Las naciones ibéricas no sólo compartimos una historia común, una cultura mutuamente influenciada y un potente y subterráneo sentimiento de hermandad, sino que los escenarios políticos a uno y otro lado de la frontera se influyen el uno al otro. Los resultados de las generales en Portugal, justo cuando, con los comicios en Castilla y León, se abre un nuevo ciclo electoral en la segunda mitad de la legislatura, tienen una importante resonancia en el plano político español.
La primera repercusión es un fortalecimiento del PSOE, pero también del del gobierno de coalición. En Portugal, los ataques de la oposición conservadora del PSD nunca han alcanzado, ni de lejos, el grado de agresividad y virulencia que ahora estamos viendo, pero también hubo un tiempo en el que la derecha puso con desdén el mote de «geringonça» a la alianza de gobierno de las izquierdas, refiriéndose a un engendro que por fuerza tendría corta vida. Se equivocaban, lo mismo que los que en España hablaban de «gobierno Frankestein», donde nada indica que el ejecutivo de coalición ente PSOE y Unidas Podemos no vaya a poder agotar la legislatura.
Muchos, en Génova, en la Puerta del Sol, o en los cenáculos oligárquicos, se frotaban las manos con la expectativa de un cambio de ciclo político en Portugal. Más aún con la posibilidad de una suerte de «geringonça de derechas», con los conservadores del PSD aliados -cual Isabel Díaz Ayuso- a los ultraliberales de Iniciativa Liberal o incluso con la extrema derecha de Chega. Tal cosa no sólo hubiera supuesto el retorno de las recetas económicas austericidas que los portugueses sufrieron en la década pasada, sino la versión lusa del gobierno de «recortes sin complejos» que desde el PP, desde Vox -y sobre todo desde la los rascacielos de la Castellana, y desde Washington y Bruselas- muchos centros de poder ansían ensayar en nuestro país.
No hay duda de que, si esos hubieran sido los resultados en Portugal, se habría recrudecido en España el acoso y derribo -con toda su pirotecnia de barro y ruido- de las derechas contra el gobierno. Pero tal cosa no ha pasado, y la contundente victoria electoral -por mayoría absoluta- de los socialistas de Antonio Costa en Portugal no ayudará, al otro lado del Duero, a la campaña de Mañueco, sino todo lo contrario.
Pero hay vectores no tan halagüeños. Los resultados de Antonio Costa fortalecen a Pedro Sánchez -ambos dirigentes socialistas unidos por una conocida amistad- pero también empujan, o dan pie, a que en lo que resta de legislatura hasta las generales de 2023 la parte socialista del gobierno se haga más conservadora, atreviéndose a llevar un poco más allá las tensiones con Unidas Podemos, sabiendo que los morados habrán tomado nota de los resultados de sus homólogos -Bloco de Esquerdas o CDU- y de las nefastas consecuencias de romper la relación de apoyo y exigencia al gobierno socialista, al votar en contra de los presupuestos.
Es posible que la mayoría absoluta de los socialistas en Portugal potencie a un Ferraz más comunicado con Bruselas -sede de las instituciones europeas, pero también de la OTAN- que con sus socios de gobierno. Más dispuesto a pagar el precio -en políticas macroeconómicas- que la Comisión Europea quiera poner por los paquetes de los 140.000 millones. Pero también un PSOE más atlantista, más animado a encuadrar a España en los planes de la Alianza y en la geopolítica norteamericana, en la esperanza de que Washington interceda por Madrid en las crisis con Marruecos. Un plausible vector en absoluto favorable para los intereses del pueblo y del país, y para la defensa de la soberanía nacional frente a los centros de poder extranjeros.