Se habla mucho, largo y tendido, de Vox. Toneladas de papel, cientos de minutos televisivos y quintillones de ondas hertzianas se dedican cada día en España para hablar -mal, muy mal, o por el contrario con blanqueante conciliación- del principal partido de la ultraderecha, que desde su irrupción en el Parlamento con 3,6 millones de votos y 52 diputados no ha dejado de intoxicar ni una sola semana el debate político con su discurso agresivo, provocador y ultrareaccionario.
Pero hay un elemento que normalmente se olvida cuando se explica qué pasa con Vox. Se trata de los dólares.
Mientras las bombas caen sobre Ucrania, Viktor Orbán ha ganado las elecciones en Hungría y Marine Le Pen participa de nuevo en la segunda vuelta -con más opciones reales que nunca de llegar al Elíseo- de las presidenciales francesas. Ambos líderes ultras, ambos con potentes complicidades con el Kremlin, uno en el gobierno, otra en la oposición, acudieron el pasado 29 de enero al aquelarre de la extrema derecha europea que Vox había organizado en Madrid.
Lejos de ser penalizados por estos nexos con Putin, pocos días después, la formación de Santiago Abascal obtenía 13 escaños y el 17,64% de los sufragios en las elecciones de Castilla y León, ganando además la llave de la gobernabilidad en esta CCAA. Mañueco -y tácitamente Feijóo- aceptaban poco después el órdago de Vox y cruzaban una nueva línea roja en la democracia española, dándole a la extrema derecha la vicepresidencia y varias consejerías.
Todo el mundo se pregunta cómo han llegado tan lejos, cómo es posible que en el curso de muy pocos años la extrema derecha haya pasado de ser un fenómeno más o menos marginal… a ser la tercera fuerza política.
Lo que se dice de Vox
Un nuevo libro del periodista Miguel González, llamado «Vox S.A.», analiza con minuciosidad la actividad y la trayectoria de este partido y de sus principales dirigentes. Como indica el título, González llama la atención de que esta organización ultraderechista no sólo no está endeudada -como sí lo están la práctica totalidad de las formaciones políticas de este país- sino que sus cuentas están saneadas, y que su ultra centralizada dirección (que ya acumula decenas de denuncias por la falta de democracia y garantías internas) ejerce algo que “se parece cada vez menos al la forma de dirigir de un partido y más a la de una compañía”.
El autor plantea que “aunque reúne algunas características” y muchos de sus dirigentes vengan inequívocamente de ese espectro -Jorge Buxadé, vicepresidente de Vox, viene del falangismo, y otros muchos proceden de Fuerza Nueva y grupos neonazis- Vox no es exactamente un partido fascista, aunque «sí puede ser calificado de neofranquista”.
Nos dicen que Vox siempre estuvo ahí. Que son el «franquismo sociológico» que hasta 2010 cohabitó con otras corrientes en el Partido Popular. Pero ¿quién -y por qué- los ha «promocionado» hasta su relevancia actual?
Esta es la principal denuncia que se hace de Vox. Su carácter ultrarreaccionario, neofranquista, casposo. Su permanente exaltación de los valores del ultranacionalismo más identitario, incluso más etnicista, del integrismo nacionalcatólico. Sus permanentes diatribas contra amenazas imaginarias como «la dictadura progre», «las feminazis», «el lobbie LGTBI» o «el globalismo y la agenda 2030».
Nos dicen que Vox siempre estuvo ahí, durante tres décadas. Que son el «franquismo sociológico» que hasta 2010 cohabitó con otras corrientes en el Partido Popular, pero que como una crisálida, acabó saliendo del principal partido de la derecha y tomando cuerpo propio.
Pero falta algo. Siendo lo anterior una parte de la realidad, en el debate sobre por qué la extrema derecha ha llegado tan lejos se olvida un elemento determinante. ¿Quién y por qué los ha «promocionado» hasta su relevancia actual?
Nacidos de un útero de dólares
Es Vox pópuli. “Vox se fundó con un millón de euros del exilio iraní”, titulaba el diario El País el 21 de enero de 2019. Hasta los propios dirigentes ultras tuvieron que acabar reconociendo que en su etapa inicial -en la campaña de las elecciones europeas de 2014, cuando esta formación era aún extraparlamentaria y residual- recibieron un millón de euros del llamado Consejo Nacional de la Resistencia de Irán (CNRI). Estos fondos no solo financiaron el 80% de aquella campaña electoral, sino que sirvieron también para impulsar a Vox desde el mismo momento de su nacimiento.
¿Pero qué puede tener que ver el «exilio iraní» con un partido de ultraderecha española, con un discurso fuertemente islamófobo por añadidura? Resulta que detrás de estos extraños iraníes encontramos las cañerías de la inteligencia norteamericana. El CNRI, una organización que hasta 2012 era considerada por Washington como una organización terrorista, pasó luego a estar bajo la protección del Departamento de Estado, convirtiéndose después en una plataforma de intervención de Washington.
Por los actos que el CNRI organizaba cada año en París no sólo era habitual Alejo Vidal-Quadras, uno de los fundadores de Vox, sino figuras prominentes del establishment republicano y luego del trumpismo -Rudolph Giuliani, ex alcalde de Nueva York y abogado del magnate, y John Bolton, que fuera Consejero de Seguridad Nacional de Trump- y hasta dos ex directores de la CIA (James Woolsey y Porter Goss).
Podría ser una casualidad, una prueba circunstancial. Pero es que hay muchos más cordones umbilicales que vinculan a Vox con los círculos más reaccionarios de la extrema derecha norteamericana.
También es Vox pópuli que la formación de Santiago Abascal fue «apadrinada» y asesorada por Steve Bannon, ex-jefe de campaña y asesor presidencial de Trump. Tras su salida de la Casa Blanca, este oscuro personaje, ex ejecutivo de Goldman Sachs y uno de los líderes más influyentes de la alt-right (ultraderecha) norteamericana, impulsó «The Movement», una suerte de «Internacional de la extrema derecha» que trató de coordinar la acción de los partidos ultras europeos: la Liga Norte italiana de Salvini, el Frente Nacional de Le Pen, el Vlaams Belang belga o Alternativa por Alemania.
El «estratega e ideólogo» de Vox, Rafael Bardají -un personaje que estuvo vinculado a la Fundación FAES de Aznar, al Ministerio de Defensa y al CNI- ha viajado muchas veces a Washington estos últimos años. Allí ha mantenido entrevistas con Jared Kushner (yerno de Donald Trump) o con halcones neocon como el ya mencionado John Bolton. El propio Santiago Abascal, junto a Espinosa de los Monteros y Hermann Tertsch acudían también a Washington en febrero de 2020, a la Conservative Political Action Conference (CPAC), uno de los círculos más ultra reaccionarios del Partido Republicano y de la oligarquía norteamericana, justamente los que han respaldado los cuatro años de Trump. Son esos mismos nódulos de Washington los que desde el principio han estado financiando y aupando a Vox.
¿Y por qué tantos verdes?
¿Y por qué querrían los centros de poder norteamericanos promocionar a golpe de talonario a una ultraderecha que permanentemente llena de fango y crispación el debate político? Porque para saquear hay que degradar la vida política española, o como dice el refrán «a rio revuelto, ganancia de pescadores».
¿Por qué querrían los centros de poder norteamericanos promocionar a golpe de talonario a la ultraderecha? Como dice el refrán «a rio revuelto, ganancia de pescadores». Vox es el «ariete» de los recortes y ofensivas del gran capital… norteamericano.
La extrema derecha sirve como un «ariete» para poner encima de la mesa cuestiones e intereses del gran capital, tan extremadamente impopulares que ni siquiera el Partido Popular puede defender abiertamente. ¿Cuáles? Nadie mejor que Rubén Manso, uno de los «gurús económicos» de Vox, para desvelarnos algunas. «No es función del Estado proveer de ningún bien ni de ningún servicio. Salvo tres o cuatro, como justicia criminal, policía y Ejército. Todo lo demás (…) -asegurar la vejez, dar educación a los hijos, gozar de ahorros suficientes o de un sistema de protección que nos asegure la sanidad- deben ser decisiones de consumo».
Menos la Justicia, la policía y el Ejército, todo lo demás “deben ser decisiones de consumo”. Todo lo demás debe ser privatizado. Más allá de todos sus otros aspectos ultras -que dividen y enfrentan a las clases populares, y que atacan las libertades y derechos fundamentales de amplias capas de la población (mujeres, migrantes, LGTBI, movimientos sociales…), y que deben ser combatidos- este es el verdadero programa de gobierno de Vox.
Esta es su «utilidad» para el gran capital… norteamericano.