Mientras las protestas en Hong Kong contra la ley de extradición a China siguen en ebullición, las autoridades de Pekín señalan a Washington como la “mano negra” detrás de una estrategia de desestabilización de la excolonia británica, en pleno recrudecimiento de la guerra comercial.
El relato de los medios de comunicación occidentales sobre Hong Kong se resume en lo siguiente: El gobierno chino busca cercenar la autonomía de la excolonia, y sus habitantes se manifiestan por la libertad, la democracia y contra la tiranía, y además de forma «no violenta».
Pero el asunto es más complejo y faltan piezas en el puzzle. No suelen decir que todo empezó cuando un residente de Taiwan, una isla que China reclama como parte de su territorio pero que desde 1949 está bajo el control del nacionalista Kuomingtang, respaldado por EEUU, que reclama la independencia, se fugó a Hong Kong después de matar a su novia embarazada. La excolonia británica fue el destino de su fuga porque su legislación solo permite entregar a sospechosos de 20 países con los que la ciudad tiene acuerdos bilaterales, entre los que no se encuentra China, a pesar de que Hong Kong forma parte de ella desde 1997.
El origen de la ley de extradición que tan enérgicamente han rechazado los manifestantes no está en una maniobra de Pekín para socavar la amplia autonomía de la ciudad, sino en un intento de evitar que Hong Kong se convierta en una especie de «salvaje oeste» para los fugitivos de la justicia china. La ley excluye textualmente la extradición por razones políticas, reduciendo la lista de supuestos a delitos como fraude, corrupción o contrabando, pero los manifestantes tienen, no obstante, razones de peso para temer un uso abusivo de la ley. Es necesario recordar que algunos de esos crímenes tienen castigos mucho más severos en China, incluyendo casos de pena capital, pena que en Hong Kong está abolida.
Tras las protestas multitudinarias, las autoridades hongkongesas dieron marcha atrás a la ley. Pero las movilizaciones no han remitido, y desde diversas potencias occidentales se han sucedido los «apoyos al movimiento democrático» de Hong Kong. Encabezados, naturalmente, por el hegemonismo norteamericano -desde Donald Trump a Nancy Pelosi- que ha encontrado en los disturbios una extraordinariamente oportuna fisura para intervenir en los asuntos internos de China. Uno de los magnates multimillonarios hongkongeses promotores de las protestas, Jimmy Lai, ha sido recibido por el Consejero de Seguridad Nacional, John Bolton, y por el vicepresidente norteamericano, Mike Pence, en la Casa Blanca. Una diplomática estadounidense, Julie Eadeh, se ha reunido con los líderes de las manifestaciones. ¿Qué ocurriría si un funcionario chino mantuviera encuentros con los chalecos amarillos o con los manifestantes anti-Trump?
«Hay muchas pruebas que muestran que EEUU ha estado directamente involucrado en planificar, organizar e incitar las manifestaciones violentas en Hong Kong”, afirma el portavoz de exteriores chino. No pocos analistas han empezado a subrayar las similitudes entre los actuales acontecimientos en la excolonia británica y las «revoluciones de colores» que Washington promueve en las sombras desde hace ya muchos años.
Se puede estar a favor o en contra de las demandas de los manifestantes pro-democracia de Hong Kong, pero no se puede ignorar que estas movilizaciones ocurren justo en el momento en el que EEUU está estrechando en todos los terrenos -económico, comercial, político, diplomático y militar- un cerco contra su principal rival geoestratégico, buscando por todos los medios crear el máximo de dificultades y contradicciones para la emergencia de China.