“Atocha en Las Ramblas” es algo más que un recital de poesía al que la música se une para darnos una nueva visión de cada verso.
Nace de “Marzo súbito (poemas del 11-M)”, escrito por Juan Carlos Torres, e impulsado por la necesidad vital de enfrentarse al brutal impacto del mayor atentado sufrido en Europa, negándose a un olvido resignado que va diluyendo los nombres, los lugares, las emociones.
Y era necesario integrar, no superponer como si fueran dos fenómenos diferentes, el marzo madrileño con el agosto barcelonés. No podían permanecer separados, debían mirarse a los ojos, reconocerse mutuamente.
El poeta y sus versos no se presentan solos, porque nunca lo han estado. “Atocha en Las Ramblas” es un proyecto artístico y social. Impulsado por el Foro de Cultura de Recortes Cero, del que Juan Carlos Torres es miembro fundador. Y busca abrir un espacio donde no solo se contemple de forma pasiva, sino en el que se intercambien activamente ideas, vivencias y sensaciones.
Se convirtió en 2017, en colaboración con Ediciones Contrabando, en una representación donde se unen poesía, música y memoria, que recorrió las principales ciudades españolas.
Ahora, vuelve a emprender un camino que no podía sino comenzar en Barcelona, otro 11 de marzo, decretado ya Día Europeo de las Víctimas del Terrorismo.
Reuniendo a colectivos de víctimas, a representantes políticos, sociales, culturales…
Aportando la sensibilidad y el punto de vista que solo el arte puede ofrecer. Exorcizando el dolor, impidiendo que se pudra en un silencio interior que se convierte en una losa colectiva. Ante la barbarie la palabra no puede enmudecer, aunque cueste.
Y también rescatando las flores que nacen entre los cascotes.
Porque aquel 11 de marzo, o ese 17 de agosto, también se expresó lo mejor de nosotros mismos. La de un ciclón de solidaridad de un pueblo golpeado en lo más íntimo, pero que tuvo la fuerza de dar una respuesta de una dignidad que el mundo supo admirar.
Era una ambición demasiado grande para emprenderla sin ayuda. Por eso “Atocha en Las Ramblas” necesita que Don Quijote vuelva otra vez a Barcelona, y se encuentre con Federico García Lorca, y que ambos se den la mano con Salvador Espriu, unidos por una Sepharad que también ríe y llora en catalán.
A esa llamada acuden también Machado, Espronceda, César Vallejo, Miguel Hernández, Leon Felipe o Blas de Otero. Con la mirada ibérica y americana que nos hermana a ambos lados del Atlántico.
Fue Lorca quien nos empujó a ver claro “el esqueleto de aire irrompible que une las regiones de la península, esqueleto en vilo sobre la lluvia, con sensibilidad descubierta de molusco, para recogerse en un centro a la menor invasión de otro mundo, y volver a manar fuera de peligro la viejísima y compleja sustancia de España”.
Estos hilos invisibles son los que unen Madrid y Barcelona, Atocha y Las Ramblas. Por encima de divisiones y enfrentamientos, ante el 11-M o el 17-A se levanta esa unidad íntima, ese sentir que han tocado a uno de los nuestros.
Pero “Atocha en Las Ramblas” también nos llama a enfrentarnos a conocer la verdad. Aquellos atentados no cayeron del cielo, no fueron un fenómeno impersonal de la naturaleza. Alguien los ejecutó, y sobre todo alguien los diseñó, esperando obtener réditos de la sangre derramada. “No concebimos vivir sin saber la verdad”. Esta tajante afirmación que el poeta pone en futuras celebraciones de los atentados nos enfrenta a nuestra responsabilidad hoy. El arte no ofrece respuestas, pero si es capaz de lo más difícil, de atreverse a plantear las preguntas adecuadas.
Todo esto es “Atocha en Las Ramblas”, algo más que un recital poético, pero que solo puede tener el arte como vehículo. El contenido es inseparable de la forma.
El poeta recita unos versos que adoptan conscientemente la contención y el carácter de testimonio punzante de la poesía de los años treinta.
Pero Juan Carlos Torres es también compositor. Por eso música y poesía están en “Atocha en Las Ramblas” unidas por un mísmo propósito.
Un trío de cuerda, violonchelo, viola y violín, habla con los versos. No es solo poesía musicada. La música aporta algo más al texto.
Por eso acudir a presenciar “Atocha en Las Ramblas” es una experiencia colectiva, invitando en el debate posterior a la participación activa, que no puede alcanzarse en la lectura individual.
Nos devuelve a los cimientos de la poesía, cuando adquiría forma oral y era compartida por todos, como un acto social.
Zaragoza ya ha podido disfrutar, después de Barcelona, de “Atocha en Las Ramblas”. Un proyecto artístico y social que seguirá recorriendo Sepharad, para que sigamos compartiendo lo que de verdad nos une.