El filósofo Gustavo Bueno afirmó hace un tiempo que más peligrosos que los programas del corazón le parecían «esos concursos que reparten millones por responder a preguntas de bachillerato, eso sí que es basura, y además disfrazada de cultura». No es este el caso del veterano programa de La 2, un entretenido concurso, que fomenta el conocimiento combinado con el entretenimiento más popular. En una franja horaria de dura competencia, «Saber y Ganar» sobrevive duplicando la media de audiencia de la segunda cadena de Televisión Española.
En Febrero de 1997, el rograma empezó a andar, dirigido por Sergi Schaff y presentado por Jordi Hurtado, y ya en su primera temporada consiguió congregar hasta a dos millones de espectadores, que disfrutaban con su sencillo formato de preguntas y respuestas. Han pasado doce años y el programa no da síntoma alguno de debilidad. Mientras algunos difaman contra los espectadores que contemplan la denominada “tele-basura”, los datos revelan que un programa cultural puede ser tan entretenido y exitoso como los asuntos de alcoba de cualquier modelo venida a menos. En “Saber y Ganar” la mayoría de los concursantes cuentan con estudios superiores, las preguntas y pruebas a las que se enfrentan, suelen sobrepasar el nivel de la “cultura general” para situarse en un estadio muy superior a lo que la enseñanza pública obligatoria ofrece. Sin embargo el volumen de premios repartidos es escandalosamente inferior al de cualquier otro concurso. Pese a todo esto, el programa no cae en la tentación de “marginar” al espectador menos entendido, y dirigirse únicamente a las élites intelectuales. El entretenido concurso eleva el nivel de conocimientos del espectador de forma lúdica, consiguiendo su fidelidad, y proporcionando una oferta cultural que se aleja de la programación de madrugada y el documental somnífero. Los números confirman la jugada maestra, y la viabilidad de un modelo de televisión enriquecedor, entretenido, además de exitoso y popular. Los “genios” que pasan por su plató, no son eruditos escritores protagonizando un distante debate. Sino ciudadanos desconocidos, concursantes al uso, que exhiben sus conocimientos de forma cercana, en sana competencia amistosa, para al final llevarse a casa unos pocos miles de euros. Ellos se han convertido en los mejores “profesores” de la televisión actual.