El triunfo de la izquierda en Brasil confirma el impulso progresista en América Latina

Y una vez más, los pueblos avanzan… y el Imperio retrocede

La vibrante victoria electoral de Lula en Brasil es un triunfo de la lucha del pueblo brasileño. Pero también es una gigantesca victoria del conjunto de países y pueblos de Hispanoamérica, en su lucha común por librarse del dominio de la superpotencia norteamericana, por trazar su propio camino de desarrollo, bienestar, libertad, democracia, soberanía e independencia de EEUU.

Ha vuelto a suceder. La lucha de las clases trabajadoras de Brasil ha acabado por derrotar los esfuerzos del Imperio por intervenir y «reconducir» la vida política de los países que tratan de zafarse de su dominio. En todo el continente hispano, los pueblos luchan y avanzan, logran victorias, reconquistan terreno… y el hegemonismo y sus lacayos sufren reveses, derrotas y fracasos, perdiendo poder e influencia. Este es el imparable signo de los tiempos en América Latina.

El retorno de la izquierda al gobierno de Brasil es una enorme victoria no sólo para las clases populares brasileñas, sino para el conjunto de países y pueblos de Iberoamérica. Supone la derrota definitiva de la contraofensiva reaccionaria que a mediados de la década pasada lanzaron los centros de poder hegemonistas sobre el continente para hacer caer los gobiernos de signo progresista y antiimperialista.

Pero en todo este tiempo, la lucha de los pueblos nunca dejó de arreciar, primero frenando y limitando esa contraofensiva hegemonista, bloqueándola después… y finalmente, en un proceso zigzagueante, logrando revertir la tendencia de toda América Latina. Y así, en los últimos años hemos sido testigos de enormes victorias de los pueblos, y de sonoras derrotas de la reacción y el hegemonismo.

Estamos ante un mapa de Iberoamérica más «rojo», más progresista y autónomo de EEUU que nunca. Hasta doce países del continente hispano cuentan con gobiernos que -en todo o en parte- se han zafado del dominio norteamericano, o persiguen sendas de mayor soberanía e independencia respecto a Washington. Todos ellos suman más de 558 millones de habitantes, un 87% de la población total de América Latina y el Caribe.

En Colombia, hace pocos meses, Gustavo Petro ganaba las elecciones y formaba el primer gobierno progresista de toda la historia colombiana, creando mejores condiciones para que el país -considerada uno de los más firmes bastiones del dominio norteamericano sobre América Latina- pueda dar firmes pasos hacia un mayor progreso económico y social, y sobre todo hacia la conquista de mayores cotas de soberanía frente a Washington.

Poco antes, en Perú, otra de las consideradas «plazas fuertes» de EEUU en la cordillera andina, una opción de izquierda antiimperialista, el Perú Libre de Pedro Castillo, lograba una victoria electoral contra la ultraderechista y proyanqui Keiko Fujimori. Un triunfo -gracias a la larga lucha de los campesinos, obreros, indígenas y otros sectores populares- que sumaba a Lima a los gobiernos del frente antihegemonista latinoamericano.

Meses después, en Honduras, la coalición de izquierdas liderada por Xiomara Castro -esposa del expresidente Manuel Zelaya, depuesto por un Golpe de Estado «made in USA» en 2009- ganaba las elecciones. Era el producto de una larga marcha de organización y lucha contra los gobiernos herederos del Golpe, tan antipopulares como corruptos y tutelados por Washington.

Antes, en octubre de 2019, un estallido social en Chile había iniciado un proceso irreversible, agrietando para siempre el modelo híper-neoliberal heredado de la dictadura militar, que otorgaba plenos poderes a la plutocracia financiera de Santiago y al gran capital de Wall Street para privatizarlo todo. En pocos años, la enérgica lucha del pueblo chileno logró poner en jaque y tirar a la basura la Constitución de Pinochet, y llevar a la Moneda a una presidente de izquierdas, Gabriel Boric, que reclama la herencia de Salvador Allende.

Los pueblos de Hispanoamérica avanzan, consiguen victorias, recuperan el terreno arrebatado… e infligen sonoras derrotas al hegemonismo y sus lacayos, que retroceden sin cesar.

En octubre de 2020, la contundente victoria del MAS en Bolivia suponía la derrota definitiva del Golpe de Estado -de inequívoca inspiración norteamericana- con que la derecha y los militares habían depuesto el gobierno de Evo Morales en noviembre de 2019. Un año antes, la persistente movilización de las clases populares en Argentina contra el antipopular, reaccionario y entreguista gobierno de Mauricio Macri -que además de atacar duramente las condiciones de vida y de trabajo, había multiplicado el endeudamiento del país con el FMI- lograba la victoria del Frente de Todos.

En México, tras décadas y décadas de gobiernos corruptos y títeres de Washington, el ejecutivo progresista de López Obrador lleva desde 2018 ganando cotas de autonomía y soberanía antes impensables respecto al gigante del otro lado del Rio Grande. Y -no sin dificultades y graves errores en el tratamiento de las contradicciones en el seno del pueblo- los gobiernos antiimperialistas de Venezuela, Nicaragua y Cuba siguen resistiendo a las injerencias, ataques e intervenciones que llegan de EEUU.

Mientras, países como Ecuador, Uruguay, Paraguay, Puerto Rico, Haití, Guatemala, Panamá… bullen de luchas populares contra sus gobiernos entreguistas a los intereses del imperialismo. No hay rincón del continente donde la lucha de los pueblos, de manera zigzagueante, no avance, no gane -paso a paso y batalla tras batalla- mayor conciencia y organización.

La victoria de Lula, del PT, de la izquierda y los movimientos sociales en Brasil es un extraordinario hito en esta cadena de victorias populares en Iberoamérica. Pero no será ni mucho menos el último triunfo, porque el signo de los tiempos en el continente es claro y contundente: ¡los pueblos avanzan, y el Imperio retrocede!