Cuando oigo hablar a líderes políticos, a los grandes CEOs del oligopolio eléctrico o a sesudos tertulianos defendiendo a la energía nuclear como «aliada contra el cambio climático» y de la necesidad de otorgarle el título de «energía verde», lo primero que me viene a la cabeza no son imágenes de Fukushima o de Chernóbil -esas llegan después- sino las de la intro de Los Simpson, ese trozo en el que Homer manipula un cacho de material verde radioactivo, suena la campana y se lo lleva para casa.
Me chiva el refranero que «aunque la mona se vista de seda, mona se queda». Es cierto que en la generación de energía nuclear no se emiten gases de efecto invernadero más allá del vapor de agua, pero todos sabemos que generan residuos radioactivos letales, que tardan miles de años en descomponerse, y que representan un enorme peligro para la salud de las personas y los ecosistemas.
Por más que nos digan que la seguridad de las modernas centrales haya mejorado, lo cierto es que desde su nacimiento en los años 50 la energía nuclear nos ha dado hasta siete accidentes de escala 5 o superior (sobre 7). Todos tenemos presentes los dos de nivel máximo en Japón (2011) y en la URSS (1986), pero quizá muchos recuerden el de Three Mile Island (1979, EEUU, escala 5) o el susto de nivel 3 de Vandellós (Tarragona, 1989).
¿Cómo hemos pasado de «¿Nucleares?, no gracias!» -campaña emblemática del movimiento ecologista de los 80- a que los voceros del capitalismo verde quieran vendernos al Uranio 235 como «eco-friendly»?
Como todo lo que tiene que ver con el «greenwashing» (lavado de cara verde), hay que seguir la pista del dinero. Resulta que las normas de los fondos europeos post-pandemia -el mayor paquete de estímulo jamás financiado por la UE, más de 2 billones de euros- exigen que gran parte de ese dinero sólo financie proyectos energéticos o de transición ecológica que lleven la etiqueta «verde», es decir, que no sean «dañinos para el medio ambiente»
Y por eso Francia -que tiene la friolera de 58 centrales nucleares- está empeñada en pintar de verde a la nuclear. La misma razón que esconden Endesa e Iberdrola, propietarias del 100% de las siete centrales nucleares que hay abiertas en España.