Una exclusiva de The Washington Post ha revelado cómo, durante dos décadas y tres administraciones norteamericanas, una espesa capa de falsedades ha ocultado la verdad sobre la guerra de Afganistán, la ocupación militar más larga y costosa de la historia de la superpotencia.
«Se ha mentido constantemente al pueblo estadounidense. Cada dato fue alterado para presentar el mejor cuadro posible, para presentar la idea de que estábamos haciendo lo correcto y de que podíamos la guerra». Son las palabras de John Spocko, al frente de la Agencia Especial Reconstrucción de Afganistán (SIGAR), creada en 2008.
En 2014 se encargó al SIGAR el proyecto ‘Lecciones Aprendidas’, para determinar los errores de la guerra y ocupación de Afganistán y sacar conclusiones para la próxima vez que EEUU decida invadir y posteriormente asentar su dominio sobre un país. El informe resultante son 2.000 páginas con notas, transcripciones y grabaciones pertenecientes a las más de 400 entrevistas con personas directamente implicadas en el desarrollo del conflicto: desde diplomáticos y generales norteamericanos, hasta cooperantes y oficiales del ejército afgano.
Arroja una conclusión tan clara como inaceptable para Washington: la guerra de Afganistán fue un desastre desde el principio, había creado un régimen corrupto y, sobre todo, se había convertido en imposible de ganar.
Las tres administraciones norteamericanas -la de Bush, luego la de Obama y finalmente la de Trump- decidieron ocultar y tergiversar los testimonios y las conclusiones, sobre todo las más desfavorables. Presentando una versión oficial en la que se producían avances en la guerra y «pacificación» de Afganistán, y donde la victoria, si se mantenía el esfuerzo militar, era posible.
Unas conclusiones que, tras tres años de litigio legal, ha hecho públicas el Washington Post, justo en el momento en el que la administración Trump negocia con los talibanes y valora si retirar los 13.000 efectivos que continúan en Afganistán.
Los ‘Afganistán Papers’ recuerdan inmediatamente a los «Papeles del Pentágono» -publicados en 1971 por el mismo periódico- que desvelaron cómo el Gobierno había engañado al público durante años sobre la Guerra de Vietnam, ocultando que la Casa Blanca, mientras enviaba soldados al sudeste asiático, sabía que el conflicto era ya una causa perdida.
Los números de la Guerra de Afganistán
Tras el 11S, el gobierno de G.W.Bush encontró su primer chivo expiatorio: los talibanes de Afganistán, relacionados de alguna manera con Osama Bin Laden. Desde la invasión de 2001, más de 775.000 efectivos norteamericanos han sido desplegados en suelo afgano. De ellos, más de 2.300 han fallecido y 20.589 han resultado heridos.
Pero también hay que contar 150.000 civiles muertos, unos 162.000 heridos y 1,2 millones de desplazados.
No es todo. Afganistán ha sido un pozo sin fondo que se ha tragado una ingente cantidad de recursos. La suma de lo destinado por los Departamentos de Estado y Defensa, la Agencia para el Desarrollo Internacional (Usaid) -y sin incluir otras agencias como la CIA- arroja una cantidad de casi un billón de dólares (978.000 millones).
¿Qué dice la investigación?
Los papeles de Afganistán revelan que los gobiernos de Bush y Obama fracasaron estrepitosamente al establecer una estrategia con objetivos concisos y alcanzables; y que nunca hubo interés por parte de Washington en resolver el conflicto por la vía diplomática, algo que hubiera puesto en cuestión su presencia militar.
También que la lluvia de dinero destinada a la «reconstrucción del país -más de 133.000 millones de dólares desde 2001, una cifra comparativamente superior a la del Plan Marshall tras la II Guerra Mundial- no solo fue un fiasco, sino que alimentó desde el principio un régimen ultracorrupto, de despilfarro y «cleptocracia», con el presidente Hamid Karzai y su familia al frente.
Las relaciones entre los norteamericanos y los distintos «señores de la guerra», gobernadores o líderes religiosos que controlan partes del país, para buscar lealtades y alianzas, no solo resultaron desastrosas, sino que hasta el 40% de los fondos destinados a sobornarles terminó en manos de insurgentes, narcotraficantes -Agfanistán produce el 82% del opio mundial- o corruptos.
O de la implicación de la embajada norteamericana en el desfalco de 1.000 millones de dólares del Kabul Bank, una estafa astronómica en la que estaba involucrada la familia Karzai y que el embajador Ryan Crocker se encargó personalmente de silenciar.
La razón de las mentiras
Una de las cuestiones más reveladoras es la que hace referencia a la confusión acerca de «contra quién estaban luchando y por qué». Washington nunca dio a sus militares una respuesta clara acerca de si el enemigo real era Al Qaeda, Pakistán, el Estado Islámico o los caudillos identificados por la CIA.
La realidad es que el objetivo de aquella guerra y ocupación no estaba en la propia Afganistán, sino en sus países vecinos, en su importantísima localización geoestratégica.
Afganistán se encuentra enclavado en el corazón de Eurasia. En la espalda de Irán, una potencia regional enemiga de Washington. En el costado de Pakistán, una potencia nuclear con rasgos autónomos, en el que el manejo de la rivalidad con India son claves para el dominio de Asia.
Pero además Afganistán está en el vientre del espacio de influencia rusa de las repúblicas ex-soviéticas… y sobre todo es la puerta de atrás de China, el gran rival geopolítico de la superpotencia norteamericana.
Esto último -la relación de Afganistán con Rusia y sobre todo con China- es la clave para entender por qué, a pesar de tanta inversión económica y militar en una guerra que no pueden ganar, EEUU se niega a salir de este país. Abandonarlo significa renunciar a la pieza central del tablero eurasiático, un lugar clave para la partida de ajedrez por la hegemonía mundial.