«El ex ministro socialista Jordi Sevilla se ha convertido en uno de los críticos más feroces de José Luis Rodríguez Zapatero. Pese a que cuando conoció al entonces diputado por León pensó que era «el futuro», su desencanto no ha dejado de crecer desde que fue relevado al frente del Ministerio de Administraciones Públicas en 2007″
Sevilla define a Zaatero como un líder solitario: “El presidente no deposita a nadie toda su confianza. Que me perdone Sonsoles, pero creo que ni en ella”. Según su experiencia, el líder socialista “castiga con su indiferencia”, haciendo “el vacío” a quien ya no le complace. Pero Sevilla no se siente una excepción crítica, sino que subraya que muchos en el PSOE piensan como él: “Le hago un flaco favor al partido y a mi país si me callo las cosas que se están haciendo mal”. (EL CONFIDENCIAL) EXPANSIÓN.- El dilema estriba en que, mientras que la consolidación fiscal es necesaria para prevenir un aumento insostenible del número de bonos soberanos, los efectos a corto plazo del aumento de los impuestos y de la reducción del gasto del Estado suelen causar una contracción, lo que también complica la dinámica de la deuda pública e impide el restablecimiento de su sostenibilidad. De hecho, ésa fue la trampa que afrontó Argentina en el período 1998-2001, cuando la necesaria contracción fiscal exacerbó la recesión y, con el tiempo, provocó la quiebra. ABC.- Nuestra dirigencia no sabe abordar una polémica sin que degenere en una bronca superficial, en un griterío de consignas y de apóstrofes. Al apoderarse del espacio político, el marketing ha convertido la escena pública en un plató de telebasura en el que queda descartado de oficio todo argumento que no quepa en dos frases y con la condición de que una de ellas consista en un exabrupto o una soflama. Cualquier tertulia de barra de bar es más consistente que esta democracia del canutazo Opinión. El Confidencial Jordi Sevilla ajusta cuentas con Zapatero El ex ministro socialista Jordi Sevilla se ha convertido en uno de los críticos más feroces de José Luis Rodríguez Zapatero. Pese a que cuando conoció al entonces diputado por León pensó que era “el futuro”, su desencanto no ha dejado de crecer desde que fue relevado al frente del Ministerio de Administraciones Públicas en 2007. “¿O sea que a ti te ha echado de ministro y él sigue de presidente? ¡Jo, qué morro!”, exclamó su hija de nueve años al conocer la noticia. Sevilla no recibió ninguna explicación por su destitución, pero tampoco la pidió. Así lo revela en una entrevista concedida a Vanity Fair y publicada este miércoles. Sevilla define a Zapatero como un líder solitario: “El presidente no deposita a nadie toda su confianza. Que me perdone Sonsoles, pero creo que ni en ella”. Según su experiencia, el líder socialista “castiga con su indiferencia”, haciendo “el vacío” a quien ya no le complace. Y quizás eso haya ocurrido con la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega, porque Sevilla lo tiene claro: “Todos dicen que De la Vega se va, incluso ella misma. Ha hecho una gran labor”. El ex ministro saltó a la fama cuando le recomendó a Zapatero “dos tardes” para aprender un poco de economía. Entonces era el responsable económico del PSOE y el líder socialista un candidato inmaduro. “Se te nota todavía inseguro. Has cometido un par de errores, pero son chorradas. Lo que tú necesitas saber para esto son dos tardes”, le indicó tras un debate parlamentario. Pero, según desvela ahora Sevilla, este episodio recogido entonces por la prensa ocultó un choque aún mayor. Minutos antes se había producido una acalorada discusión en el coche oficial de Zapatero porque éste había elegido a un recién llegado, Miguel Sebastián, para que elaborara el programa económico. No obstante, considera que Zapatero “en estos momentos es el portavoz parlamentario que más sabe de economía. No hay más que verlo en los debates con Rajoy”. Blanco y Bono, posibles sucesores Otra conversación que revela la entrevista se produjo tras la victoria electoral. Zapatero negó que pudiera ser víctima del llamado síndrome de la Moncloa, a lo que su recién nombrado ministro le replicó: “El síndrome de la Moncloa no es que te alejes de la calle, de lo que piensa la gente, es cuando todos lo que te rodean te dan la razón, porque evidentemente uno no siempre la tiene”. “Y algo de eso le está empezando a pasar”, asegura. Pero Sevilla no se siente una excepción crítica, sino que subraya que muchos en el PSOE piensan como él: “Le hago un flaco favor al partido y a mi país si me callo las cosas que se están haciendo mal”. En cuanto a los posibles sucesores, si Zapatero no concurre a las próximas elecciones, el ex ministro tiene lo claro: José Blanco, verdadero hombre de confianza del presidente desde que le ayudó a alcanzar el liderazgo del PSOE, y José Bono. Aunque preguntado por qué políticos recuperaría para formar un gabinete de crisis ideal, sus candidatos son muy diferentes: “Pedro Solbes, Rodrigo Rato y Carlos Solchaga. Éste es un triunvirato imbatible”. Nada que ver con el que conforma la Comisión Zurbano: Blanco, Sebastián y Elena Salgado. EL CONFIDENCIAL. 17-3-2010 Opinión. Expansión Estados de riesgo Nouriel Roubini La Gran Recesión del período 2008-2009 fue desencadenada por una excesiva acumulación de deuda y apalancamiento por parte de las familias, las entidades financieras e, incluso, el sector empresarial en muchas economías avanzadas. Mientras que se habla mucho de desapalancamiento a medida que la crisis va remitiendo, la realidad es que la deuda del sector privado se ha estabilizado en niveles muy altos. En cambio, a consecuencia del estímulo fiscal y la socialización de parte de las pérdidas del sector privado, ahora hay un reapalancamiento en masa del sector público. Se ven déficit de más del 10% del PIB en muchas economías avanzadas y se espera que los coeficientes entre deuda y PIB aumenten marcadamente… en algunos casos, hasta duplicarse en los próximos años. Como demuestra el nuevo libro de Carmen Reinhart y Ken Rogoff, This Time is Different (“Esta vez es diferente”), semejantes crisis en los balances generales han originado históricamente recuperaciones lentas, anémicas e inferiores a la tendencia normal durante muchos años. Los problemas de la deuda soberana son otra posibilidad nada despreciable, en vista del reapalancamiento en masa del sector público. En los países que no pueden emitir deuda en su propia moneda (tradicionalmente, las economías con mercados en ascenso) o que emiten deuda en ella, pero no pueden acuñar moneda independientemente (como en la zona del euro), los déficit fiscales insostenibles provocan con frecuencia una crisis crediticia, una quiebra soberana u otra forma coercitiva de reestructuración de la deuda pública. En países que reciben préstamos en su propia moneda y pueden monetizar la deuda pública, una crisis de deuda soberana resulta improbable, pero la monetización de los déficit fiscales puede llegar a provocar una inflación elevada y la inflación es –como la quiebra– un impuesto sobre el capital de los titulares de deuda pública, pues reduce el valor real de las obligaciones nominales con tipos de interés fijos. Así, los recientes problemas afrontados por Grecia son sólo la punta del iceberg de la deuda soberana en muchas economías avanzadas (y un número menor de mercados en ascenso). Los “grupos de autodefensa” de los mercados de bonos ya han puesto su mira en Grecia, España, Portugal, Reino Unido, Irlanda e Islandia, con lo que han provocando un aumento de los réditos de los bonos estatales. En su momento, pueden poner el foco en otros países –incluso Japón y Estados Unidos– en los que la política fiscal siga un camino insostenible. En la mayoría de las economías avanzadas, las poblaciones de más edad –problema grave en Europa y Japón– exacerban el problema de la sostenibilidad fiscal, pues la disminución de los niveles de población aumenta la carga de las responsabilidades no financiadas del sector público, en particular los sistemas de seguridad social y asistencia de salud. Un aumento bajo o negativo de la población entraña un posible crecimiento económico menor y, por tanto, una dinámica deuda-PIB peor y graves dudas en aumento sobre la sostenibilidad de la deuda del sector público. Consolidación y recesión El dilema estriba en que, mientras que la consolidación fiscal es necesaria para prevenir un aumento insostenible del número de bonos soberanos, los efectos a corto plazo del aumento de los impuestos y de la reducción del gasto del Estado suelen causar una contracción, lo que también complica la dinámica de la deuda pública e impide el restablecimiento de su sostenibilidad. De hecho, ésa fue la trampa que afrontó Argentina en el período 1998-2001, cuando la necesaria contracción fiscal exacerbó la recesión y, con el tiempo, provocó la quiebra. En países como los miembros de la zona del euro, una pérdida de competitividad exterior, causada por una política monetaria restrictiva y una moneda fuerte, la erosión de la ventaja comparativa a largo plazo respecto de los mercados en ascenso y un aumento de los salarios superior al de la productividad imponen limitaciones suplementarias a la reanudación del crecimiento. Si no se recupera el crecimiento, los problemas fiscales empeorarán, al tiempo que dificultarán más la aplicación de las dolorosas reformas necesarias para restaurar la competitividad. Entonces puede crearse un círculo vicioso de varios déficit de deuda pública, desfases de la cuenta corriente, empeoramiento de la dinámica de la deuda externa y estancamiento del crecimiento, lo que, con el tiempo, puede provocar una quiebra de la deuda externa y del sector público de los miembros de la zona del euro, además de la salida de la Unión Monetaria por parte de las economías frágiles que no puedan ajustarse ni reformarse con suficiente rapidez. ‘Rescates’ insuficientes La aportación de liquidez por un prestador internacional de último recurso –el Banco Central Europeo, el Fondo Monetario Internacional o, incluso, un nuevo Fondo Monetario Europeo– podría prevenir que un problema de falta de liquidez se convirtiera en un problema de insolvencia, pero, si un país es efectivamente insolvente y no sólo carente de liquidez, semejantes “rescates” no pueden impedir una quiebra y una devaluación, tarde o temprano, (o la salida de la Unión Monetaria), porque el prestador internacional de último recurso dejará en algún momento de financiar una dinámica de deuda insostenible, como ocurrió en Argentina (y en Rusia en 1998). El saneamiento de una elevada deuda del sector privado y la disminución de los coeficientes de deuda pública tan sólo mediante el crecimiento resulta particularmente difícil, si una crisis de balances generales provoca una recuperación anémica y la reducción de los coeficientes de deuda mediante el aumento del ahorro se presta a una paradoja: la de que un aumento demasiado rápido de los ahorros ahonda la recesión y empeora los coeficientes de deuda. A fin de cuentas, la resolución de los problemas planteados por el apalancamiento del sector privado mediante la socialización de las pérdidas privadas y el reapalancamiento del sector público es arriesgada. En el mejor de los casos, habrá que aumentar impuestos, tarde o temprano, y reducir gasto, con su consiguiente efecto negativo en el crecimiento; en el peor, el resultado puede ser impuestos directos sobre el capital (quiebra) o indirectos (inflación). Se deben resolver los problemas que plantea la deuda privada insostenible mediante quiebras, reducciones de la deuda y conversión de ésta en acciones. En cambio, si se socializan demasiado las deudas privadas, las economías avanzadas afrontarán un futuro sombrío: graves problemas de sostenibilidad con su deuda pública, privada y extranjera, junto con perspectivas muy poco prometedoras de crecimiento económico. EXPANSIÓN. 17-3-2010 Opinión. ABC Confusión mas-IVA Ignacio Camacho PARA una vez que la política española podía centrarse, después de tantas polémicas artificiosas y banales, en un asunto serio como la subida del IVA y la cuestión fiscal, los partidos han vuelto a enfangar el debate con demagogia ramplona y ruido sectario. Nuestra dirigencia no sabe abordar una polémica sin que degenere en una bronca superficial, en un griterío de consignas y de apóstrofes. Al apoderarse del espacio político, el marketing ha convertido la escena pública en un plató de telebasura en el que queda descartado de oficio todo argumento que no quepa en dos frases y con la condición de que una de ellas consista en un exabrupto o una soflama. Cualquier tertulia de barra de bar es más consistente que esta democracia del canutazo. El debate sobre el incremento de los impuestos, el déficit, la productividad, los ajustes y el gasto se ha reducido a un montaje de propaganda manufacturada con palabras gruesas y tesis triviales, rebeliones de mesa petitoria, arengas para exaltados y falsas acusaciones de insumisión. Una alharaca desaforada, un alboroto desnudo de razones, una batahola de medias verdades y mentiras completas en la que nadie se molesta por profundizar una explicación. Esta gresca superficial, esta estridencia hueca retrata el profundo desprecio de la clase política hacia los ciudadanos, a quienes no considera merecedores de una argumentación más compleja que la de la mera agitación retórica y el populismo banderizo. La ideología se ha reducido a un eslogan, la participación a una algarada, la deliberación a un borregueo y el parlamentarismo a un laboratorio de frases lo bastante cortas para caber en la entradilla de los telediarios. Protegidos en la endogamia de esta burbuja de mutuas descalificaciones, los partidos pueden operar sin trabas en el mercado negro de la compraventa de favores y hacer posibles operaciones tan obscenas como la que ha permitido que representantes de autonomías con privilegios fiscales voten sin coste político a favor de que el resto de los españoles paguen un impuesto más caro. El interés nacional queda jibarizado en medio de una rebatiña territorial dominada por el chalaneo, de tal manera que una medida de alcance estratégico se solapa en el toma y daca de apoyos, prerrogativas y exenciones. Ello es posible porque previamente se ha degradado la discusión mediante un proceso de licuación de sus matices y perfiles más complejos, hasta reducirlos a un vulgar intercambio de diatribas y dicterios. En medio de esta humareda provocada los dirigentes actúan a sus anchas a salvo del escrutinio de una opinión pública envenenada con arengas de consumo inmediato. Y despojan a los ciudadanos de su condición de tales para reducirlos a la de meros contribuyentes o comparsas de una ceremonia de confusión masiva. O más IVA. ABC. 17-3-2010