«El presidente Trump abrazará y abofeteará a la gente adecuada», aseguró la embajadora norteamericana en la ONU, Nikki Haley antes de la primera comparecencia del mandatario en la ONU.
Sin embargo, el republicano no es conocido por sus abrazos, sino por sus potentes, largos y dolorosos apretones de mano, con los que intenta pulsar la fuerza de sus rivales o de sus subordinados. Porque para Trump -como para la superpotencia norteamericana- sólo hay esas dos clases de países: aliados y vasallos, rivales y enemigos. Encuadramiento para los primeros y amenazas para los segundos es lo que ha repartido el inquilino de la Casa Blanca durante su estancia en Naciones Unidas.
El estreno de Donald Trump en la Asamblea General ha estado acompañado además de varios encuentros bilaterales. Siguiendo el rastro de sus apretones de manos y de sus dardos podemos vislumbrar los ejes y las prioridades de su política internacional.
Trump ha hecho un hueco en su agenda para líderes como el francés Emmanuel Macron o para el presidente palestino Mahmud Abás, pero es mucho más significativa la atención que ha prestado al presidente turco, Recep Tayyip Erdogan. Al igual que con la Rusia de Putin, Trump intenta reparar las buenas relaciones con Ankara -maltrechas después del golpe de Estado de julio de 2016 de factura «made in USA»- e intenta atraerla a su frente mundial anti-China. Sin embargo, el sultán otomano se aleja cada vez más de Washington y se acerca irritantemente a Moscú, comprándole sistemas de defensa incompatibles con los de la OTAN.
El norteamericano se ha reunido también con dos de sus más poderosos gendarmes en Oriente Medio, el primer ministro israelí y halcón del Likud, Benjamin Netanyahu, y el general egipcio Abdelfatah al Sisi, en el poder desde el golpe de Estado de 2013 que derribó al gobierno de los Hermanos Musulmanes, non grato para Washington. En la agenda imperial, la integración de los poderosos ejércitos de Tel Aviv y El Cairo -junto al de Arabia Saudí y otras monarquías petroleras- para crear una suerte de ‘OTAN sunnita-israelí’ que pueda volver a ganar terreno para los intereses norteamericanos en la zona, contrarrestando la creciente influencia de Moscú y Teherán.
Ante la Asamblea General, Trump cargó directamente contra Irán, asegurando que “sólo tiene como objetivo acabar con Israel”, calificándolo de “exportador de terrorismo” y anunciando que romperá «el vergonzoso el pacto de desnuclearización» firmado por Obama. Nuevos tambores de guerra para el ensangrentado Oriente Medio.
El Departamento de Estado organizó una cena del presidente norteamericano con los mandatarios latinoamericanos más cercanos a Washington, a los que a buen seguro dirigió fuertes -muy fuertes- apretones de mano: el brasileño Michel Temer; el colombiano Juan Manuel Santos; el peruano Pedro Pablo Kuczynski; el argentino Mauricio Macri y el panameño Juan Carlos Varela. Las amenazas para el mundo hispano se las guardó de nuevo para la Asamblea. Dirigiéndose contra Venezuela, defendió que no se quedaría «de brazos cruzados» ante la «inaceptable» situación de colapso del país, aunque se abstuvo esta vez de hablar de la ‘opción militar’ como hace un mes.
Los abrazos y bofetadas más enérgicos se los reservó para el área de Asia-Pacífico, donde EEUU juega su principal partida geoestratégica. Después de mantener sendas reuniones bilaterales con el primer ministro nipón, Shinzo Abe; y el presidente surcoreano, Moon Jae-in, Donald Trump dirigió sus invectivas más agresivas contra Corea del Norte, a la que amenazó con «destruir completamente». Unas palabras incendiarias que contribuyen a alimentar la espiral de provocaciones militares entre Washington y Pyongyang, en un siniestro yin-yang de provocaciones que no sólo pone en peligro la paz mundial, sino que es aprovechado por la superpotencia para concentrar sus fuerzas en la zona, completando el cerco a China, su verdadero objetivo.
Después de haber despreciado a la institución, de haberla tildado hace un año de «club para que la gente se reúna, converse y se divierta», de haberse quejado del aumento de sus gastos y personal -EEUU es el principal sufragante- y de que EEUU «no esté viendo los resultados en línea con esta inversión», el norteamericano hizo guiños a su secretario general, António Guterres. «Nos comprometemos a ser socios en su trabajo», dijo Trump a una sala llena de líderes mundiales. Pero luego, en el foro por excelencia de la diplomacia, en la Asamblea General de una institución creada para evitar los conflictos armados, hizo gala de su discurso más belicista y agresivo. Washington está harto de una ONU que no se cuadra a su mandato. Pliéguense y serán abrazados. De lo contrario habrá bofetadas.
«Nuestro Ejército pronto será más fuerte de lo que lo ha sido nunca», aseguró Trump a los líderes de todo el mundo y mostrando la importancia que tiene el reforzamiento del músculo militar para la nueva Casa Blanca. “Como presidente de Estados Unidos, defenderé los intereses de Estados Unidos por encima de todo, América primero», insistió Trump a la asamblea (como si tal cosa no la hubieran dejado clara todos los presidentes de la superpotencia). «Pero les aseguro que EEUU siempre será un gran amigo del mundo entero», concluyó. Aunque añadiendo: «en especial, de sus aliados».