El Observatorio

Juan Rulfo: centenario y eterno

Se cumplen cien años del nacimiento de Juan Rulfo, matriz insuperable de nuestra lengua literaria. Rulfo rescata, de la lengua ya cosificada, la fuerza originaria del lenguaje.

De tanto en tanto surge la pregunta sobre la maestría de Rulfo. A ella han respondido voces esenciales, como Borges, como García Márquez, como Carlos Fuentes, como Juan Villoro… Pero el misterio persiste. El enigma de esa escritura despojada, intensa y lúcida como pocas, nos convoca una y otra vez en torno a la verdadera magia de la literatura.

En un reciente artículo, Juan Villoro rescataba este fragmento de un cuento de Rulfo: “Muy abajo el río corre mullendo sus aguas entre sabinos florecidos; meciendo su espesa corriente en silencio. Camina y da vueltas sobre sí mismo. Va y viene como una serpentina enroscada sobre la tierra verde. No hace ruido. Uno podría dormir allí, junto a él, y alguien oiría la respiración de uno, pero no la del río”.«Rulfo rescata, de la lengua ya cosificada, la fuerza originaria del lenguaje»

La fuerza evocadora de ese «silencio» que nos habla… resume la maravillosa capacidad de Rulfo de fijar con palabras imágenes de una belleza deslumbrante… y trágica. El silencio, la muerte, el desvarío de las almas, el sonido de la tierra, la maldición de Dios, la violencia y la usurpación, la soledad transida del hombre, el mal que vaga sobre el mundo… Rulfo puso a todo esto la música callada de sus palabras, algo que resuena con la fuerza irresistible y consoladora del arrullo materno, pero que a la vez iguala la resonancia del mito o de la cita bíblica.

Rulfo tenía el don de desbrozar el lenguaje hasta dejarlo en lo esencial. Tuvo el don de crear una nueva lengua para el viejo arte de las ficciones. Un lenguaje tan poderoso que resuena dentro de las palabras, como si el autor hubiera conseguido rescatar su sonido auténtico, su significado real, después de que aquellas ya hubieran sido sacrificadas en el altar de la «información».

Rulfo rescata, de la lengua ya cosificada, la fuerza originaria del lenguaje. Su poder expresivo es un correlato de su despojamiento y, a la vez, de su capacidad de sugerencia poética. Rulfo es un narrador, no un poeta, pero la cadencia y el murmullo de su fraseo tienen el poder simbólico de un gran poema. Rulfo lleva a la prosa las virtudes de la gran poesía, la condensación del aforismo, la resonancia del mito, pero sin sacrificar nunca las leyes de la prosa.

Rulfo fue tan parco en palabras como en obras. Nacido en Saluya, Jalisco, el 16 de mayo de 1917, Rulfo cimentó toda su inmensa reputación literaria en solo dos libros: los diecisiete cuentos breves que integran «El llano en llamas» (1953) y la novela «Pedro Páramo» (1955). Aunque vivió hasta 1986, no publicó más obra de ficción. Pero esas escasas 200 páginas le valieron para ser considerado «uno de los grandes escritores latinoamericanos del siglo XX». Para García Márquez, «Pedro Páramo es la más bella de las historias que se han escrito jamás en lengua castellana».«Para García Márquez, «Pedro Páramo es la más bella de las historias que se han escrito jamás en lengua castellana»»

En «Pedro Páramo» Rulfo resume el ser y el devenir de la colectividad que le trajo al mundo (llámese México, llámese Hispanoamérica). Capta la esencia de un mundo, vivo y a la vez muerto, que se debate entre el cielo y el infierno. Un mundo de seres que duermen y sueñan sin saber nunca bien si es el sueño de un vivo o el descanso de un muerto.

Todos, vivos y muertos, vagan sin consuelo por una tierra, Comala, que Pedro Páramo usurpó hasta convertirla en su propiedad exclusiva. Dueño de vidas y haciendas (esa hacienda infinita llamada la Media Luna), padre de todos los hijos de Comala, terrateniente y caudillo, amo de bestias y ríos, Pedro Páramo es el dueño de todo… y, sin embargo, no posee lo que más desea: a Susana San Juan, «la mujer más hermosa que se ha dado sobre la tierra». Ella está «loca», pero Pedro Páramo ansía hacerla suya, y cuando ella muera considerará finiquitada también su vida. La hacienda se hunde mientras él se ensimisma, y todo el pueblo tiene que marcharse, aunque los fantasmas se quedan para poder rescatar la memoria y el dolor.

Cuando el narrador, hijo de Pedro Páramo, llega por primera vez al pueblo para conocer a su padre, ya solo quedan allí las voces del pasado. A través de ellas va conociendo y aclarando su propio ser y su ineludible destino.

Como dice Borges: «Desde el momento en que el narrador, que busca a Pedro Páramo, su padre, se cruza con un desconocido que le declara que son hermanos y que toda la gente del pueblo se llama Páramo, el lector ya sabe que ha entrado en un texto fantástico, cuyas indefinidas ramificaciones no le es dado prever pero cuya gravitación lo atrapa».

Fantasía de un mundo real que Rulfo convierte en un imán irresistible, cuya atracción no puede evitarse. Frase a frase Rulfo talla una narración perfecta, en la que si siquiera faltan una o dos gotas de un humor negro extraordinario. Como cuando, ya en la tercera página, el arriero (y hermano) que le indica cómo ir a Comala, a la observación del narrador sobre que hace mucho calor, responde: «Sí, y esto no es nada. Cálmese. Ya lo sentirá más fuerte cuando lleguemos a Comala. Aquello está sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del infierno. Con decirle que muchos de los que allí se mueren, al llegar al infierno regresan por una cobija».

Rulfo creo un espejo mágico donde la América de habla hispana aún se mira para encontrar la cifra de su grandeza y de su desconsuelo. Y nos dotó de un arma que habíamos perdido: un lenguaje capaz de tocar aún la esencia de las cosas, la entraña del mundo.

Como dice el escritor mexicano Juan Villoro: «Rulfo se sirve de un lenguaje deliberadamente austero para recrear la pobreza del campo mexicano. La música de su idioma proviene del uso, tenso y reiterado, de pocos elementos. En esa poética de la escasez, las palabras percuten como piedras de un desierto donde “se le resbalan a uno los ojos al no encontrar cosa que los detenga”.

Para Enrique Vila-Matas (Letras Libres): «Pedro Páramo es una novela perfecta, escrita por uno de los cinco mejores narradores del siglo pasado. Es tan perfecta que apenas se puede añadir algo más a esto, acaso tan sólo añadir: sin comentarios. Y evocar aquí que, cuando la leí, sentí que me había quedado aún más solo de lo que sentía que estaba, aunque extrañamente en comunidad, quizás en la comunidad de lo indecible».

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