La partida entre el gobierno Syriza y la troika ha empezado con juego dividido y ambiguo. No faltan las amenazas públicas, pero tampoco las insinuaciones para buscar arreglos en privado. En reparto de papeles a ambos lados está adjudicado y lo único cierto es que va a llevar tiempo, que las fechas para el “no retorno” no están predeterminadas. A finales de este mes (cuatro semanas) hay un plazo, Grecia puede reclamar la entrega de 7.000 millones de euros de sus acreedores para completar el último plazo del segundo rescate. Un dinero que en buena medida va destinado a cumplir los compromisos de pago.
El ministro griego de Finanzas, Varufakis, primer negociador pero no el último, ha advertido que no necesita ese dinero, que si no lo recibe tiene excusa para no pagar lo previsto. Para atender los gastos ordinarios e inevitables del Gobierno pueden ser suficientes los ingresos fiscales, salvo que la desobediencia fiscal de los griegos recorte esas cantidades.El frente más crítico es el de los bancos, que proporcionan liquidez al sistema y sostienen el sistema de pagos y cobros. Si la retirada de depósitos provocara problemas de liquidez y el recurso al Banco Central Europeo tropezara con algún obstáculo (al fin de cuentas es un gran acreedor), el gobierno tendría un problema (que seguramente ha previsto) y se vería obligado a enseñar sus bazas.
Varufakis es economista y matemático, conoce la teoría de juegos y está decidido a utilizar esa estrategia. Parte de la base de que a la Unión (es decir a Alemania, al BCE…) no les interesa implosionar Grecia, aunque la situación no es tan crítica como hace dos años, la solidez del euro no está garantizada, los mercados no acaban de creer que la moneda europea sea viable. Varufakis, y algunos otros de Syriza, esperan que la Unión les ofrecerá una salida, y que hay que aguantar la tensión hasta que pestañee el contrario.
Tsipras empieza esta semana a visitar capitales europeas y jefes de gobierno que pueden ser sensibles a sus propuestas, especialmente Renzi y Hollande. La cumbre europea de febrero proporcionará a Txipras la oportunidad de medir la temperatura ambiente y también de que los demás le miren a los ojos para calibrar la resistencia.La proposición griega de una quita como la de 1953 a Alemania (referida a los compromisos de Versalles) carece de consistencia, para llegar a aquello el mundo conoció el triunfo de Hitler y sus consecuencias y una Guerra Mundial. La clave no está en la quita de la deuda una vez que los plazos se han alargado (treinta años y se pueden seguir estirando) y los tipos son muy bajos. La cuestión es cómo recupera Grecia la confianza para poder financiarse (si lo necesita) en los mercados (término que incluye también a chinos, rusos y cualquier otro posible aliado de ese estilo).
Centrar el debate en la quita tiene mucho de amago. Plantear hoy una Conferencia de deudores y acreedores para reestructurar deudas es adelantar acontecimientos. Es probable que ese paso se tenga que producir algún día, pero antes hay que completar otras tareas más urgentes. Para Grecia una de esas tareas es atacar el fraude fiscal, cobrar más impuestos. Está en su programa y forma parte de la solución.
No son pocos los que apuestan por el fracaso griego, una lección para ciudadanos de otros países que comparten con los griegos que han votado a Syriza la crítica a la política europea. No es probable que eso ocurra en el inmediato futuro, Syriza tiene bazas que jugar, puede hacerlo y va a disponer de tiempo para intentarlo. Además una parte del trabajo sucio se la hicieron los dos gobiernos anteriores. Otra cuestión es que no les salga bien, que se apresuren más de la cuenta o que fracasen en sus decisiones.