El 26 de diciembre de 1991, la URSS dejaba de existir. Desaparecía una de las dos superpotencias, que en su disputa por la hegemonía mundial habían inundado el planeta de guerras, invasiones, fascismos, golpes de Estado…
La caída del imperio soviético fue un terremoto global cuyas consecuencias siguen teniendo hoy una poderosa influencia, ¿pero en qué sentido?
Todavía hoy en el seno de la izquierda hay quienes lamentan la caída de la URSS, afirmando que su desaparición perjudicó a los pueblos y propició el avance del “capitalismo salvaje”.
Los comunistas de UCE mantenemos exactamente la posición antagónica. Celebramos, hoy como hace 30 años, el final del fascismo soviético, y consideramos que fue una victoria de alcance histórico para la liberación de los pueblos y la causa del socialismo.
.
La valoración que hoy adoptemos ante la desaparición de la URSS no es solo, ni principalmente, un tema para “analistas de política internacional”. Tampoco interesa únicamente a historiadores. Tiene una brutal actualidad y unas enormes consecuencias prácticas. Es clave para poder impulsar hoy una alternativa revolucionaria y hacer avanzar la lucha de los pueblos.
¿Cuál es la valoración dominante hoy en determinados ámbitos de la izquierda sobre la caída de la URSS? El ex secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, afirma que “el fin del bloque soviético fue un desastre geopolítico. Creó un mundo más difícil en el que los que aspiramos a una sociedad emancipatoria tenemos todas las de perder. Lo que había en la URSS era muy feo, pero en el mundo se podían imaginar posibilidades de transformación más interesantes cuando existía la dinámica de los bloques”.
¿Qué “sociedad emancipatoria” podía construirse con los tanques breznevianos invadiendo países o los gulags encarcelando disidentes? ¿Qué “posibilidades de transformación más interesantes” existían bajo el fascismo del KGB?
Hacer pasar por revolución el fascismo y el imperialismo soviético sí que ciega cualquier posibilidad de emancipación.
Y la liberación de la intervención y subversión soviética sobre muchos países y organizaciones ha permitido en los últimos treinta años un enorme avance de la lucha de los pueblos.
Hacer pasar por revolución el fascismo y el imperialismo soviético sí que ciega cualquier posibilidad de emancipación
Razones y protagonistas
La desaparición de la URSS se formalizó en diciembre de 1991, pero sus razones datan de muchos años atrás.
Hacía mucho tiempo que el país de Lenin había dejado de ser socialista. Una ultrareaccionaria burguesía burocrática, la “nomenklatura”, había tomado el poder. Convirtiendo a la URSS en un país socialfascista y socialimperialista, socialista de nombre pero fascista e imperialista en los hechos.
Bajo el dominio absoluto de la policía política, el KGB, se impuso el más feroz fascismo sobre el pueblo. Y se edificó un degenerado capitalismo burocrático que condenaba a la miseria a la mayoría.
La URSS socialimperialista se convirtió en la superpotencia más agresiva y en la principal fuente de guerra, emprendiendo una frenética ofensiva global.
Ya en los años setenta la Teoría de los Tres Mundos, texto clave del pensamiento Mao Tse Tung, anticipó su hecatombe, anunciando como la voracidad de la URSS estaba muy por encima de su capacidad.
Pero alguien debía “ponerle el cascabel al gato”. La hecatombe soviética no solo se debió a los méritos de la otra superpotencia. También, y sobre todo, a la feroz resistencia de los pueblos.
Los comunistas fuimos parte activa en empujar a la URSS al abismo. Y estamos orgullosos de ello. El PCCH, y con él todos los partidos pensamiento Mao Tse Tung en el mundo, señaló a la URSS como una superpotencia socialfascista y socialimperialista. Y en 1.979 impulsó la formación de un “frente antihegemonista” contra los planes ofensivos soviéticos”.
Fue el pueblo afgano quien infringió a la URSS una sonora derrota. Al mismo tiempo, en Europa oriental, con Polonia y el sindicato Solidaridad a la cabeza, los pueblos se levantaban contra el dominio soviético. Lo mismo hacían países africanos como Egipto, Sudan o Zaire, derrotando los intentos de dominación de Moscú. Y a ellos se sumó el pueblo soviético. La lucha de los pueblos tuvo la capacidad de derrotar a toda una superpotencia. Hoy quieren que nos olvidemos de ello.
La URSS socialimperialista se convirtió en la superpotencia más agresiva y en la principal fuente de guerra, emprendiendo una frenética ofensiva global.
¿Quién salió beneficiado?
Los hechos desmienten rotundamente la visión, ampliamente difundida en sectores de la izquierda, de que la desaparición de la URSS beneficio al imperialismo y a EEUU, y creó condiciones más difíciles para los pueblos.
Lo que ha sucedido en los últimos 30 años ha sido exactamente lo contrario.
Hace tres décadas existían dos superpotencias, EEUU y la URSS. Hoy una de ellas ha desaparecido. Esta amputación del campo del hegemonismo es una victoria histórica, debilita al imperialismo y crea mejores condiciones para el avance de la lucha de los pueblos.
Tras quedar como única superpotencia, EEUU se “emborrachó de poder”, decretando “el fin de la historia” y anticipando “un nuevo siglo norteamericano”. Su “resaca”, al estrellarse contra la realidad, todavía le duele.
Se olvidaron de los pueblos, y pagaron las consecuencias. No fue la otra superpotencia, sino el pueblo vietnamita quien infringió a EEUU su derrota más decisiva. Y ha sido la lucha de los pueblos la que ha hecho retroceder a Washington, agudizando un declive imperial que ya ha entrado en la fase de su ocaso.
Y la desaparición de la URSS, la superpotencia más peligrosa y la principal fuente de guerra, ha sido una victoria de alcance histórico para la liberación de los pueblos y la causa del socialismo.
Libres de las agresiones, presiones y amenazas de Moscú, o de su intervención en movimientos populares y revolucionarios, se han creado condiciones mucho más favorables para el avance de la lucha antihegemonista y revoluciónaria.
Países como Cuba, Vietnam, Angola, Mozambique… convertidos en plataforma de agresión e intervención de la superpotencia soviética, forman ahora parte importante del movimiento antihegemonista mundial. Otros, como India, han podido desarrollarse al desaparecer las draconianas condiciones que les imponía Moscú.
Sin una superpotencia como la URSS usurpando la bandera roja, el marxismo y el movimiento comunista han ganado prestigio e influencia.
Desde que la URSS no existe, los pueblos del mundo hemos conquistado cualitativos avances, en los cinco continentes. La mitad de la población mundial, unos 3.500 millones de personas, viven en países que -en todo o en parte- han conseguido zafarse del dominio hegemonista o han logrado ganar amplias cotas de autonomía y soberanía respecto a la superpotencia norteamericana. Un campo, el de los países y pueblos que no solo combaten al hegemonismo sino que son capaces de derrotarlo o hacerlo retroceder, que se incrementa cada día.
Sin una superpotencia como la URSS usurpando la bandera roja, el marxismo y el movimiento comunista han ganado prestigio e influencia. Especialmente tras la crisis de 2008, los sectores más conscientes miraron al marxismo como alternativa. Un cuarto de la humanidad vive en países o regiones bajo la dirección de partidos comunistas. Y detrás de todos los movimientos populares, gobiernos progresistas o luchas de masas, en los cinco continentes, encontramos a partidos comunistas revolucionarios actuando como columna vertebral o ejerciendo una poderosa influencia.
Treinta años después de la desaparición de la URSS, el saldo no puede ser más favorable para los pueblos y la revolución. Lo que debemos hacer hoy es celebrarlo.