La amenaza del «Brexit» (la posible salida de Gran Bretaña de la UE), la incontrolable crisis de los refugiados, las repercusiones de la nueva oleada de la crisis global, el estancamiento de sus grandes economías, la rebelión de las poblaciones del sur de Europa contra las políticas de austeridad,… ¿Está la UE camino de ser una de las primeras víctimas del nuevo «desorden mundial» provocado por el declive norteamericano?
Desde prácticamente los años 60 se ha considerado que Alemania, capitaneando a Europa, es un gigante económico, pero un enano político y un gusano militar.
Sin embargo, el desarrollo de las profundas contradicciones, divisiones y fracturas que recorren el continente puede que nos estén situando a las puertas de tener que cambiar no sólo la primera parte de esta ecuación, sino de asistir al fin, al menos tal y como lo hemos conocido hasta ahora, del proyecto europeo. El gigantismo económico de las grandes potencias europeas empieza a desinflarse a la misma velocidad con la que crecen las economías emergentes. «Que Europa se está desintegrando es innegable. Dondequiera que uno mire, ve surgir nuevas divisiones»
Mientras los nuevos retos y desafíos a los que se enfrenta un mundo en transición entre el orden unipolar de hegemonía norteamericana y un nuevo orden multipolar no cesan de provocar nuevas y más profundas grietas que nadie en Europa sabe, quiere o puede resolver.
Independientemente de que finalmente ocurra o no lo que a día de hoy parece impensable, la salida de Gran Bretaña de la UE, el sólo hecho de que la burguesía monopolista británica haya planteado este reto, forzando al resto de países europeos a crear un nuevo marco de relaciones en el que Londres adquiere todavía mayor autonomía de Bruselas, fragiliza objetivamente el cemento de la unión. Y aunque ningún otro país tiene el poder y la capacidad para imponer una revisión de su estatus global en la Unión, el ejemplo británico sí va a servir para que otros países con menor peso político y económico se planteen cuestionar el sometimiento a las directrices de Bruselas en determinados ámbitos.
Por otra parte, la crisis de los refugiados está poniendo de manifiesto que ante retos de gran envergadura, los distintos países están dispuestos a anteponer sus intereses particulares a cualquier directriz comunitaria.
Los síntomas de erosión no pueden ser más evidentes. Desde Hungría hasta Austria o Dinamarca hacen oídos sordos a la mismísima Merkel, que ha tenido que retractarse de su posición inicial de abrir las puertas comunitarias a los refugiados y hacer la vista gorda ante los evidentes actos de insumisión. El resultado es que de los cerca de 200.000 refugiados que debían haberse instalado en suelo europeo, apenas lo han hecho 200. Creando su concentración en Grecia y Turquía una situación auténticamente explosiva a las puertas de Europa.
Mientras el declive de la hegemonía norteamericana se acentúa en todo el mundo, los países europeos son incapaces de librarse de las ataduras político-militares que los enganchan a ella. En buena lógica, los intereses de las grandes burguesías monopolistas europeas deberían pasar por el establecimiento de unas buenas relaciones estratégicas con China y Rusia y por el impulso a la recuperación y el crecimiento económico de la eurozona en su conjunto. Pero lo que está ocurriendo es justamente lo contrario. Enfrentamiento abierto con Moscú, enfriamiento de las relaciones con Pekín, saqueo y degradación de las economías europeas más débiles y dependientes y reforzamiento de los vínculos con EEUU, desde los económicos (TTIP) hasta los militares (OTAN).
La consecuencia de todo esto no puede ser sino un largo período de estancamiento de la economía europea, convertida en un peón cada vez más irrelevante en la escena mundial. La fuerte emergencia en Europa de los llamados partidos antisistema o populistas –ya sea a derecha, como el Frente Nacional francés o a izquierda como Syriza o Podemos– lo que en realidad está poniendo sobre el tapete es la necesidad de que Europa rompa vínculos de dependencia con EEUU y adopte un desarrollo político independiente. Sin él, el fracaso del actual proyecto de unidad europea y el creciente deterioro de su economía están más que asegurados.
La Unión Europea que hoy conocemos corre el riesgo de convertirse en la primera víctima del nuevo desorden mundial.