Nunca como hasta ahora unas elecciones norteamericanas se habían celebrado bajo el signo de un empate tan pertinaz, donde ambos contendientes tienen casi las mismas posibilidades de ganar la Casa Blanca.
La razón de esta enconada disputa, no ya entre Harris y Trump, sino entre dos líneas que representan a dos fracciones enfrentadas dentro de la clase dominante norteamericana, no es otra que el ocaso imperial de la superpotencia.
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[NOTA: Cuando cerramos esta edición de Chispas, aún queda una semana para las elecciones norteamericanas del 5 de noviembre, y ambos candidatos están empatados en las encuestas, siendo imposible predecir el curso más probable de los acontecimientos. Exponemos un marco valorar esta contienda. En próximas ediciones de la revista ofreceremos una análisis detallado del resultado]
Quedan pocos días para las elecciones norteamericanas -un acontecimiento decisivo no sólo para EEUU, sino para el mundo, pues de ellas depende la línea que va a dirigir a la superpotencia- y Kamala Harris y Donald Trump están prácticamente empatados en las encuestas, con muy poca diferencia. Harris tiene relativamente bien atados 226 votos electorales, solo unos pocos más de los que tiene asegurados Trump (219) y todo depende de qué lado se decanten siete «Swing States» o «Estados péndulo» con sus 66 compromisarios del colegio electoral.
En estos momentos el «momentum» electoral -el pulso de las encuestas, el ánimo de los votantes- parece estar decantándose del lado de un Trump que lleva cinco semanas subiendo en los sondeos, tanto en los nacionales como en las de los siete Estados claves, algo que le ha permitido deshacer la leve ventaja (de apenas 3 o 5 puntos) que tenía la demócrata.
Es posible que en esto haya tenido algo que ver los acontecimientos del último año en Oriente Medio, con sectores muy importantes de potenciales votantes de Harris -jóvenes y minorías musulmanas- frontalmente opuestos al apoyo de la administración Biden al genocidio israelí sobre Gaza. Con un empate tan obstinado, cualquier leve desmovilización del voto demócrata puede ser decisiva para dar cualquiera de los Swing States a los republicanos.
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¿Qué pasará el 6 de noviembre?
La temperatura del debate político es incandescente, mucho mayor que la de la bronca recta final de 2020 de Trump contra Biden, que como todo el mundo sabe acabó con una turba de trumpistas asaltando violentamente el Capitolio.
Cuatro años después, Trump no sólo no ha pagado -ni penal ni políticamente- por su responsabilidad en este alzamiento golpista, sino que sigue sosteniendo públicamente que las elecciones de 2020 fueron «un robo».
Las recientes declaraciones de John Kelly, ex-jefe de gabinete de Trump, que ha dicho que el magnate elogia a los dictadores -«necesito el tipo de generales que tenía Hitler», llegó a decir- o del ex Jefe del Alto Estado Mayor de EEUU, Mark Milley -«Trump es un fascista hasta la médula»-, añaden más incertidumbre y tensión ante lo que puede pasar si los republicanos pierden las elecciones, o si el resultado queda en entredicho por el recuento en algunos estados, tal como pasó en Georgia en 2020 (donde Trump presionó al gobernador para hacer “pucherazo”) o en Florida en 2001 (donde un recuento cuestionable dió la victoria a G.W.Bush).
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Una pugna en el corazón de su clase dominante
La razón última de esta profunda grieta en el corazón de la superpotencia, de esta aguda polarización que recorre no sólo a las élites del Capitolio, sino a todos los aparatos del Estado y por supuesto a la opinión pública, no es otra que la aguda división en el seno de la propia clase dominante norteamericana, en la que desde hace décadas han aparecido dos fracciones oligárquicas, que apuestan por diferentes líneas para EEUU.
Ambas fracciones dentro de la burguesía monopolista yanqui -la representada por Harris y la representada por Trump- tienen un mismo y último objetivo -salvaguardar a toda costa la hegemonía norteamericana- y tienen que atender a los mismos imperativos estratégicos: contener el ascenso de China, incrementar el expolio norteamericano en las áreas del planeta que todavía están en la órbita norteamericana, y defender los intereses de EEUU frente a la creciente lucha de los países y pueblos del mundo.
Pero, representando a diferentes sectores de la burguesía monopolista yanqui, ambas líneas difieren sustancialmente en las políticas, en la estrategia y la táctica a seguir para conseguir esas metas. Difieren no sólo en cuestiones domésticas fundamentales -políticas económicas y sociales, derechos de los migrantes o de las mujeres, etc…- sino en asuntos claves para la hegemonía: cómo contener a Pekín, que hacer en la guerra de Ucrania, cómo tratar a los aliados…
Y en última instancia, esta lucha de fracciones y de líneas se vuelve más bronca cuanto más avanza el ocaso imperial norteamericano
Ninguna de las últimas presidencias de EEUU ha sido capaz de revertir, ni detener, ni siquiera de ralentizar el acelerado ocaso imperial de la superpotencia, ni el ascenso de China o del nuevo orden multipolar. Por eso, cuanto más avanza este acentuado declive, más aguda se vuelve esta aguda disputa en el seno de la oligarquía norteamericana y de su establishment político.
Estas -el ocaso imperial y la aguda división de la clase dominante norteamericana en torno al camino a tomar- son las causas que subyacen al explosivo panorama y a la profunda incertidumbre que rodean a las elecciones del 5 de noviembre.