Hay algo más que sólo un cambio de tercio en la expresión militar, diplomática y política en las tensiones internacionales de este arranque del Siglo XXI. Antes que de toda otra cosa, estamos ante un cambio de escala en el formato de los asuntos internacionales; es decir, ante el desplegado desarrollo de la globalización en lo que respecta a las nuevas implicaciones y repercusiones de los nuevos conflictos.
Hay algo más que sólo un cambio de tercio en la expresión militar, diplomática y política en las tensiones internacionales de este arranque del Siglo XXI. Antes que de toda otra cosa, estamos ante un cambio de escala en el formato de los asuntos internacionales; es decir, ante el desplegado desarrollo de la globalización en lo que respecta a las nuevas implicaciones y repercusiones de los nuevos conflictos.La Unión Europea no se vería envuelta en las resultantes continentales de la guerra de Siria – que es el motor de los motores del tsunami migratorio que literalmente la inunda- sin la irrupción en ella del “Estado Islámico” o Daesh, con el correspondiente arrastre terrorista del yihadismo que impulsa la estampida migratoria.
Proceso que genera dinámicas de inducción por las que afluyen y se suman a los primeros trasterrados, a los refugiados sirios, otros gentíos de las más diversas procedencias: iraquíes, paquistaníes e incluso afganos, desde Asia; pero también africanos del nordeste, del norte magrebí y del Sahel. Algunos (los suficientes) infectados por el mosquito islámico del yihadismo. Eclosionado, según cabe sospechar, por la mutación genética del nacionalismo árabe: sucumbido en la última guerra de Iraq. Un nacionalismo que mantenía frenado al radicalismo suní que ahora acaudilla –curiosa coincidencia- un sujeto pretendidamente califal que atiende por el sobrenombre de Al Bagdadí.Por la escala de efectos que el “Estado Islámico” vuelca sobre Europa – directamente unos, de naturaleza terrorista, como los atentados en Francia; e indirectamente, de forma mediata, por la generación del migratorio seísmo demográfico que genera desde Siria – tiene toda su lógica la iniciativa norteamericana de que se articule la cooperación de la OTAN con la Alianza Internacional que aporta la acción aérea contra los reductos del Daesh. En todo caso, si la OTAN accediera, la acción estaría apoyada por sus 28 Estados, 26 de los cuales pertenecen al espacio europeo. Hay proporción entre lo que se le demanda a la OTAN (asistencia de medios aéreos cualificados) y los intereses primordialmente europeos que es preciso preservar por vía de la defensa. Los trastornos de toda condición que ahora soporta la Unión Europea exigen el recurso a todo género de respuestas. Obviamente incluidas en la cooperación de la OTAN.