El presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, sintetizó ayer el malestar europeo sobre la crisis de Bankia con un análisis conciso y preciso que, aunque engloba también a otros Gobiernos, parece pensado concretamente para el español actual: “Esa es la peor manera de hacer las cosas porque al final todo el mundo acaba haciendo lo correcto, pero al coste más alto posible”. Draghi concluía así una descripción impecable de la realidad, en la cual los Gobiernos subestiman sistemáticamente las necesidades de recapitalización de sus bancos en crisis y presentan, por resistirse a aceptar la realidad, “una primera evaluación, después una segunda, una tercera, una cuarta”. Todas ellas insuficientes, cabría añadir. El Gobierno español ha llegado a dar tres previsiones de necesidades de capital; y es posible que ni siquiera la última, 24.000 millones, sea definitiva.
Hay que admitir que la crítica del presidente del BCE es acertada. El Ministerio de Economía ha obrado en el caso de Bankia con cierta improvisación, hasta el punto de que, como demuestra la prima de riesgo, está acercando la economía española a la necesidad de intervención. La cuestión es si esta frivolidad procede del ánimo de ocultar a la opinión pública la enormidad de una catástrofe financiera en la que han participado activamente el PP madrileño y un político tan destacado del partido como Rodrigo Rato, o si procede de la ignorancia. En cualquier caso, no es admisible la tesis, difundida con entusiasmo por el Gobierno y Génova, que atribuye al gobernador del Banco de España, Fernández Ordóñez, toda la culpa del siniestro financiero; y tampoco es de recibo el intento del presidente del Gobierno de culpar a Grecia; aunque se empeñe en lo contrario, la responsabilidad principal de la alarma de intervención que suponen 534 puntos básicos de diferencial es de la pésima gestión de la reforma financiera y de la crisis de Bankia que ha ejecutado su Gobierno.