Cualquier titular sobre el mundo del Libro que se lea a día de hoy en cualquier medio reflejará, sin duda, «un espíritu positivo». En 2016, dirá, todo ha crecido: el número de libros vendidos, el número de librerías abiertas, el número de nuevas editoriales creadas… Después de siete años de intensa crisis del sector, parece haber llegado el momento de la «recuperación».
La cuestión es: ¿cuánta verdad hay en esto? ¿La misma que cuando el gobierno asegura que la economía española está en plena y franca recuperación? ¿O incluso la de aquellos que afirman que el sector del ladrillo vuelve a renacer?
En 2008 se construyeron en España un millón de casas. En 2015 unas cien mil. Una caída del 90%. Seguramente en 2016 se superará la cifra del año anterior, pero a eso ¿realmente podemos llamarlo crecimiento? ¿No sería más certero y veraz decir que se empieza a salir del pozo? Y de un pozo bastante profundo.
Se desconoce con exactitud la caída que experimentó el mundo del Libro en el sexenio 2009-2015, pero es seguro que se acercó (o incluso superó) el 50%. Cerraron miles de librerías (algunos años al ritmo de una al día), cayeron cientos de editoriales, se hundieron muchas distribuidoras, y la venta de libros cayó a la mitad. Las tiradas de los libros se redujeron drásticamente. Sólo en un aspecto los números no se redujeron tan brutalmente: en España se siguen editando al año casi 100.000 títulos. Pero incluso esta cifra tampoco indica nada bueno.
Ya que ese esfuerzo de sobreedición (que, por otra parte, el mercado es incapaz de absorber) no hace sino esconder los denodados esfuerzos de los mastodontes de la edición por ocupar y repartirse el mercado. Durante la crisis, la industria ha sufrido un acelerado proceso de concentración y monopolización. Dos dinosaurios copan hoy el 80% del mercado: de un lado Planeta (que controla 40 sellos distintos); de otro el conglomerado liderado por la alemana Berstelmann (que incluye las antiguas Mondadori, Random House, Penguin y ahora también Alfaguara y sus filiales), que posee otros 40 sellos. Estos dos gigantes de la edición llenan el mercado con miles de títulos, en una búsqueda desaforada del best seller que dé el pelotazo de la temporada. Mantienen ciertamente sellos de calidad, porque les dan prestigio, pero su estrategia real sigue la vía trazada por las majors del cine de Hollywood: inundar las pantallas, copar las salas, y esperar a que de toda su sobreproducción (infumable en su mayoría) salgan 4 ó 5 títulos supertaquilleros que salven la temporada y llenen las arcas.
Esa estrategia tiene efectos demoledores, ya que empuja de lleno al libro al interior de la industria del entretenimiento. Acorrala a la literatura y da pábulo y cancha a la banalidad, la ramplonería y al conservadurismo menos innovador. No es extraño que todo este movimiento haya conducido a que los libros más consumidos estos años sean los libros de autoayuda (también en su versión «literaria»), las sagas de magos, romanos o detectives, los clásicos best sellers y los seudolibros prohijados en internet por efímeros youtubers o blogueros o tuiteros exitosos.
Esta estrategia editorial mantiene, gracias a esa «burbuja» artificial, la ficción de que el mundo del Libro está en franca recuperación. Pero es un decorado bastante artificioso. Un decorado que esconde (¿momentáneamente?) muchas miserias.
En todo caso, si hay (que los hay) signos positivos en el mundo del Libro desde hace dos o tres años, las buenas noticias proceden de otro lado. Y yo al menos resaltaría dor o tres:
1. La aparición y generalización de un nuevo tipo de librerías, que ya no son simples «tiendas de libros», sino verdaderos «centros culturales», donde tienen lugar incesantemente presentaciones de libros, tertulias, conferencias, exposiciones, proyecciones, recitales, clubes de lectura, talleres, etc. La nueva librería viva no pierde el carácter de la vieja librería, y sigue siendo el hogar del libro, pero adquiere nuevas dimensiones como foco de actividades culturales.
2. La aparición de una nueva hornada de jóvenes editoriales independientes. Ciertamente, la floración (sobre las ruinas) ha sido una verdadera erupción (cerca de 400 nuevas editoriales en 2015 y otras tantas este año), pero teniendo en cuenta que muchas de ellas sarán solo flor de un día, quizá no sea tan irracional pensar que aquí está la nueva semilla de la edición del futuro. Además, buena parte de estas editoriales, independientes e innovadoras, llevarán al mercado lo que los gigantes editoriales no publican, por considerarlo «poco o nada» comercial.
3. La irrupción de una nueva generación de escritores en lengua española (procedente en gran medida de Hispanoamérica: Argentina, México, Colombia…) con un profundo compromiso literario, aires completamente innovadores y sin miedo a resultar «poco comerciales». Esto es la garantía de un futuro literario esperanzador, más allá de las inquietantes noticias que llegan del «mercado».
No cabe duda que estos factores alimentan la esperanza.
¿Y qué nos ha dejado 2016 en el terreno literario?
Los premios a Vila-Matas en la FIL de Guadalajara y el Cervantes a Eduardo Mendoza. El polémico Nobel a Bob Dylan. Y un puñado de libros de interés, entre los que destacaría: la novela primigenia de Bolaño («El espíritu de la ciencia ficción», inevitable para los bolañistas de viejo y nuevo cuño), la segunda parte de las memorias de Ricardo Piglia («Los años felices»), la novela-relato de Vila-Matas «Marienbad eléctrico», la última y amarga novela de John Banville: «La guitarra azul» o la recién aparecida novela de Ishiguro (el célebre autor de títulos como «Lo que resta del día» o «Nunca me abandones») y que lleva por título «El gigante enterrado». Y entre los relatos de las jóvenes editoriales con un carácter más renocador: «Precoz», de Ariana Harwicz (en :Rata_ Editorial) y «Manigua», de Carlos Ríos (en Ediciones Contrabando).