Trump ha ganado con claridad las elecciones en EEUU, sacando una clara ventaja de cuatro millones de votos sobre Harris. Su hegemonía es clara en las zonas rurales, e incluso ha arrancado votos entre sectores de la sociedad que tradicionalmente han estado muy escorados hacia los demócratas, como latinos y afroamericanos.
Durante largas semanas, las encuestas, sondeos y mediciones demoscópicas mostraban un recalcitrante empate, donde cada uno de los dos contendientes -Trump y Harris- tenía casi las mismas posibilidades de salir ganador. Todo se reducía a un pequeño puñado de «Estados bisagra» que podían proporcionar el número de votos electorales para decantar la balanza.
Pero esos sondeos medían posibilidades, como los que tiene una moneda lanzada al aire de salir cara o cruz. Pero las monedas (casi) nunca caen de canto. Ahora las urnas han hablado, y la victoria de Trump es incontestable
Lo que ha pasado es que Trump ha ganado no en uno o en varios, sino en todos y cada uno de esos estados en liza: Pensilvania, Carolina del Norte, Georgia, Michigan, Wisconsin, Nevada y Arizona. Y esto es lo que le ha acabado dando los 312 votos electorales, bastantes más del mínimo de 270 que necesitaba para alzarse ganador, y 86 más de los que sacó Kamala Harris.
Pero es que Trump ha ganado también en el voto popular, siendo el primer republicano que los hace desde George Bush en 2004. Cuando Trump ganó en 2016 a Hillary Clinton, lo hizo sacando tres millones de votos menos que la demócrata. Ahora lo ha hecho superando en cuatro millones de votos a Kamala Harris.
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¿Entonces? ¿Trump ha arrasado en votos?. Pues no.
Trump ha ganado con 74.644.300 votos en todo EEUU. Pero eso son sólo 421.000 votos más de los que obtuvo en 2020 contra Biden. Es decir… en términos relativos, ha ganado un 0,56% con respecto a sus resultados anteriores.
Todo ello en unas elecciones extremadamente broncas y polarizadas, pero donde ha participado más o menos el 67% de la población adulta de EEUU, es decir, los potenciales votantes en un país donde hay que inscribirse con antelación para estar en el censo electoral. Se confirma así un sesgo histórico de la sociedad norteamericana, donde entre un 40% y un 33% de la población -las capas más empobrecidas y marginadas- se autoexcluye de participar en un sistema político que poco o nada les ofrece.
Por supuesto, esa «ola trumpista» que algunos anuncian queda aún más relativizada si consideramos que sus 74 millones de votantes son sólo el 28% de los aproximadamente 258,3 millones de adultos de EEUU.
Lo que sí que podemos afirmar que ha pasado es un desplome de votos por parte de los demócratas. Kamala Harris ha obtenido 70.910.573 votos de todo el país… 10,3 millones menos que los 81 millones que sacó Biden en 2020. Es decir, los azules han perdido un 14% de los votos. Pero también podemos ver el vaso medio lleno: la actual vicepresidenta ha sacado a los demócratas de la más que anunciada debacle que se iba a producir con un Biden que tiene un triste 36% de popularidad.
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Por sectores
Concentrándolo mucho, podemos sacar esta conclusión. Trump se ha hecho electoralmente más fuerte donde ya lo era, mientras que los demócratas han perdido terreno allí donde pensaban que tenían el voto más amarrado.
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Esto se ve muy claramente en el contraste entre la América Profunda, donde Trump ha arrasado -ampliando tres o más puntos a en los condados menos poblados de Carolina del Norte, Georgia y Pensilvania- y las grandes urbes y los suburbios de las dos costas o de los Grandes Lagos, tradicionalmente el granero de votos demócratas.
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En los segundos, aunque la hegemonía demócrata sigue siendo clara, Trump ha avanzado lo suficiente como para poder arrebatar algunos «Estados bisagra», especialmente en el que de nuevo -como ya lo fue con Hillary Clinton- ha vuelto a ser el talón de Aquiles: el llamado «Cinturón del Óxido» -la costa de los Grandes Lagos orientales- y muy en concreto Pensilvania. En 2016 estos Estados -muy industrializados, con mucha mano de obra blanca que antes gozaba de un relativo buen nivel de vida pero que ahora se consume en la decadencia y el paro- dieron la llave de la victoria a Trump; en 2020 volvieron a oscilar hacia los demócratas, ahora (salvo Illinois) han caído de nuevo en manos republicanas.
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Analizando por sectores de sexo y grupo racial lo entenderemos mejor. Trump ha consolidado su apoyo entre los hombres blancos (59% le votan), y muy en especial entre los que no tienen formación universitaria. Pero también entre las mujeres blancas (52%) a pesar de las leyes ferozmente antifeministas que promulga.
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Sin embargo, lo más significativo es que a pesar de sus tics racistas -especialmente contra los hispanos- Trump ha avanzado en lo que antes era un feudo social indiscutible del partido demócrata: afroamericanos y latinos. El republicano ha conseguido que un 20% de los hombres negros le voten, y lo que es más llamativo, ¡que lo haga un 45% de los hombres de origen hispano!.
En 2020, sólo un 32% de los latinos votó por Trump, es decir, ha avanzado hasta 13 puntos en un sector de la población contra el que dirige a diario diatribas racistas. ¿Por qué?
La respuesta es la misma que Bill Clinton le espetó a Bush padre allá por 1992: «¡es la economía, estúpido!».
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Una campaña dirigida a la amígdala… y al bolsillo
Mucho hemos sabido de los mensajes ultrareaccionarios de Trump en esta campaña electoral, de sus promesas de deportaciones masivas de migrantes, de sus mensajes incendiarios, machistas y racistas, de sus llamamientos a las emociones más bajas de los norteamericanos, directamente a su amígdala.
Pero además de esos discursos burdamente tóxicos, había una flecha envenenada mucho más certera, que parece haber sido determinante para la victoria de Trump.
La inflación ha golpeado duramente el bolsillo de millones de estadounidenses, así que Trump ha repetido machaconamente una pregunta en sus mítines: «¿Vivís ahora mejor o peor que cuando yo era presidente?».
Trump ha reservado sus diatribas acerca de los migrantes y el Muro, y en en Cinturón del Óxido ha centrado sus dardos a las condiciones de vida y de trabajo de las clases populares. Esta es la clave de por qué muchos trabajadores -también latinos y afroamericanos- de las zonas más deprimidas del país, también de los suburbios del Cinturón de Óxido, muy descontentos con la marcha de la economía con Biden, han depositado su confianza en la nueva consigna del magnate: «Trump Will Fix It» (Trump lo arreglará).
La inflación ha golpeado duramente el bolsillo de millones de estadounidenses, así que Trump ha repetido machaconamente una pregunta en sus mítines: «¿Vivís ahora mejor o peor que cuando yo era presidente?».
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La factura de ser “Genocide Joe”
El factor anterior ilustra una tesis que se ha repetido en muchos medios estos días: la de que las políticas de Biden -y de Kamala- han hecho campaña por Trump.
Pero hay otro ejemplo diáfano de esto.
El apoyo cerrado que Biden y Kamala han dado, durante todo un año, al genocidio de Israel en Gaza, a la invasión de Líbano o a la escalada de tensión en la región, con más de 18.000 millones de dórales en ayuda militar, y con blindaje diplomático y político frente a cualquier sanción o iniciativa en el Consejo de Seguridad de la ONU, han despertado la ira y el rechazo de amplias capas de la población norteamericana, y especialmente de sectores del electorado tradicionalmente demócratas -juventud y universitarios progresistas, minorías étnicas, específicamente musulmanes e indígenas americanos- desmovilizándolos de votar a Kamala Harris.
Así lo analiza Haizam Amirah-Fernández, del Real Instituto Elcano: «Algunos lo vimos venir. [El apoyo de Biden al genocidio en] Gaza desmovilizó al voto demócrata, joven y progresista. El enorme apoyo económico a la guerra movilizó a votantes republicanos contrarios a ese despilfarro. Esos márgenes han marcado la diferencia. Trump es el legado de la Administración Biden».