¿Qué relación tiene este ejemplo histórico con el celebrado aniversario de cinco años sin atentados de ETA? Todo. Absolutamente todo. Durante demasiado tiempo, en Euskadi se ha amparado y justificado a los fascistas, y se ha atacado y denigrado a los antifascistas. Es una excelente noticia que hayan desaparecido el tiro en la nuca y el coche bomba. Pero la lucha contra el fascismo étnico que cargaba las pistolas no ha terminado. Es necesario un rearme ideológico, prolongado en el tiempo y la ofensiva, para triturar y arrojar al basurero de la historia todas las ideas que han sostenido y alimentado el terror.
Escupir el veneno
Conviene recordar lo que ha supuesto el terror de ETA, en Euskadi y en el resto de España.
Una a una, ante nuestros ojos, han ido cayendo asesinados 832 españoles, hombres, mujeres y niños, en el País Vasco, pero también en el Hipercor de Barcelona, en la casa cuartel de Zaragoza, en Vallecas, en Sevilla, Pamplona o Valencia…
Una a una han sido heridas o mutiladas más de 3.000. Uno a uno han sido obligados al exilio más de 150.000 vascos, quizás 200.000 por el sólo hecho de serlo y no plegarse al régimen del nacionalismo étnico.
¿Esto no es fascismo? Sí. Un repugnante y abominable fascismo. ¿Entonces por qué desde importantes sectores de la izquierda, cuya seña de identidad histórica ha sido el antifascismo, se ha conciliado o justificado el totalitarismo etnicista?
Durante demasiado tiempo el fascismo en Euskadi ha estado velado por subversiones disfrazadas de causas progresistas. Mirando la realidad a través de un espejo invertido que, al presentarnos lo que no era sino una auténtica cruz gamada como una bandera progresista, nos desviaba la mirada de lo que realmente estaba ocurriendo. Esgrimiendo la bandera de las nacionalidades oprimidas, de la lucha antisistema, de la rebeldía contra la opresión del Estado, para ocultar que lo que existía realmente era un régimen totalitario imponiendo su dictadura sobre la población.
Todavía hoy se justifica la existencia de bandas de camisas pardas en poblaciones como Alsasua bajo el argumento de “la lucha contra las fuerzas de ocupación”.
¿Cómo es posible que sectores de la izquierda hayan presentado como “progresista” el pensamiento sabiniano más clerical, clasista, antiobrero y reaccionario, que ya en el siglo XIX era retrógrado?
Se ha inoculado el viscoso magma fascista del “algo habrán hecho”, para justificar las agresiones y mantener amedrentada a la población. Se ha subvertido la realidad presentando a los verdugos como víctimas y a las víctimas como enemigos. Se han narcotizado conciencias con el discurso de “lo bien que se vive en Euskadi, aunque las cosas no estén bien”.
Es imprescindible declarar la guerra absoluta a todas estas posiciones, señalarlas, destripar sus reaccionarios principios, generando “anticuerpos” en la sociedad que permita detectarlas y combatirlas.
Es necesario emprender un rearme ideológico y teórico que genere una sólida conciencia antifascista en la sociedad.
Este es el elemento decisivo que permitirá conquistar una derrota definitiva de ETA, que solo vendrá con su disolución incondicional y la entrega de las armas, y del fascismo etnicista que ha permitido la pervivencia del terror durante 43 años
Defender la unidad es revolucionario
En el año 2000, Unificación Comunista de España acudimos a la primera gran manifestación organizada por Basta Ya en Donosti, con una gran pancarta roja con la hoz y el martillo, y un lema rotundo: “Defender la libre unidad de las nacionalidades y regiones de España es revolucionario”.
Al finalizar la manifestación cantamos la Internacional, puño en alto. Y se sumaron emocionados muchos de los antifascistas vascos que se jugaban su vida que se enfrentaban al terror de ETA y al fascismo étnico de los Arzallus e Ibarretxe.
Lo hicimos porque, como comunistas, somos los más consecuentemente antifascistas. Y porque esa es la histórica tradición de la izquierda en defensa de la libertad y la unidad.
Este es el problema. La conciliación ante el fascismo étnico de una parte de la izquierda y su disposición a considerar “progresista” todo lo que signifique fragmentación están íntimamente unidos.
Se ha difundido que España se ha convertido en “una potencia imperialista”, cuando es en realidad desde hace 200 años un país dominado sometido a los dictados de las potencias más fuertes en cada momento.
Todavía hoy importantes sectores de la izquierda defienden a los “afrancesados”, los que se sumaron al invasor napoleónico, bajo el argumento de que el dominio de una potencia extranjera “ilustrada” nos salvaría de nuestro atraso y fanatismo.
La globalización imperialista exige la fragmentación, necesita separar y enfrentar a los pueblos oprimidos entre sí.
Ésta es una historia común con todos los pueblos iberoamericanos. Primero el imperialismo inglés y después el gigante yanqui, utilizaron el fraccionamiento de la comunidad iberoamericana para extender sus dominios. Separaron Panamá de Colombia para construir y ocupar militarmente un canal que les permitiera el dominio de dos océanos. A esto se reducía la identidad que los «patriotas panameños», organizados por Washington, esgrimían contra la «opresión colombiana».
Sin embargo la izquierda en España casi nunca ha tenido en cuenta que la intervención exterior de las potencias imperialistas constituye el origen principal del saqueo y la explotación que se ejerce sobre el pueblo español. Aquí se ha perseguido al cura, sin tocar al Vaticano; se ha ido contra el banquero o el industrial local, olvidándose de los monopolios franceses e ingleses del pasado o de las grandes multinacionales americanas o alemanas del presente; se ha combatido al guardia civil, despreciando el papel de las fuerzas de intervención extranjeras, de las bases militares yanquis o del mando norteamericano en la OTAN sobre el Ejército español. Y se ha apreciado el carácter antifranquista de la lucha de ETA, sin reparar que la fragmentación de España era el sueño apetecido de los principales explotadores de su pueblo.
Todavía hoy una parte de la izquierda reviste los ataques contra la unidad bajo banderas progresistas. Y no solo en Cataluña o Euskadi. Teresa Rodríguez, coordinadora general de Podemos Andalucía, ha declarado que “Andalucía es un pueblo que tiene aspiraciones políticas”, y por tanto “de alguna manera también es una nación”. Y el nuevo documento programático de Podemos Aragón considera que España es un «país de países» y que uno de ellos es precisamente Aragón. Elogiando los “procesos soberanistas”, entre ellos el catalán, como “iniciativas constituyentes que afirman la soberanía de los pueblos”.
Recuperemos la memoria histórica de la izquierda, por ejemplo, la defensa y el fortalecimiento de la unidad frente a cualquier tipo de división.
Fue Pasionaria quien afirmó que “ni la burguesía francesa ni el capitalismo inglés deseaban el triunfo de la España popular por múltiples razones, entre otras, por su constante enemiga hacia España, a la que necesitaban pobre, atrasada, para imponerle tratados ominosos y pactos leoninos”.
Y en 1937, el Comité Central del PCE afirmaba que “la cuestión de las nacionalidades queda, así, unida indisolublemente a la cuestión general de toda España de conquistar su independencia y su libertad frente al imperialismo. (…) La guerra la ganaremos solamente (…) si, reconociendo y respetando las libertades nacionales de los pueblos, sabemos soldarlos en la unidad indestructible de la España popular y antifascista”.