El exmilitar tiene el 55% con el 92% de los votos escrutados mientras Haddad (del PT) logra el 44% A pesar de unas más que adversas condiciones y de todo el poder oligárquico e imperialista respaldando a Bolsonaro, la izquierda brasileña ha logrado el 44%.
Hace un año nadie hubiera apostado por que Jair Bolsonaro, un candidato de extrema derecha, profundamente reaccionario, racista, misógino y homófobo -amén de nostálgico de la dictadura militar y defensor de la tortura y las ejecuciones policiales- fuera el presidente de Brasil. Pero ha ocurrido.
Es el el fruto -buscado o no- del brutal proceso desestabilizador que viene desarrollándose en Brasil desde que Dilma Rousseff logró hacerse con la presidencia de Brasil en octubre de 2014, en unas elecciones broncas que ya anunciaban lo que vendría después: que los sectores más reaccionarios de la oligarquía financiera y terrateniente brasileña y -sobre todo- la superpotencia norteamericana iban a poner en juego todo su poder para desalojar al precio que fuera al Partido de los Trabajadores (PT). Para Washington, retomar el control de Brasil -un gigante económico, demográfico y político, y la «pata americana” de los BRICS- era la pieza de caza mayor de su contraofensiva en el continente hispano.
Se ha destacado, con toda la razón, a la política de Bolsonaro como una amenaza a la democracia y a las libertades, con sus furibundos ataques a los derechos de las mujeres, de los LGTBI o de los afrodescendientes, o sus llamamientos a “fusilar a los militantes del PT” o al uso de la violencia policial.
Pero de lo que se habla menos es de su programa económico y social: éste es el que le hace ser el candidato de la oligarquía y de la embajada yanqui. Bolsonaro ha elegido al economista Paulo Guedes, un liberal de la conocida Escuela de Chicago como su ministrable de finanzas. Propone la reducción de un 20% de la deuda pública mediante privatizaciones, concesiones al sector privado, liquidación de los mecanismos de negociación colectiva de los sindicatos, recortes en programas sociales (Bolsa Familia) y la sustitución del actual sistema de pensiones por uno de capitalización privada.
Una campaña bajo el influjo del “golpe blando” made in USA
Esta campaña electoral se ha desarrollado bajo el signo de un brutal proceso de intervención -dirigido desde Washington y los círculos más reaccionarios de la oligarquía brasileña- para cambiar el rumbo de Brasil. Un país que durante la década de los gobiernos del PT llevó adelante una política basada en el alineamiento con los BRICS y el frente antihegemonista latinoamericano, y en la redistribución de la riqueza en favor de las clases populares.
En agosto de 2016, el golpe blando consiguió desalojar mediante un «juicio parlamentario» (impeachment) a la presidenta Dilma Rousseff, acusada sin pruebas de corrupción, y poner al frente de Planalto a un personaje, Michel Temer, tan impopular como entregado a destruir los logros sociales de los gobiernos del PT y a entregar las riquezas del país a las grandes familias oligárquicas y al capital extranjero.
Al mismo tiempo, una farsa judicial -calificada por numerosos juristas brasileños e internacionales como un ejemplo puro de lo que se conoce como ‘lawfare’: la mala utilización y el abuso de las leyes con fines políticos- consiguió meter en la cárcel al expresidente Lula da Silva, y después inhabilitarlo como candidato a pesar de tener un enorme tirón electoral.
A lo largo de estos últimos años, una incesante tormenta jurídica, política y mediática ha bramado contra el PT, lanzando sin parar acusaciones de corrupción y alimentando un clima de odio político entre amplios sectores de la población.
Al bombardeo mediático de las grandes cadenas de televisión, radio y prensa -grupos como O Globo, un emporio nacido al calor de la dictadura militar, o de Record TV, una cadena en manos de influyente Iglesia Universal del Reino de Dios, el poderoso grupo evangélico que respalda a Bolsonaro como su «mesias»- se ha sumado un ejército que ha intervenido de forma activa en los últimos meses.
El propio candidato a vicepresidente de Bolsonaro es el exgeneral Hamilton Mourão, que ha defendido a torturadores de la dictadura militar y un nuevo golpe como solución para la crisis política brasileña. El jefe del ejército, el general Eduardo Villas Bôas, amenazó con sacar el sable cuando el Supremo estaba deliberando si dejar o no a Lula participar en las elecciones. La ultraderecha no ha dejado de alentar agresiones e incluso asesinatos contra militantes izquierdistas. Bolsonaro llamó en un mitin en el Estado de Acre «a fusilar a todos los seguidores del PT».
La siembra del odio antipetista (“quieren convertir a Brasil en Venezuela”), y los climas demagógicos «contra todos los corruptos» (incluyendo también al partido de Temer, uno de los más corruptos), han acabado arrollando al que parecía destinado a convertirse en una alternativa «liberal y moderada» para la oligarquía y Washington, el centroderechista candidato del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) Geraldo Alckmin, que apenas ha obtenido un 4,76% de los votos. El clima de linchamiento contra «los políticos tradicionales» han alimentado a Bolsonaro, que se presenta como una opción «antiestablishment» llamando a “matar al menos a 30.000 políticos”.
Y finalmente, la opción Bolsonaro se ha convertido -sea por convencimiento o por ser la única posible frente al PT- en la favorita de la oligarquía brasileña, del capital extranjero y de una embajada yanqui que ve con agrado los halagos del ultraderechista a Trump.
La Bolsa y los representantes de los grandes capitales brasileños no se han recatado en mostrar su apoyo a Bolsonaro. Tampoco el banco español Bankinter, que ha mandado un correo a sus inversores en el que se felicita por la victoria del ultraderechista por ser “pro-business”. Ni tampoco la «biblia» de los grandes inversores norteamericanos, el Wall Street Journal, que ha defendido a Bolsonaro como «un populista que podría ser exactamente lo que Brasil necesita frente a un Haddad que quiere llevar a cabo medidas sacadas del manual de Hugo Chávez», dice el rotativo neoyorquino.
Una izquierda que lucha sin cuartel
Con todos los esfuerzos de los núcleos de poder volcados en promover la victoria de Bolsonaro, el PT y el movimiento revolucionario brasileño ha llevado adelante una lucha titánica. Que en estas extremadamente adversas condiciones la izquierda carioca haya logrado el 44% en la segunda vuelta, debe ser valorado como una victoria en sí misma y como un signo de su enorme fortaleza y de su enorme capacidad de lucha y resistencia.
La izquierda carioca -el PT, el PSOL, el Movimiento Sin Tierra, los sindicatos, los colectivos feministas…- han desplegado todas sus energías en impedir el triunfo de un ultra que es una amenaza para la misma democracia. Intentando unir en la campaña a los candidatos del centro -a Ciro Gomes (PDT, de centro-izquierda), a la ecologista Marina Silva (REDE), incluso al expresidente Fernando Henrique Cardoso- pero estos, aunque han declarado su rechazo a Bolsonaro, rehusan dar su apoyo a Haddad.