Un misterio resuelto?
El origen de la población autóctona que poblaba las Islas Canarias antes de la conquista realizada en el siglo XV ha sido hasta hace pocos años uno de los grandes misterios de la arqueología española, y fuente de permanentes controversias.
Ahora, su filiación norteafricana, y específicamenente vinculada a la población bereber, se ha abierto paso, avalada por investigaciones donde han confluido los estudios genéticos, lingüísticos, antropológicos…
Dos recientes estudios aportan nuevas y contundentes evidencias.
El primero, encabezado por la profesora Rosa Fregel, del departamento de Bioquímica, Microbiología, Biología Celular y Genética de la Universidad de La Laguna.
El emparentamiento de la lengua guanche con el euskera es un sorprendente hilo del que tirar
Mientras que -debido a que, como puntualiza Fregel, “en la guerra contra los europeos sobre todo perdieron la vida los varones”- la proporción de ADN aborigen desciende hasta el 8% si se analiza el cromosoma y -transmitido por vía paterna-, este ratio se eleva al 55,9% cuando se investiga el ADN mitocondrial, aquel que se hereda por línea materna, y que ocupa un papel clave en el estudio de las migraciones.
Los resultados, que refuerzan los aportados con otras investigaciones anteriores, demuestran que “los genómas guanches están más próximos a los actuales norteafricanos de origen bereber que a ninguna otra población”.
Paralelamente, José Farrujia de la Rosa, arqueólogo y profesor de Didáctica de las Ciencias Sociales de la Universidad de La Laguna, ha rastreado en “Identidad canaria” la impronta de estos pueblos originarios en las islas.
A través del estudio de la escritura líbico-bereber, presente en el archipiélago canario, en conexión con la familia de lenguas bereberes continentales. O la investigación de unas formas religiosas, con la adoración al sol y la luna, pero también a las montañas y a las cuevas con claros paralelismos con el ámbito “amazigh” -la forma en que los bereberes se denominan a si mismos-.
El poblamiento inicial de las Canarias es resultado de un proceso complejo, que no puede reducirse a un único factor, y donde encontramos divergencias entre las diferentes islas. Se produjo en dos grandes oleadas, una primera hace unos 2.500 años, y otra en torno al siglo I, coincidiendo con la ocupación romana de norte de Africa. Pero todas las pruebas confirman para la población canaria anterior a la conquista, una ascendencia bereber, un pueblo que se extendió por el norte de África hace más de 3.000 años y que ocupaba desde Libia hasta el Sáhara.
Todo comienza en el Sahara
Cuando los relacionamos con otros descubrimientos anteriores, los estudios sobre el origen de la población canaria se convierten en una pieza de un fascinante proceso mucho más global de lo que imaginamos.
En 1995, un estudio de un grupo de investigadores, dirigidos por por Antonio Arnaiz, catedrático de la Universidad Complutense, realizó un estudio genético comparado de poblaciones vascas, del resto de España, sardas y argelinas.
Volvemos a encontrarnos con una cultura primegina, con epicentro en el Sahara, de la que somos herederos
Partiendo del estudio de los genes HLA, se concluía el estrecho parentesco genético de la población bereber con la española, específicamente con los actuales vascos, y también con los habitantes de Córcega, otra población que se había mantenido relativamente aislada, por su insularidad.
Este origen común de vascos y bereberes, anatema para los defensores de una inexistente “pureza”, fue desarrollado con otros descubrimientos todavía más sorprendentes.
La colaboración entre Antonio Arnaiz y el historiador Jorge Alonso García, impulsó líneas de investigación que han demostrado la conexión entre el euskera y las lenguas guanches. Los nombres y la toponimia canaria anterior a la conquista remiten constantemente a palabras emparentadas con el euskera.
Esta sorprendente conexión es parte de un rompecabezas mucho más amplio. Arnaiz y Alonso han demostrado la conexión entre el euskera, el bereber, el guanche, el egipcio y probablemete el dogón, que estos autores engloban dentro de la familia de leguas “usko-mediterráneas”.
Las conexiones entre pueblos aparentemente aislados, se extiende a múltiples ámbitos. Arnaiz y Alonso han utilizado el euskera para descifrar jeroglíficos egipcios, identificando en ellos fórmulas religiosas y fúnebres. O encontramos en la cultura guanche un rito de momificación similar en muchos aspectos al empleado en Egipto.
No son casualidades. Son la expresión de un origen común, que tiene su fuente originaria en el Sahara. Lo que hoy es un desierto fue hace 10.000 años un vergel en el que floreció una avanzada civilización. Las condiciones hiperáridas generadas a partir del 6.000 a.c, impulsaron un forzoso proceso migratorio, que esparció una misma semilla en un radio sorprendentemente amplio.
Un proceso en el cual podemos rastrear en Europa los origenes de la civilización minoica en Creta o los ancestros de la población íbera en la península, y que en Africa econtramos desde Egipto hasta Canarias.
Un pasado ancestral común, que frente a visiones excluyentes emparenta vascos, bereberes o guanches, que establece hilos invisibles que unen poblaciones, lenguas y culturas separadas por miles de kilómetros, cordilleas u océanos.
Un fascinante pasado, que ha contribuido a definir lo que somos en el presente.