El 1 de octubre de 1949 se fundó la República Popular de China. La magnitud de este acontecimiento está acreditada solo con contemplar un mundo actual en el que la emergencia del país asiático juega un papel cada vez más relevante. Abrimos un serial en el que vamos a conocer las enormes consecuencias de una revolución de la que este año se celebra su 70º aniversario.
Tras la Revolución de Octubre de 1917, la Revolución China de 1949 supuso un segundo terremoto que cambió para siempre la correlación de fuerzas mundial. En ese momento, un tercio de la humanidad pasó a vivir en países socialistas, bajo la bandera roja. Y la liberación de China del yugo extranjero fue un trascendental punto de apoyo para la catarata de procesos descolonizadores, que tuvo su primer gran foco en Asia, y que dieron origen al Tercer Mundo como un actor propio en el tablero global.
Pero antes de hacer una valoración del impacto político de la revolución china, innegable incluso para el más acérrimo de sus detractores, debemos partir de los hechos. ¿Qué transformaciones materiales se han producido en China tras el triunfo de la revolución? Algo que solo podemos realizar por comparación con la situación que el país asiático vivía antes de 1949. Al estudiar los hechos, los datos objetivos, comprobamos que, independientemente de la valoración que se tenga sobre el régimen chino, el triunfo de la revolución ha hecho posible un gigantesco cambio, sin precedentes en la historia de la humanidad, que no solo podemos ver reflejado en la “alta política”, sino también y sobre todo en el grado de bienestar y participación política de la población.
1842-1849. Un siglo de intervención imperialista
La caída a los infiernos de China
A principios del siglo XIX China concentraba el 32,4% de todo el PIB mundial. Un volumen que era un tercio superior a la suma de toda Europa Occidental. Un siglo después, en 1900, la participación de China en el PIB mundial había descendido hasta el 10%, y en 1950 apenas representaba un 5,2%, una sexta parte del que suponía en 1820. ¿Qué provocó este colapso de la economía china?
El origen de este descenso a los infiernos lo encontramos en la Guerra del Opio, desarrollada entre 1839 y 1842. Inglaterra se anexiona Hong Kong e impone draconianas condiciones que le permiten ocupar el mercado chino. Posteriormente, Rusia y Japón ocuparan otros territorios chinos. Al mismo tiempo, Francia, Alemania y EEUU logran importantes ventajas comerciales. En un brevísimo periodo de tiempo, China, que no era una zona atrasada sino un inmenso país con una civilización milenaria, es ocupada y sometida a un grado extremo de dependencia por las fuerzas del nuevo imperialismo en ascenso.
Antes de 1949, un siglo de ocupación imperialista había impuesto sobre China un grado extremo de subdesarrollo, postración y expolio
El resultado de un siglo de intervención imperialista sobre China es que, a pesar de que la población había aumentado, pasando de 228 millones de habitantes a 305, el volumen del PIB en 1950 era casi idéntico al de 1820. Mientras que el de las grandes potencias europeas se había multiplicado por 8, y el de EEUU por 116. Un siglo de fulgurante desarrollo de la economía mundial del que China había sido desplazada, convertida, si no en colonia “oficial”, sí rebajada a una situación semicolonial donde sus ingentes riquezas habían pasado a estar controladas por el capital extranjero.
El resultado de esta dominación imperial es que el PIB per cápita de China no solo no aumentó, sino que en 1950 era un 12% inferior al de 1820. Según remarca Ramón Tamames, siguiendo datos de la ONU, si a principios del siglo XIX el PIB per cápita chino era similar al mundial, en 1950 quedó reducido a 40 dólares, a una distancia insalvable del promedio del planeta, fijado en 250 dólares. Lo que suponía la mitad del PIB per cápita de la India o de amplias zonas de África, todavía bajo dominación colonial.
Este es el exacerbado grado de saqueo exterior al que China estaba sometida antes del triunfo de la revolución en 1949, que se apoyaba internamente en una anquilosada clase terrateniente y una burguesía absolutamente dependiente del capital y las potencias foráneas. Ello se traducía en un país atrasado, eminentemente agrícola y con una industrialización incipiente, en el que el analfabetismo y la pobreza abarcaban al 80% de la población y la esperanza de vida media había disminuido hasta los 35 años. Solo conociendo cuál era la situación de China antes de 1949, su grado de subdesarrollo, postración y expolio, podremos comprender la gigantesca transformación material operada tras el triunfo de la revolución.
1949-2019
Y China se puso en pie
Cuando se valoran los efectos para la población del crecimiento chino suele ponerse el peso en el aumento de las desigualdades, expresada en el creciente número de millonarios, o en el desnivel entre las zonas más desarrolladas y unas zonas rurales rezagadas. Esas contradicciones existen, y generan tensiones sociales. Pero limitarse a ellas es adoptar una visión que nos impide comprender la magnitud de los cambios operados en China y sus consecuencias para la población.
Una institución tan poco sospechosa de connivencia con Pekín como el Banco Mundial ha alabado en su último informe “los logros notables de China en la reducción de la pobreza”. Destacando que China es responsable de que 850 millones de personas hayan salido de la pobreza en los últimos 40 años. Es la mayor contribución a la reducción de la pobreza a escala mundial. La ONU ha felicitado también a China, al ser el país que más ha avanzado en la consecución de uno de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, reducir el número de personas que viven en la pobreza extrema, que viven con menos de 1,25 dólares al día. En el país asiático, hace 40 años vivía por debajo de este umbral el 60% de la población, y ahora se ha reducido al 12%. No son valoraciones políticas, sino hechos. Y no era una reducción inevitable fruto del desarrollo de la economía mundial. En el África subsahariana, el 48% de la población sigue subsistiendo con menos de 1,25 dólares al día.
Tras la Revolución de Octubre, la Revolución China de 1949 supuso un segundo terremoto que cambió para siempre la correlación de fuerzas mundial
Lo mismo sucede cuando repasamos cada uno de los parámetros que se utilizan para medir el grado de bienestar de una sociedad. Antes de la revolución de 1949 era imposible ni siquiera pensar en un sistema de salud. Hoy, entre el 90% y el 95% de la población china tiene acceso a los servicios sanitarios. China, además, jugó un papel fundamental en el desarrollo de uno de los mecanismos que más han democratizado la atención sanitaria en el mundo, la atención primaria, contribuyendo a su impulso en la Conferencia de Alma Ata celebrada en 1978, con el lema “Salud para todos”. Frente al 80% de analfabetismo, que se elevaba hasta superar el 90% en las zonas rurales, la revolución hizo un extraordinario y sostenido esfuerzo por universalizar el acceso a la educación.
China sigue siendo un país del Tercer Mundo, y el nivel de vida de su población debe seguir incrementándose, pero el cambio que China ha dado en estos últimos 70 años es innegable.
¿Existe más o menos democracia en China que antes del triunfo de la revolución? En la China prerrevolucionaria, el asfixiante dominio de los terratenientes en las zonas rurales ―en un país donde el 90% de la población era campesina―, o el autoritarismo del gobierno del Kuomintang en las ciudades, imponía una severa exclusión social para la mayoría de la población. Tras el triunfo de la revolución en 1949, la ley igualó los derechos de hombres y mujeres, y legalizó el divorcio. Un giro trascendental en una sociedad rígidamente patriarcal, donde las mujeres estaban excluidas de toda actividad social. Y frente a la idea, ampliamente difundida, de una sociedad china desarticulada y sometida, la realidad nos muestra una caldera de luchas y movilizaciones. Solo en el ámbito laboral, en China existen 300 millones de trabajadores organizados en sindicatos ―el récord mundial―, que organizaron el pasado año una media de ocho huelgas diarias; una movilización que ha conseguido que se triplique el salario medio en la industria en los últimos diez años.
¿Deng contra Mao?
Los hechos son contundentes, y nadie puede negar el crecimiento chino y sus efectos en las condiciones de vida de la población. Pero permanentemente se nos dice que este salto en el desarrollo económico fue posible gracias a las reformas económicas emprendidas a partir de 1978. El mensaje es claro: el “izquierdismo” de Mao condujo a la economía china al desastre, mientras que el “pragmatismo” de Deng Xiaoping ―arquitecto de las reformas― trajo la bonanza, al dar entrada al capital extranjero o abandonar la férrea colectivización. Se nos repite que “el comunismo de Mao condujo el país a la ruina” y que las mejoras solo vinieron cuando “se adoptó el capitalismo”.
Vamos a contrastarlo con los hechos. Es falso que China se empobreciera en el periodo 1950-1978. Hubo periodos de recesión y enormes dificultades, pero, visto de conjunto, el PIB chino se multiplicó por cuatro. China se encontraba en 1949 en las peores condiciones posibles, si solo valoramos su situación económica, triturada tras la ocupación japonesa y la posterior guerra civil. Pues bien, tras el triunfo de la revolución, China no solo recuperó el camino del crecimiento económico, prácticamente perdido desde 1820, sino que fue capaz de alcanzar unos índices de crecimiento que superaron la media mundial.
Ese camino de progreso, posible gracias al triunfo de la revolución, abarca todos los sectores económicos. En primer lugar la industria, la base que sostiene, desde 1949 hasta hoy, el crecimiento chino. La producción industrial de China creció en el periodo 1952-1978 hasta 16,5 veces más que durante el periodo anterior a la revolución, alcanzando un sorprendente nivel de inversión en la industrial del 40% del PIB. Un esfuerzo sobrehumano, no exento de errores y contradicciones, pero que sentó las bases de toda la industria nacional china.
Suele olvidarse que los cimientos del crecimiento chino no empezaron con las reformas 1978, sino con la revolución de 1949
El salto en el campo, condenado a un atraso ancestral por el dominio de los terratenientes, fue radical, así como el cambio en la posición social de los campesinos. Los propietarios de grandes y medianas explotaciones agrícolas fueron expropiados y las tierras distribuidas entre 120 millones de familias, beneficiando de manera directa a 400 millones de personas.
La transformación social que impulsó la revolución cambió la vida de millones de chinos. Si en 1949 la esperanza de vida apenas llegaba a los 35 años, en 1982 se había elevado a los 68. Y el analfabetismo, que llegaba al 80% antes de la revolución, había bajado a menos del 15% en 1976.
La aceleración del crecimiento económico de China a partir de los años ochenta ha sido espectacular. Entre 1978 y 2011 el PIB nominal se multiplicó por 130, y el PIB per cápita 92 veces. Ningún país ha podido crecer durante tanto tiempo a una media anual cercana al 10%.
Lo que suele olvidarse, interesadamente, es que los cimientos de este despegue económico sin precedentes en la historia de la humanidad no empezaron a crearse en 1978, sino en 1949.
La necesidad de un balance histórico
En 2006, Enrique Fanjul, consejero comercial durante años en la embajada española en Pekín, y unos de los analistas de los centros de estudios oligárquicos que mejor conoce la realidad china, escribía un artículo en El País titulado “Mao y la China actual”. Sus opiniones tienen el valor de venir de alguien a quien nadie puede acusar de veleidades comunistas. Fanjul critica duramente ―no se podía esperar otra cosa― al “Mao radical e izquierdista”, pero remarca que “existe otro Mao, cuya figura está estrechamente unida a la gran revolución china del siglo XX, la revolución que culminó en la implantación de la República Popular en 1949, y de la cual emana la actual China de la reforma.
El balance histórico de la revolución china debe comenzar por las enormes transformaciones materiales que permitió
Mao Tse-Tung fue el líder del Partido Comunista que llevó a cabo esta revolución, con la que China superó un largo periodo de crisis y decadencia. Gracias a la revolución comunista, China logró recuperar su unidad, rechazar las agresiones exteriores que venía sufriendo desde el siglo XIX […] realizó modernizaciones sociales básicas (quizás una de las más sobresalientes es el cambio radical en la condición de la mujer), se transformó en una gran potencia internacional”. Incluso alguien tan alejado del comunismo como Enrique Fanjul debe reconocer la decisiva importancia del triunfo de la revolución china en 1949.