América Latina bulle de fuerzas de lucha, de cambio, de rebeldía y revolución. Y ahora le toca el turno al pueblo paraguayo, que con su movilización ha arrinconado al reaccionario y corrupto gobierno de Mario Abdo Benítez
A finales de 2019, un país firmemente encavado en la órbita norteamericana, el Chile de Sebastián Piñera, vio como una gigantesca ola de protestas se llevaba por delante lo que su presidente había definido orgulloso poco antes como «un oasis de estabilidad». Una protesta originada por una anodina subida (una de muchas) del billete del Metro de Santiago acabó por ser la gota que colmaba el vaso del profundo hartazgo de las clases populares y trabajadoras de Chile, sometidas a décadas y décadas de continua degradación de sus condiciones de vida por un régimen político apadrinado desde Washington y heredero del pinochetismo, que impone el más draconiano dominio de la oligarquía y los grandes capitales nacionales y extranjeros.
Poco después la mecha prendió en Colombia, donde el neoliberal y pronorteamericano gobierno de Iván Duque tuvo que enfrentarse a las movilizaciones populares más potentes de las últimas seis décadas, en un estallido social donde confluían las centrales obreras y la izquierda, los estudiantes y la juventud, los campesinos e indígenas y hasta importantes sectores de las clases medias. Casi al mismo tiempo, en Ecuador estallaba un enérgico movimiento de protesta contra el alza del precio de los combustibles que prendía la mecha de la indignación acumulada contra el traidor gobierno de Lenin Moreno.
América Latina bulle de fuerzas de lucha, de cambio, de rebeldía y revolución. La ofensiva reaccionaria desatada por los centros de poder hegemonistas en 2015 no sólo ha sido contenida, sino que retrocede a ojos vista.
Ahora la rebelión ha llegado a Paraguay, un país donde un «golpe institucional» instigado desde la embajada yanqui en Asunción truncó ilegítimamente el gobierno de Fernando Lugo en 2012 y su programa progresista de redistribución de la riqueza y búsqueda de soberanía. Desde entonces, el Partido Colorado -el mismo régimen corrupto y clientelar que lleva décadas entregando Paraguay a la oligarquía y el imperialismo- ha ido degradando las condiciones de vida de las masas.
Ahora la rebelión ha llegado a Paraguay, un país donde un «golpe institucional» instigado desde la embajada yanqui truncó ilegítimamente el gobierno de Fernando Lugo en 2012.
Hasta que el polvorín de enfado de las clases trabajadoras paraguayas ha estallado, espoleado por unas trágicas cifras de contagio y por los padecimientos para los más pobres. La radicalidad de varias semanas de masivas movilizaciones en Asunción -en las que han participado trabajadores del campo y la ciudad, jóvenes y estudiantes, profesionales y empleados- han zarandeado al gobierno de Mario Abdo Benítez. Un presidente que para salvar su puesto ha pedido a todos los ministros de su Gobierno que pongan sus cargos a disposición y se ha comprometido a «escuchar» a la ciudadanía.
Pero una vez puesto en marcha, el descontento quiere más, y la consigna «Hasta que se vaya Marito no paramos» se adueña de las movilizaciones. «Marito» es el nombre con el que ridiculiza popularmente al actual presidente, porque su padre, también Mario, es bien conocido por los paraguayos. Fue el secretario privado del dictador fascista Alfredo Stroessner, que dirigió el país con mano de hierro durante 35 años.