Dylan encarna «el alma moderna», el «espíritu de nuestra época»
La noticia de la concesión del Premio Nobel de Literatura 2016 a Bob Dylan despertó de forma inmediata una verdadera ola de consternación en el mundillo literario global. ¿A qué viene dar un premio de literatura a un músico? ¿No hay suficientes escritores entre los que elegir para tener que otorgárselo a un cantautor? ¿Está la academia sueca ayudando a certificar también la «muerte de la literatura»? A lo que hay que sumar la innumerable cantera de escritores y adláteres a los que la música de Bob Dylan no les dice nada, incluso les disgusta; la extravagancia del premio, en ese caso, les hará odiar con más motivo aún a una academia, a la que siempre se le podrá reprochar que los mejores escritores del siglo XX pasaron por delante de sus narices sin recibir el premio (¿recordamos los casos sangrantes de Kafka, Joyce o Proust?), mientras reconocía la obra de autores cuyo nombre ya no se recuerda y cuya obra ya nadie lee.
En cambio a mí, muy alejado del debate sobre si me parece bien o mal el premio (siempre que se da un premio, merecido o no, recuerdo las palabras de Bolaño: «La literatura no tiene nada que ver con los premios»), a mí, digo, el premio a Bob Dylan me recordó de pronto el título de una de las últimas novelas de Vila-Matas: Aire de Dylan (Seix Barral, 2012), donde el cantante norteamericano aparece no como un personaje novelesco, sino como un símbolo, como una referencia, como un paradigma de lo que podría entenderse como el artista «moderno». Vila-Matas habla allí, en esta novela, del «alma moderna, el aire de Dylan, la esencia de nuestra época».
En su juego perpetuo con los personajes y sus referentes, Vila-Matas pone en danza en esta novela a un joven, Vilnius (cuya «notable cabellera y su nariz y hasta su estatura eran idénticas a las de Bob Dylan») y a su padre muerto, un escritor exitoso, que no guarda ningún parecido físico con el músico, pero que «al igual que Dylan» era «un raro». «Mi padre, dice Vilnius, -en su faceta de gran enigma y caravana de diferentes personalidades en una sola- se parecía a Dylan y a otros seres escurridizos contemporáneos».
¿Qué caracteriza a esos «seres escurridizos» contemporáneos? ¿Por qué son «escurridizos? Porque no se dejan encasillar, porque no pueden ser reconocidos bajo una única fórmula, porque alimentan la leyenda de no ser un solo personaje sino muchos. La fascinación que Dylan ejerce sobre el padre de Vilnius (alguien que tiene la misma edad que el propio Vila-Matas, pues nació a finales de los cuarenta del siglo XX y tenía veinte años cuando el célebre mayo del 68), tiene que ver con esa identidad múltiple y mutante del cantautor. Y es que, en efecto, «Dylan hay muchos», y Vila-Matas enumera en su novela unos cuantos: «el admirador de Wooddy Gutrhie (que en el biopic I´m Not There es un niño negro), el cantante de protesta, el mesías electrificado, un músico convertido en creyente, un poeta andrógino que revolucionó el folk, el ermitaño doméstico, el gitano divorciado, el Oblomov que se encogía de hombros y al que nada le importaba durante los años ochenta y, finalmente, y por encima de todos, el cowboy crepuscular de hoy en día cabalgando hacia no sabemos dónde».
El Dylan del Aire de Dylan (al que el hijo se parece físicamente, y el padre espiritualmente) es ese ser de apariencia frágil, de gestos enigmáticos, indescifrables, de cambios incesantes e inesperados, cuyo rostro «tiene la extraña propiedad de exhibir todas las edades y todas las etapas por las que han pasado los Dylan».
Dylan encarna «el alma moderna», el «espíritu de nuestra época», es «el aire que respiramos», por esa singular naturaleza de artista mutante, de músico que recorre mil y una facetas de la música (¿no hizo Picasso lo mismo con la pintura, y es la referencia absoluta de la pintura moderna?), de poeta (o «bardo») que no tiene un solo estilo, de personaje que prueba mil facetas de la vida, un hombre, en fin, al que no le cuesta ni le inquieta «cambiar de máscara», que prefiere ese «baile de máscaras» a vivir atado, encadenado a una sola identidad inmutable. Como dice a veces con gracejo el padre de Vilnius, en sus entrevistas de prensa, cuando le inquieren sobre sus cambios: «Si Dios no tiene unidad, cómo voy a tenerla yo».
Vila-Matas habla de nuestro tiempo como «un tiempo ligado en arte al mundo de Bob Dylan, creador escurridizo y hombre de tantos personajes y personalidades».
Y, cómo no, recuerda esa famosa escena en que Bob Dylan hace el papel de Alias en la película sobre Pat Garrett:
«-¿Quién eres» -le pregunta Garrett.
-Esa es una buena pregunta -decía Dylan.»
Quizá hacerse esa pregunta y tratar de descifrar esa respuesta sea algo más interesante que montar un estéril debate sobre los méritos o deméritos de Bob Dylan para que le otorguen el Nobel de Literatura (algo que, a día de hoy, Dylan ni siquiera ha aceptado).
La novela de Vila-Matas es, como todas las suyas, una indagación sobre las intrincadas relaciones del arte y la literatura con la vida y la realidad. Y una reflexión abierta sobre los caminos que pueden permitirnos ir más allá en esa búsqueda.
El libro no es para nada un biopic sobre Dylan ni nada que se le parezca. Las reflexiones explícitas sobre Dylan apenas ocupan diez de las 300 páginas del libro. Pero el «aire de Dylan» es el poderoso motor que impulsa y empuja toda la novela. A través de ella, quizá al menos sea posible hacerse a la idea de lo que Dylan ha sido para la cultura, al menos la occidental, desde los años sesenta del siglo pasado, los años que cambiaron el «aire» cultural que se respiraba. Dylan percibió enseguida como «los tiempos estaban cambiando». Pero no se encasilló ahí. Los tiempos han seguido cambiando, después de los sesenta vinieron los setenta, y luego los ochenta, y los noventa y el nuevo milenio. Sí, es posible que aún «la respuesta esté en el viento», pero las corrientes han cambiado, y nuevos huracanes sacuden la trémula faz del mundo.