Vuelve el franquismo sociológico. Pero no hablamos de una nueva manifestación convocada por la Conferencia Episcopal, o de una imposible resurrección de la extrema derecha. La cacería conjunta entre el ministro de Justicia, Mariano Fernández Bermejo y Baltasar Garzón, justo en el momento en que el juez de la Audiencia Nacional lanzaba la mayor operación contra la corrupción en el seno del PP, provoca una inevitable asociación de ideas con «La Escopeta Nacional», la genial recreación berlanguiana de los chanchullos y batallas políticas del tardofranquismo. Y es que José Luis Rodríguez Zapatero parece haber trasladado la sede de gobierno desde la Moncola al Palacio de El Pardo, dado su empeño por recuperar los usos y costumbres políticas del franquismo.
En “La Escoeta Nacional”, Berlanga nos presentaba una selecta cacería, en las postrimerías de la dictadura, donde se reunían altos jerarcas del régimen, prominentes miembros del ejército o la judicatura y adinerados industriales y banqueros, como el escenario donde se amañaban fraudulentos contratos, se sellaban redes de tráfico de influencias, y se dirimían disputas políticas entre las diferentes familias del franquismo. Alfonso Guerra perjuró que tras el paso del PSOE por el gobierno “a España no la reconocería ni la madre que la parió”. Pero parece que algunas cosas nunca cambian entre nuestras élites políticas, sociales y económicas. Estos días ha saltado a la luz pública el escándalo de la coincidencia del ministro de Justicia, Mariano Fernández Bermejo, y el juez de la Audiencia Nacional, Baltasar Garzón, en una cacería celebrada en la finca Cabeza Prieta, en la jienense Sierra de Mágina. Cuando juez y ministro compartían mesa, mantel y caza, acababa de saltar a la luz pública la “Operación Gürtel”, la batida contra la espeluznante trama de corrupción con sede en las altas esferas del PP madrileño y valenciano, dirigida por Garzón, y que supone, tras el escándalo de espionaje, un nuevo mazazo a las aspiraciones de la oposición. Verde y con asas, piensa todo el mundo. Pero Bermejo se defiende alegando que fue una coincidencia casual, y que en esas cacerías “se va sólo a desconectar” y “se habla de naturaleza y de nuestras cosas”, nunca de política o negocio. Pero nadie le cree, porque todo el mundo sabe que esas no son “simples cacerías”. Son reuniones selectas. Sólo duran dos días, pero organizarlas cuesta unos 4.000 euros, y cada asistente abona alrededor de 1.200 euros. Es un círculo cerrado. Al ministro le invitó un afamado empresario farmacéutico catalán. Se trata de reuniones sociales de alto nivel, donde bajo una excusa cinegética, comparten durante varios días cena y largos paseos eminentes políticos, afamados jueces, distinguidos empresarios, conocidos banqueros… Y, alejados del mundanal ruido, se sellan negocios, operaciones políticas, disputas económicas… Así fue durante el franquismo… y así sigue siendo en democracia. Resulta curioso que los “hombres de Zapatero”, autopresentados como representantes de la “izquierda consecuente”, enarbolando banderas de laicismo y ecologismo, se entreguen a aficiones tan oligárquicas y “poco sostenibles” como la caza. La Asociación parlamentaria en Defensa de los Derechos de los Animales se ha encargado de denunciar la hipocresía de Bermejo, que se definió como “de extrema izquierda” cuando asumió el cargo de ministro. Retorna el franquismo sociológico. Pero algunas cosas si han variado respecto al régimen anterior. El padre de Emilio Botín aclaraba que muy pocas veces se había reunido con Franco, ya que, en palabras del anterior dueño del Santander, ambos tenían claro cuál era su trabajo y lo realizaban desde sus respectivos despachos. Ahora, las cosas se han complicado, y es necesario una relación mucho más fluida y estrecha entre el dueño del Santander y el máximo responsable político.