Han pasado apenas unas semanas, pero el escenario volcánico de Oriente Medio ha cambiado su decorado, su guión y buena parte de sus actores. ¿O se trata de un remake?. George Mitchell, experto legado diplomático enviado por Obama a lidiar a Tierra Santa, se las tendrá que ver con viejos conocidos -demasiado conocidos-. No es la primera vez que tiene que tratar con Benjamín Netanyahu. Durante el mandato de Bill Clinton, el `informe Mitchell´, que censuraba la ampliación de los asentamientos hebreos en Cisjordania, fue muy mal acogido por el primer gobierno del halcón. Las relaciones entre Washington y Tel Aviv, después de la sintonía vivida con Isaac Rabin, vivieron entonces un periodo agrio. «¿Quién diablos se cree que es? ¿Quién es aquí la superpotencia?», llegó a exclamar Bill Clinton, refiriéndose a Netanyahu, que enfilaba el proceso de paz al precipicio.
A la ya de or sí complicada situación en Oriente Medio, George Mitchell debe añadir un Tel Aviv dispuesto a incendiar los planes norteamericanos para la zona. El gobierno Netanyahu –un engendro de treinta carteras, hecho a la medida del apetito de cargos de las distintas formaciones que lo conglomeran- se configura como extremadamente hostil a los intereses palestinos, y la formulación “Estado Palestino” o “dos Estados” –repetida hasta la saciedad por las cancillerías occidentales y por el Departamento de Estado como la piedra filosofal del proceso de paz- se niega a salir de la boca del halcón.Hay una regla no escrita para todos los ocupantes del Despacho Oval: no echar a Israel a los perros, haga lo que haga. El Estado hebreo es demasiado importante para el dominio norteamericano en una zona, y la seguridad de Israel es un asunto de seguridad nacional para EEUU. Pero a Obama se lo van a poner difícil.En su primera aparición como nuevo ministro de Exteriores israelí, el ultranacionalista Avigdor Lieberman mandó a la basura el proceso de Anápolis y la Hoja de Ruta. Siguiendo su costumbre, Washington nunca regaña a Israel en público, y si no tiene nada bueno que decir, opta por no mentar siquiera las declaraciones de su gobierno. La desautorización vino después, cuando declaró ante el Parlamento turco que para EEUU, sus intereses están en la dirección opuesta: “dejen que sea claro: Estados Unidos apoya con fuerza el objetivo de dos Estados, Israel y Palestina, viviendo uno junto a otro con paz y seguridad. Éste es el objetivo que las partes acordaron en la Hoja de Ruta y en Annapolis y ése es el objetivo que perseguiré activamente como presidente”, dijo, siendo respondido por el aplauso general.Nada de “paz por territorios”. En su lugar, la administración Netanyahu habla de “paz económica”, es decir, paz a cambio de que puedan respirar los asfixiados territorios cisjordanos, porque levantar el bloqueo a Gaza ni menciona ni se pretende. El nuevo gobierno insiste en que se compromete en impulsar el desarrollo económico de los palestinos, pero que ni hablar de avanzar en dar autonomía e independencia. Ante semejante propuesta, las distintas facciones palestinas cierran filas. Hasta el complaciente Mahmoud Abbas ha declarado que no piensa sentarse a negociar nada si antes Tel Aviv no ratifica lo firmado en Annápolis.Mitchell se reunirá primero con Ehud Barak, otro viejo zorro siempre cerca del poder. Más tarde se entrevistará con los huesos más duros: Lieberman y Netanyahu. Pero no es el momento aún del juego de las formas y la presión. Fuentes diplomáticas han informado que Mitchell se limitará en esta visita “a escuchar y a averiguar qué tiene Netanyahu en mente respecto a los palestinos”. EEUU juega de visitante, y hay que medir la fuerza del rival. Mejor cuando juegue en casa: está previsto que Netanyahu visite Washington a finales de mes.