La miniserie de televisión ofrecida días pasados por Televisión Española, dedicada a reconstruir los sucesos que envolvieron la intentona golpista del 23 de febrero de 1981 y en especial la actuación del rey («23-F: el día más difícil del Rey»), se ha convertido en la «serie de ficción» más vista en la historia de la televisión en España. Casi siete millones de personas siguieron el pasado jueves el segundo capítulo, después de que más de seis vieran el primero dos días antes. Eso, indudablemente, demuestra una cosa: que en nuestro país hay un gran interés por saber, y sobre todo, por conocer los intríngulis de nuestra reciente historia, tan llena de recovecos oscuros, sucesos inexplicados e incógnitas por despejar.
Sin embargo, y tal y como era de eserar, el producto elaborado por TVE y hábilmente comercializado, está muy lejos de plantearse resolver incógnitas o zonas oscuras y mucho menos contar algo nuevo o poco sabido, y se limita de una forma escrupulosa a refrendar la "versión oficial" que en su día se elaboró para dar carpetazo al hecho e, incluso, como corresponde al tono hagiográfico que baña todo el relato, a edulcorar esa versión con unas azucaras gotas de melodrama familiar con las que "remendar" algunos de los "rotos" que la imagen del rey ha sufrido estos últimos años.Así -y como muy bien ya se ha apuntado en otra sección de esta revista- en la miniserie de televisión española se hurta a los españoles los tres principales protagonistas de aquel golpe -los Estados Unidos de Reagan, Adolfo Suárez y el CESID- y su verdadera motivación -liquidar la política neutralista de Suárez y meter a España en la OTAN-, y todo queda reducido a la escenificación de un "duelo" entre un general felón y traidor y un monarca demócrata y muy humano: un malo, muy malo, que pierde, y un bueno, muy bueno, que triunfa, y al triunfar nos salva a todos, salva la democracia y salva al país.Es cierto que cualquier versión cinematográfica o televisiva debe reducir un conflicto a sus parámetros básicos y funcionar de alguna forma con estereotipos. Pero al mismo tiempo, para que tenga unas dosis relativas de verdad, debe mostrar a los personajes como complejos y contradictorios, mostrar las esquinas menos visibles de las cosas y aportar algo de nueva luz. Sólo en las dictaduras, el dictador no tiene ninguna mácula, su vida es ejemplar desde el día en que nació hasta el de su muerte y en cada uno de sus actos. ¿Qué se esconde tras ese afán "oficial" de mostrar una conducta inmaculada y ejemplar en todo de quien todos sabemos que es un personaje con muchas luces y sombras?Veinticuatro horas antes de que Tejero entrara con sus guardias civiles en el Congreso todas las bases americanas en España se encontraban en estado de alerta, así como la Sexta Flota americana en el Mediterráneo. Esto es un hecho corroborado de la realidad y comprobable. Un solo hecho que introducido en la ficción hubiera obligado a cambiar el guión de arriba abajo. Un simple hecho que deconstruye él solo toda la versión oficial. Y como este hecho hay muchos otros. Hechos que hablan a las claras de que esa versión es, como mínima, incompleta.En EEUU jamás se han atrevido a hacer una película sobre el asesinato de Kennedy apoyándose y respaldando la versión oficial establecida en el famoso e increíble informe de la comisión Warren. El resultado sería grotesco e indigerible. Por el contrario, sí hicieron "JFK", una película que tumba la versión oficial y apunta a la verdad, sin poderla asir por completo, por supuesto.Pero aquí, el tinglado es tan débil, el país es tan frágil, el poder es tan artificial, que no podría soportar una ficción mínimamente verosímil sobre la realidad de su pasado inmediato. Por el contrario, necesita afianzarse repitiendo hasta la saciedad sus propios "informes Warren". Y haciendo no sólo que el público los vea sino que la intelectualidad los "certifique", como hacen Santos Juliá y Juan Cruz en El País, a quienes a estas alturas ya no les molesta ni las toneladas de azúcar vertidas por TV para hacer digerible un guiso particularmente infame.