Al comenzar 1917 Rusia continúa viviendo bajo el dominio de la autocracia zarista, y la Iª Guerra Mundial había convertido en un infierno la vida de la inmensa mayoría de la población. Pero al finalizar ese mismo año, se ha convertido en la referencia de la revolución más avanzada, en el ejemplo que todos los pueblos del mundo quieren seguir.
Los meses que van de febrero a octubre de 1917, desde el triunfo de la revolución burguesa a la victoria de la revolución proletaria, son de una extraordinaria intensidad. Los acontecimientos se atropellan unos a otros. El largo sueño de los explotados por fin va a realizarse.
Nos han presentado que el triunfo de la Revolución de Octubre fue en realidad un “golpe de Estado” obra de una minoría, los bolcheviques, y resultado del “genio táctico” de un hombre, Lenin.
Nosotros queremos reflejar como, durante esos meses, el conjunto del pueblo y el proletariado ruso hizo historia, con mayúsculas. Y con ellos, los bolcheviques y Lenin expresando sus más hondos anhelos y deseos.
Este periodo sintetiza como ningún otro la vida de Lenin. Estos meses nos dan un fiel retrato de su voluntad decidida de hacer la Revolución sin escatimar esfuerzos, sin regatear tareas. Son la constatación de que “nada es imposible bajo los cielos si uno se atreve a escalar las más altas montañas”.
La revolución de Octubre sólo fue posible, una vez dadas las condiciones objetivas, por el sistemático combate desarrollado por Lenin contra las posiciones “conciliadoras” que llegaban al mismo Comité Central del Partido Bolchevique. Y, al mismo tiempo, por empeñarse en hacer realidad la consigna de: “organización, organización, y más organización siempre y en todas partes, en cada distrito, en cada barrio, en cada unidad”.
Porque un solo hombre, o incluso un pequeño grupo de hombres, nada pueden hacer, por muy justa que sea su linea, sin la participación activa del conjunto del pueblo, sin su organización y movilización.
En 1914 estalla la Iª Guerra Mundial. El imperio ruso, encabezado por una autocracia zarista odiosa para la población y que es un residuo anacrónico en pleno siglo XX, participa aliándose con Francia e Inglaterra.
Como en muchos otros países europeos, los socialdemócratas rusos, los “mencheviques” encabezados por Kerenski, se pasan con armas y bagajes al campo del imperialismo. Votan los presupuestos de guerra, y colaboran con el Estado zarista y la burguesía en crear un amplio clima de opinión “chauvinista” entre el pueblo dirigido a presentar la guerra de rapiña imperialista como una guerra “en defensa de la patria”.
Los bolcheviques encabezarán en solitario la oposición a la guerra, bajo la consigna de “convertir la guerra imperialista en guerra revolucionaria”. Llamando a los soldados a que confraternicen en el frente con los soldados alemanes y vuelvan sus fusiles para derrocar a la autocracia zarista.
Durante los tres años transcurridos entre 1.914 y 1.917, los bolcheviques impulsarán una frenética carrera de propaganda y organización, entre el pueblo ruso, entre los soldados… En las peores condiciones posibles, donde en ocasiones los agitadores bolcheviques son perseguidos y apedreados en sus mítines contra la guerra.
La revolución de febrero
Después de 3 años de padecimientos y miseria provocados por la guerra, comienzan en San Petersburgo grandes demostraciones populares que reclaman ‘pan y paz’.
El 18 de febrero se declaran en huelga los obreros de la fábrica Putilov, una de las fundiciones de acero mayores del mundo. 4 días después se les unen los del resto de grandes fábricas de San Petersburgo. 24 horas más tarde (8 de marzo para el calendario occidental, Día de la Mujer trabajadora) miles de mujeres salen a la calle contra el hambre, la guerra y el zarismo. A las 48 horas eran ya 200.000 los obreros en huelga y el movimiento revolucionario se había extendido a toda la ciudad. El 26 de febrero, las huelgas y manifestaciones se convierten en una insurrección obrera y popular que termina en una matanza a manos de la policía zarista.
Es el principio del fin. Ese mismo día, los soldados de la guarnición de San Petersburgo abren fuego, pero no contra los obreros, sino contra la policía zarista. Al día siguiente, las tropas de la capital anuncian que se niegan a disparar contra los obreros y se pasan a su lado, levantándose en armas y deteniendo a ministros y generales zaristas. Cuando la noticia del triunfo revolucionario en la capital llega al resto de grandes ciudades rusas, obreros y soldados empiezan a derribar a los representantes de la autocracia zarista. Cae el zar, la revolución democrática ha triunfado.
Al igual que en 1905, se forman rápidamente los Soviets de diputados obreros –a los que en esta ocasión se suman los soldados (un 40% de los obreros industriales estaban movilizados en el frente)–, que se convierten inmediatamente no sólo en el punto de referencia político y organizativo de las masas movilizadas, sino en auténticos órganos de la insurrección armada y, al mismo tiempo, en el germen del nuevo poder revolucionario.
Pese a que la Revolución de Febrero es realizada esencialmente por los obreros y los soldados revolucionarios, la correlación de fuerzas en los Soviets favorable a socialdemócratas y social-revolucionarios da lugar a un gobierno burgués (“de la burguesía y de los terratenientes aburguesados”, como lo llamará Lenin), que asume la forma de gobierno de coalición. La burguesía y el imperialismo incluyen en el gobierno oficial (dispuesto a continuar la guerra) a la socialdemocracia de Kerenski, en un intento de darle un “barniz socialista” y tratar de obtener así una base social de apoyo entre las masas. En palabras del embajador inglés “la socialdemocracia es la última y casi la única esperanza de salvación para nosotros”.
En febrero de 1917 la rebelión del pueblo ruso ha echado abajo el zarismo. Pero la revolución burguesa es incapaz de satisfacer las principales demandas de la población. Un callejón sin salida que solo se resolverá en octubre, con la revolución proletaria.