En la anterior entrega fijamos la atención en Asia, para comprobar como en el nuevo centro del mundo el avance de los pueblos ha ido arrollador, haciendo retroceder a EEUU y al resto de potencias imperialistas. ¿Pero qué sucede, por ejemplo, en el continente americano, con los países y pueblos que sufren a su poderoso vecino del norte?
Curiosamente, hemos escuchado dos opiniones que, desde espectros políticos muy diferentes, coincidían en su valoración.
Sebastián Piñera, el derechista nuevo presidente chileno, a tomar posesión declaró que “los sucesivos triunfos del centro derecha marcan un cambio de ciclo, en un continente donde el socialismo del siglo XXI ha fracasado”.
Mientras en uno de los últimos programas de Fort Apache, presentado por Pablo Iglesias, y que llevaba por título “¿Fracasó la izquierda latinoamericana?”, se afirmaba que “el triunfo de la derecha neoliberal en las elecciones presidenciales de Argentina o en las legislativas de Venezuela, junto a la profunda crisis abierta en Brasil, el escoramiento a la derecha del parlamento chileno indican un cambio de rumbo en América Latina”.
¿Se corresponden con la realidad estas valoraciones? ¿O los hechos lo que nos dicen es que la correlación de fuerzas, más allá de los vaivenes coyunturales, es cada vez más favorable para los pueblos y más desfavorable para EEUU?
En 1997 Hispanoamérica parecía un continente devastado y sin capacidad de respuesta.
Durante la Guerra Fría Washington sembró el continente de regímenes fascistas, para cortar el avance de proyectos nacionales y revolucionarios. Las “transiciones controladas” -a semejanza de la española- parecían garantizar el recambio hacia democracias tuteladas por Washington. A través del FMI EEUU impuso draconianos planes de ajuste.
Por su parte, la infiltración de la URSS había liquidado -o convertido en monstruos enfrentados a las masas- a numerosos movimientos revolucionarios.
Ahora, la situación es radicalmente contraria. Cuba mantiene su independencia, obligando a EEUU a reconocer el fracaso del bloqueo, pero ha dejado de ser una excepción. En Venezuela, Uruguay, Ecuador, Bolivia, Nicaragua, El Salvador… existen gobiernos que, a uno u otro nivel, mantienen una línea enfrentada a EEUU. En Brasil, Argentina, Honduras o Paraguay el hegemonismo ha maniobrado para derribar gobiernos contrarios a sus intereses. Pero en todos estos países las fuerzas antihegemonistas siguen siendo mayoría y tienen muchas posibilidades de recuperar el gobierno.
Incluso los “golpes blandos” ejecutados por EEUU son expresión del avance de la lucha de los pueblos. Washington ya no puede usar los “métodos habituales”, los “golpes duros”, con los que históricamente había enfrentado a los movimientos revolucionarios.
Un breve repaso al panorama de los principales países del continente lo ratifica.
Brasil y Venezuela
Dos referencias imprescindibles
Brasil y Venezuela, el gran gigante del mundo hispano y el país donde comenzó la marea antihegemonista que ha inundado el continente, son el termómetro que mide la actual correlación de fuerzas entre el imperio y los pueblos.
Allí se han concentrado los ataques de Washington, para desalojar del gobierno al PT o para conducir a Venezuela a un caos interesado. Pero también es donde con mayor claridad aparecen los avances y victorias en la lucha contra el dominio norteamericano.
En Brasil, el Partido de los Trabajadores (PT), encabezado por Lula, necesitó 22 años y tres derrotas electorales para conquistar el gobierno.
Fundado en 1980, representa la unión entre el sindicalismo combativo y las corrientes de la izquierda revolucionaria. Desde su mismo nacimiento ha reclamado el socialismo, pero denunciando al mismo tiempo los crímenes de la URSS. Frente a los ataques de la izquierda prosoviética, el PT se solidarizó con los obreros polacos y su sindicato Solidaridad, masacrados por Moscú en plena Guerra Fría.
El PT va a seguir una línea consciente de acumulación de fuerzas, primero en plena dictadura y luego bajo un régimen democrático. Convirtiendo al partido en una especie de frente amplio, desde la extrema izquierda, con el Movimiento de los Sin Tierra hasta sectores de la burguesía nacional brasileña.
La política seguida por los gobiernos del PT está reflejada en la primera medida que adoptó Lula en 2002 al tomar posesión de la presidencia: saldar la deuda con el FMI, a través de un crédito concedido por Venezuela y China e “invitar” a los “hombres de negro” de Washington a abandonar el país.
Esta autonomía es la que permitió a Brasil emprender un fulgurante crecimiento y un extraordinario avance en la reducción de la pobreza, haciendo realidad el lema “Hambre Cero” con que Lula ganó las elecciones.
La destitución de Dilma Rousseff, sucesora de Lula, bajo un “golpe blando” ejecutado por los círculos más reaccionarios de la oligarquía local con el apoyo norteamericano, no cambia lo sustancial. El PT sigue siendo, con mucha diferencia, la primera fuerza política, con un amplio apoyo de masas. Y Lula lidera todas las encuestas para las inminentes elecciones presidenciales.
Dos hechos definen el papel clave que Venezuela ha jugado, y sigue jugando, en el mundo hispano.
La victoria electoral de Hugo Chávez en 1998 fue el punto de partida de una cascada de éxitos que dieron lugar a multitud de nuevos gobiernos antihegemonistas en la región.
En 2002 una gigantesca manifestación popular restituyó a Chávez en la presidencia, tras haber sido destituido con un “golpe de manual”, diseñado en Washington y ejecutado por todos los que son presentados por los grandes medios como “la oposición democrática”. Era la primera vez que un golpe norteamericano en Hispanoamérica era derrotado por los pueblos. Los tiempos habían cambiado definitivamente.
La línea impulsada desde el gobierno bolivariano ha dotado a Venezuela de un margen de autonomía frente a EEUU y una proyección internacional impensable hace treinta años. Ha permitido dar protagonismo político a unas clases populares excluidas. Y ha conquistado, a pesar de todas las dificultades, éxitos en la lucha contra la pobreza.
A pesar del avance de la oposición, respaldada por EEUU y la oligarquía venezolana, el apoyo social al gobierno bolivariano sigue siendo considerable; Maduro ganó las últimas elecciones con más del 50% de los votos. Y, sobre todo, el pueblo venezolano ha dado un enorme salto en su organización, desde los partidos y sindicatos a las comunas en barrios.
Cuba, Bolivia, Ecuador, Uruguay
Los pequeños son en realidad grandes
En los años sesenta, Nicolás Guillem escribió uno de sus poemas más conocidos. La CIA acababa de dirigir al ejército boliviano para asesinar al Che. Guillem se lamentaba:“Soldadito de Bolivia, soldadito boliviano / armado vas de tu rifle, que es un rifle americano”. Para anunciar premonitoriamente: “Pero aprenderás seguro, soldadito boliviano / que a un hermano no se mata, que no se mata a un hermano”.
Hoy Bolivia tiene presidente sindicalista, indígena, y que preside una organización cuyo nombre es Movimiento al Socialismo (MAS). Y Evo Morales, representando a todo el pueblo boliviano, homenajea al Che, recogiendo su testigo.
No hay mejor imagen del avance de la lucha de los pueblos. En un grupo de países, donde históricamente el dominio yanqui y de las oligarquías locales no había podido ser cuestionado, hoy gobiernan movimientos populares y revolucionarios.
Desde 1959, Cuba representó un ejemplo, que se ha demostrado victorioso.
En diciembre de 2014, el presidente norteamericano, Barack Obama, anunciaba el fin del bloqueo a Cuba. Su argumento, “el aislamiento no ha funcionado”, significaba la aceptación de la derrota por parte de la superpotencia norteamericana.
Una pequeña isla como Cuba no solo ha defendido con éxito su independencia frente a la única superpotencia, posicionada a escasas millas y con una base militar como Guantánamo en su territorio. Es que le ha ganado la batalla.
Pero Cuba ha dejado de ser una excepción.
En Bolivia el MAS ganó la presidencia en 2005. Se había fundado en 1997, como un amplio movimiento que iba desde “el marxismo de los sindicatos mineros” al combativo movimiento de los trabajadores cocaleros o la lucha de los pueblos indígenas. Y lideró las protestas contra la entrega a los monopolios extranjeros de la propiedad sobre el gas y otros hidrocarburos.
La línea seguida por los gobiernos de Evo Morales, ganando autonomía frente a EEUU y con una Ley de Hidrocarburos que garantiza al Estado el 50% de los ingresos, ha permitido a Bolivia encabezar los índices de crecimiento del continente, reducir a la mitad el desempleo del 8,1% al 4,5% o la pobreza del 38% al 18%.
En Ecuador se pasó de gobiernos que en los años noventa impusieron la dolarización de la economía y planes de ajuste diseñados por el FMI a la presidencia de Rafael Correa.
Enormes movilizaciones populares forzaron la destitución de hasta tres presidentes directamente conectados con la embajada norteamericana. El nombre del partido fundado por Correa (Movimiento Alianza País-Patria Altiva y Soberana) concentra el aspecto principal: la autonomía frente a EEUU es la clave para “crear una nueva patria”.
La actuación de los gobiernos de Alianza País ha permitido un crecimiento medio del 4,3% en los últimos diez años, y una reducción de la pobreza del 37,6% al 22,5%, puesto que, según el informe del Banco Mundial, “los ingresos de los segmentos más pobres de la población crecieron más rápido que el ingreso medio”.
El cambio conquistado en Uruguay no puede ser más explícito: los antiguos guerrilleros encarcelados y torturados, como Pepe Mújica, hoy presiden el país.
Cuando conquista el gobierno en 2004, el Frente Amplio lleva acumulados 31 años de lucha, algunos de ellos bajo una feroz dictadura.
La política del Frente Amplio ha llevado a Uruguay a encabezar los índices de reducción de la pobreza en el continente americanos. La “pobreza monetaria” ha pasado del 51,9% en 2006 al 18,4% en 2014, gracias al aumento de salarios y rentas de las clases populares. Mientras una reforma fiscal progresiva permitía triplicar la cobertura sanitaria pública, hasta convertirla en universal.
De Centroamérica a Argentina
El “patio trasero” ya no está en orden
Centroamérica había sido históricamente la jaula del “patio trasero”, imagen con la que EEUU nombra a un continente concebido como su dominio particular. Durante la Guerra Fría, sus países fueron escenarios de salvajes genocidios planificados en Washington.
Cuatro décadas después, la situación ha dado un vuelco espectacular.
En Nicaragua los sandinistas no solo solo han recuperado el gobierno sino que su respaldo social se ha disparado. Desde el 37,99% en las presidenciales de 2006 al 72,5% en 2016.
La razón está en una política económica que ha permitido un crecimiento sostenido del 4,5% el año pasado, el tercero mayor de toda Hispanoamérica, reduciendo la tasa general de pobreza en Nicaragua del 46% al 29% y la pobreza extrema del 15% al 8%.
En El Salvador, los antiguos guerrilleros del Frente Farabundo Martí –que se enfrentaron de 1980 a 1992 a un ejército local armado por EEUU y a unos escuadrones de la muerte que sembraron el terror- hoy controlan el gobierno. Reconvertido en partido político, el Frente Farabundo Martí ganó las elecciones en 2009. Desde entonces ha revalidado el gobierno siempre con el apoyo de más del 50% de los votantes.
Mientras en Honduras, EEUU, a pesar de haber ejecutado dos golpes en los últimos 12 años, no es capaz de estabilizar la situación.
Primero un pronunciamiento militar desalojó del gobierno a Manuel Celaya, un político liberal pero que se enfrentó a Washington. El pasado año, EEUU se vio obligado a ejecutar un chapucero fraude electoral para evitar la victoria del candidato de la izquierda, apoyado por el ex presidente Manuel Celaya.
Más al sur, EEUU también enfrenta una feroz resistencia a sus intentos por imponer el orden.
En Argentina las fuerzas más proyanquis, representadas por Mauricio Macri, ganan las elecciones, dando un giro de 180 grados a la política argentina, que bajo los mandatos de los Kirchner había cancelado la deuda con el FMI, abandonado el ALCA norteamericano y elevado salarios y pensiones.
Macri va a aceptar los pagos impuestos por los “fondos buitres” norteamericanos -que el propio fiscal definió como “un atraco al Estado nacional”-, subiendo en algunos casos hasta un 500% las tarifas de servicios básicos… Pero lejos de disfrutar de una plácida estabilidad se enfrenta a una respuesta creciente, con masivas movilizaciones encabezadas por los sindicatos y organizaciones de izquierdas.
La mejor situación posible
En 1997, Z. Brzezinski, uno de los principales estrategas norteamericanos, escribía “El Gran Tablero Mundial”, analizando “las prioridades estratégicas de la hegemonía estadounidense”. En este libro ni siquiera mencionaba al mundo hispano. Lo consideraba una posesión “segura” que ni siquiera merecía atención.
Veinte años después, los pueblos hispanoamericanos han conquistado un margen de autonomía antes impensable. Creando muchas mejores condiciones para enfrentarse al dominio norteamericano.
EEUU mantiene el poder, apoyándose en las oligarquías nacionales, sobre la inmensa mayoría de Estados americanos, a excepción de Cuba. Su capacidad de intervención en cada uno de ellos sigue siendo enorme. Y la utiliza para desbancar gobiernos en Brasil, Argentina, Paraguay, Honduras… O para cercar y atacar a otros en Venezuela, Bolivia, Ecuador…
Pero visto de conjunto, y con una perspectiva temporal amplia, se ha producido un gigantesco crecimiento de las fuerzas populares y antihegemonistas en todos los países, obteniendo, a diferente nivel, importantes éxitos y limitando con ello el dominio norteamericano.
Las fuerzas progresistas en el mundo hispano mantienen, dentro de su diversidad, rasgos comunes.
Se guían por el objetivo de ganar autonomía respecto a EEUU. Potenciando para ello la unidad, entre el conjunto de países hispanoamericanos y dentro de cada país (muchos de ellos han constituido, bajo diferentes formas, frentes amplios cuyos principales centros están en la izquierda pero que incluyen a sectores patrióticos burgueses y conservadores).
Llevan adelante políticas de redistribución de la riqueza, mejorando las condiciones de vida y de trabajo de la mayoría de la población.
Son resultados de procesos de acumulación de fuerzas, más o menos prolongados en el tiempo, forjados en las condiciones más difíciles, incluso bajo regímenes dictatoriales, y que emanan de la tradición de organización y de lucha de los pueblos.
Y en su avance han jugado un papel clave organizaciones comunistas, o que se reclaman del marxismo y el socialismo.
Si la ofensiva desplegada durante la Guerra Fría permitió a EEUU ganar terreno momentáneamente, la respuesta de los pueblos ha permitido al mundo hispano estar en la mejor situación de su historia.
Visto de conjunto, la tendencia imparable en todo el mundo hispano es al avance de las fuerzas progresistas, populares, antihegemonistas y revolucionarias, generando condiciones mucho más favorables para enfrentarse al dominio de EEUU y las oligarquías locales.