27-7-2017
Al Partido Popular le está fallando la malla protectora ante la gran audiencia. Expuesto a la mirada ansiosa de los todos los medios de comunicación y al tableteo nervioso de las redes sociales, el presidente del Gobierno de España se vio obligado a declarar ayer como testigo en uno de los juicios del caso Gürtel, la mayor trama de corrupción política descubierta hasta ahora en España, que le costó la carrera a su primer juez instructor, el magistrado Baltasar Garzón.
Visiblemente incómodo y contrariado, Mariano Rajoy se sentó en el interior de su peor relato. El Partido Alfa no logra salir del marco narrativo de la corrupción. No logra capitalizar la mejora de la economía. Un año después de las últimas elecciones generales, vuelve a estar en bajón. Hoy podría situarse por debajo de los siete millones de votos. Dos sondeos recientes –atención– detectan un repunte de Ciudadanos, especialmente intenso en Madrid y en la España del Sur. La mallas protectoras –la jurídica y la electoral–presentan agujeros.
La Brigada Aranzadi no pudo evitar en abril que Rajoy fuese llamado a declarar como testigo. Una decisión sin precedentes en la judicatura española. Los magistrados José Ricardo de Prada y Julio de Diego impusieron su criterio al presidente del tribunal, Ángel Hurtado. Dos a uno. Ni la Fiscalía, ni la Abogacía del Estado, ni las defensas pudieron frenar la convocatoria. En mayo, otra vez con el voto en contra del juez Hurtado, la sala desestimó la petición de testificar mediante videoconferencia. En tiempos de Federico Trillo, el gran tejedor de las complicidades del Partido Popular con la magistratura, esas cosas no pasaban. Signo de los tiempos. Hay agujeros en la malla.
Con más de treinta y cinco años de experiencia política a cuestas, Rajoy es un hombre aparentemente imperturbable. Junto con José Luis Rodríguez Zapatero es uno de los presidentes con mayor dominio de las emociones. Adolfo Suárez sufrió mal de altura. Felipe González tuvo tardes de melancolía. José María Aznar presenta evidentes deseos de grandeza. Rajoy cultiva la leyenda de la impasibilidad. Nadie, o casi nadie, sabe lo que ocurre detrás de la coraza. Ayer se percibía un ligero rictus de amargura en su rostro. Rajoy es hijo de un magistrado –Mariano Rajoy Sobredo– que fue presidente de la Audiencia Provincial de Pontevedra. El padre aún vive y su hijo cuida de él en Moncloa. El abuelo, el jurista Enrique Rajoy Leloup, fue secretario de la comisión redactora del primer estatuto de autonomía de Galicia, abortado en 1936 por el golpe de Franco. Apartado de la cátedra, pudo volver a ejercer la abogacía en 1952. Para Mariano Rajoy Brey ayer fue un día triste.
No actuó para la opinión pública. No fue a buscar la absolución mediática, seguramente imposible. Las tricotosas de las redes sociales no descansan. Rajoy siguió una estrategia estrictamente procesal, orientada a salir indemne del interrogatorio, sin perjudicar a los acusados, que tuvieron el gesto de no acudir a la sesión del juicio, puesto que no estaban obligados a ello. El presidente pudo sentarse en el estrado, a la misma altura que el tribunal, y se ahorró los contraplanos de Luis Bárcenas, Francisco Correa y Pablo Crespo durante su declaración. Hay agujeros en la malla, pero el Partido Alfa aún dispone de importantes recursos escénicos.
Rajoy cierra mal el curso, ocho meses después de la tortuosa investidura. Pedro Sánchez posiblemente sobreactuó ayer al pedir la inmediata dimisión del presidente. Este tipo de declaraciones sólo tienen consistencia si van acompañadas de una amenaza de moción de censura. La legislatura se juega en otoño en Catalunya. Alemania y Francia observan.