Ecología

El bosque combatiendo al fuego

Repoblar con especies autóctonas y resistentes al fuego -los llamados ‘cortafuegos verdes’ es una de las claves contra los incendios.

Hablar de incendios en España -y más después de lo sucedido este año en Galicia o Portugal- es referirse a cifras escalofriantes. Cada año arden de media en nuestro país 116.000 hectáreas. En los últimos 20 años se han visto afectados por los incendios 3,1 millones de hectáreas, el 25% de la superficie forestal total, según datos del Ministerio de Agricultura y Medio Ambiente. Las causas de los mismos son complejas y diversas, yendo desde la despoblación rural al cambio climático. Pero entre los factores que -nunca mejor dicho- echan más leña al fuego de los incendios, está el de la composición de las masas arbóreas de nuestro país.

Antes que nada, es necesario señalar que en nuestro clima, los fuegos periódicos forman parte de los riesgos ecológicos naturales. Los ecólogos del fuego hablan del “régimen de incendios” natural de una región o tipo de ecosistema, de la misma forma que hablamos de régimen de precipitaciones o de sismicidad de una zona. Los ecosistemas y cada especie vegetal (y animal) está adaptada a un régimen de incendios concreto (régimen de incendios ecológicamente sostenible) que ha ocurrido durante su historia evolutiva. El bosque mediterráneo en su estado natural podría haber soportado fuegos no demasiado devastadores cada pocas décadas (frecuencias entre 25 y 100 años). El reto es favorecer los regímenes de incendios ecológicamente sostenibles, y evitar los ecológicamente insostenibles (cada vez más abundantes y destructivos). Y ahí entra el papel de la ingeniería forestal, de la promoción de unas especies vegetales sobre otras.

Un gran problema para esto es que los bosques de amplias regiones de España cuentan desde hace décadas con una superpoblación de especies pirófitas (o pirófilas, amantes del fuego) -como los eucaliptos o los pinos- que favorecen que los inevitables incendios que asolan los ecosistemas mediterráneos se transformen cada vez más en megaincendios de una devastación nunca vista y muy difíciles de apagar. Especialmente problemático es el eucalipto –con 760.000 hectáreas en España- un árbol alóctono (Australia) que ha evolucionado para aprovechar el fuego, para hacer qe los incendios destruyan a la flora competidora. Es muy inflamable, genera una gran cantidad de biomasa seca y muy combustible que se transforma con facilidad en pavesas que arrastradas por el viento en un incendio, lo propagan rápidamente a nuevos focos. Entre 1996 y 2005, el 15,5% de la superficie quemada en España estaba cubierta de eucaliptos, pese a que estos solo cubren el 5% de la cubierta forestal del país.«Se trata fomentar asociaciones de flora que resista la propagación del fuego»

Hay otras especies arbóreas -como pinos, alcornoques y encinas- que, según la estructura o la madurez del bosque en el que se encuentren, o la época del año, son muy inflamables o no tanto. «En un monte bajo de encina en el que hay numerosos brotes de cepa, la propagación es fácil. Un monte adulto del mismo árbol en el que los árboles tengan gruesos troncos y amplias copas que sombrean el suelo y limitan la regeneración del sotobosque, dificultará la propagación del fuego. Un monte adulto y denso de pino silvestre da mucha sombra y carece de sotobosque, por lo que la propagación del fuego será difícil. Un monte abierto de pinos, alcornoques, encinas, permitirá gran insolación del suelo y el nacimiento de numerosas especies heliófilas, que formarán un denso sotobosque, en el que fácilmente se podrá iniciar y propagar un incendio», advierte un informe de Ricardo Vélez, catedrático de la Politécnica de Madrid en Ingeniería de Montes.

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Pero entre los árboles, hay especies autóctonas de nuestros ecosistemas que representan un obstáculo a la propagación de un incendio: son los llamados ‘árboles bombero’. Aunque esas especies son más abundantes en el norte de España, en los ecosistemas más mediterráneos también hay especies que no arden con tanta facilidad. Entre estos tipos de especies tenemos árboles como castaños, avellanos, nogales, robles carballos, abedules, sauces, cerezos, madroños u olivos/acebuches, pero también especies arbustivas como la jara estepa, el enebro o la coscoja. Las hojas y ramas de algunos de estos árboles y arbustos se descomponen fácilmente al caer en otoño, de forma que al llegar el verano ya están descompuestas en una biomasa que no arde fácilmente, lo contrario que las agujas del pino o las hojas de eucalipto.

«Cortafuegos verdes», potenciando bosques que frenen los incendios

Pero no sólo se trata de especies vegetales. «La resistencia que ofrece un bosque a la propagación de un incendio depende de la continuidad horizontal y vertical de la biomasa combustible. Las interrupciones en la continuidad contribuirán a dificultar la propagación del fuego, limitando sus daños y facilitando su extinción», dice Vélez. Las medidas «deben orientarse a dificultar la propagación creando discontinuidades, evitando las superficies muy extensas monoespecíficas y creando diferenciales de inflamabilidad que «desconcierten» al fuego». “Lo ideal es fomentar «mosaicos» de especies, integrando otras actividades que den lugar a discontinuidades, como carreteras, cortafuegos de protección de las líneas eléctricas, cultivos, zonas recreativas”, afirma R. Vélez.

Pero también se pueden crear discontinuidades con la propia masa vegetal, arbórea y arbustiva. Basándose en la diferente resistencia de las distintas especies a la propagación de los incendios, cada vez más expertos apuestan por los llamados «cortafuegos verdes», un sistema forestal compuesto de varias asociaciones de flora y ambientalmente positivo, creado con la finalidad de aminorar y evitar la propagación de los incendios forestales hasta conseguir su extinción. Estos cortafuegos verdes «recrean condiciones naturales favorables para conseguir la extinción de un incendio forestal utilizando técnicas que favorezcan una vegetación autóctona de amortiguación pírica y desconexiones. Se ha diseñado tras visitar, observar, estudiar y evaluar, decenas de incendios forestales en toda la Península Ibérica en los últimos treinta y cinco años y recogiendo las respuestas y señales de defensa ante los fuegos que la propia naturaleza establece de forma aislada o asociada», asegura uno de sus mayores impulsores, el técnico forestal Joan Lladós de la Fundación + Árboles.

Este tipo de actuación combina la lucha contra los incendios con la protección de la biodiversidad de cada ecosistema, apostándose siempre por especies autóctonas. «Cada zona de la Península tiene sus propias características, por lo que hay que buscar el tipo de vegetación más adecuada para plantar allí», insiste Lladós.

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