, el socialdémocrata Scholz, que fue ministro de Finanzas de Merkel en el último gobierno, barajó desde el primer momento la posibilidad de un gobierno presidido por él y apoyado por Verdes y Liberales. Y, de hecho, el primer movimiento poselectoral que se ha producido, más allá de las declaraciones y los llamamientos de unos y de otros, ha sido una reunión “sorpresa” entre Verdes y Liberales para ver si es posible un acuerdo entre ellos, lo que les permitiría después incluso elegir el socio que prefieren en la cancillería, el SPD o la CDU. El acuerdo no parece fácil, porque hay temas en los que sus propuestas son opuestas, como el tema fiscal e impositivo, o incluso la política europea y de inmigración, pero en la Alemania de hoy no cabe desechar que el acuerdo termine por alcanzarse.
En su papel de “partido bisagra”, el FPD fue en el pasado un estilete con el que EEUU moldeó y controló la política alemana
La pugna actual se centra, por tanto, no en si habrá un gobierno más o menos de izquierdas o más o menos de derechas, sino si va a prevalecer la opción favorita de la burguesía monopolista alemana, basada en un pacto de la CDU con el SPD, con el añadido de Los Verdes, que es la que le permitiría imponer sus planes, o si por el contrario EEUU va a lograr imponer una corrección en esa línea, sacando adelante un gobierno entre el SPD (cuya sintonía con los Demócratas es histórica) y los Verdes y los Liberales, un gobierno que tal vez estaría más a la izquierda en lo social, pero que sobre todo estaría más dispuesto a sumarse a la estrategia antichina de Biden, su pilar esencial en este momento. EEUU no logró en el pasado doblegar a Merkel para que se sumara a esa política, ya que la clase dominante alemana no quiere renunciar a los ingentes beneficios que obtiene de seguir una política más conciliadora con Pekín.
¿Habrán abierto la puerta las elecciones del 26 de septiembre a ese cambio estratégico?