Tras años desaparecida, la política exterior parece volver a entrar en el debate político. Se ha concentrado toda la atención sobre la posición que España debe adoptar respecto a Venezuela, pero en los primeros pasos del nuevo gobierno también parecen anunciarse nuevas formas en la relación con EEUU o el eje franco-alemán.
¿En qué consiste la política exterior que el gobierno de coalición parece dibujar? ¿Qué se mantiene como incuestionable, y qué se aspira a cambiar? ¿Cómo van a influir estas cuestiones de “alta política internacional” en nuestras vidas?
Algunos cambios
Una de las primeras conversaciones telefónicas de la ministra de Asuntos Exteriores, Arancha González Laya, se realizó con el secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo. Y, según relató la ministra, quiso remarcar que “considera muy importante el compromiso que tiene España con EEUU albergando dos bases militares”.
Apenas 48 horas después, se produjo una insólita reunión de dos ministras -González Laya y Margarita Robles, titular de Defensa- con el embajador norteamericano en Madrid. En ella se intentó negociar una ecuación: más bases a cambio de un mejor trato comercial.
El gobierno español ha accedido a elevar sus gastos militares, como exige Washington, ha aprobado la sustitución de los cuatro destructores norteamericanos desplegados en Rota por otros más modernos, y se anticipa que también accederá a que Washington incremente un 50% su fuerza naval en la base gaditana.
Pero, y ese es el cambio, la información de El País anunciaba que “España avisa a Trump de que la hostilidad comercial pone en riesgo una mayor cooperación militar”. Washington ha golpeado a España con nuevos aranceles a productos agropecuarios, y ha impuesto sanciones a empresas que comercian con Cuba o Venezuela. Es la primera vez que un gobierno no se niega a cumplir las exigencias militares norteamericanas, pero sí las pone encima de la mesa exigiendo un trato de “aliado” en otros terrenos.
También se está moviendo la postura del gobierno español en el seno de la UE. Berlín y París contaban con España para asentar su gobierno sobre Europa, en un momento donde Reino Unido ya no está, tras el Brexit, y donde la inestabilidad italiana la convierte en un aliado de riesgo.
Parecía una apuesta segura, especialmente con un gobierno donde la vicepresidenta económica, Nadia Calviño, o la propia González Laya, provienen de las altas esferas de la Comisión Europea.
Pero ahora se anuncia otro camino, una especie de “geometría variable”, expresada así por la ministra: “ese es el rol que quiero para España: pesar más buscando alianzas con Francia y Alemania, por supuesto, pero también con otros países”.
Esta “nueva” orientación ya está empezando a dar frutos. González Laya ha anunciado, tras años de malas relaciones con Roma, “relaciones más estrechas con Italia para pesar de manera más estratégica en una UE cambiante”, en materias donde Italia y España comparten intereses. E incluso, en la batalla por los nuevos presupuestos de la UE -que incluyen aspectos tan importantes como el grado de reducción de las ayudas a la PAC-, España se ha acercado a Portugal… y a los gobiernos de Hungría o Polonia.
Y también se anuncian cambios en la dimensión hispanoamericana. La eliminación de una secretaría de Estado específica para Iberoamérica -que pasa a estar incluida en otra donde comparte atención con el resto de áreas del planeta excepto la UE- parce anunciar un paso atrás. Pero el cambio en la política respecto a Venezuela apunta en sentido contrario.
En su reciente visita a España, Juan Guaidó -líder de la oposición venezolana-, no fue recibido por Pedro Sánchez -como sí hicieron Macron o Merkel en Francia o Alemania-. Hace un año, el presidente español se sumó a una UE que reconoció a Guaidó como “presidente encargado” de convocar elecciones. Ahora esa opción -impulsada por EEUU para derribar al gobierno de Maduro- ha fracasado. Y un cierto distanciamiento otorga a España cartas para poder intervenir en Venezuela, mediando entre gobierno y oposición.
Una actitud del gobierno español que ya ha sido contestada por la administración Trump, calificándola de “desalentadora” y “decepcionante”.
Sin mover lo esencial, obtener más margen
El gobierno de Pedro Sánchez no va a cuestionar los alineamientos internacionales de España. Está cumpliendo los mandatos norteamericanos en el terreno militar, cada vez más exigentes. Y acata la senda de estabilidad presupuestaria, la camisa de fuerza de reducción del déficit y la deuda impuesta desde Bruselas.
Pero eso no quiere decir que no importen los cambios anunciados.
Lo que se intenta es, sin mover nada de lo esencial, los límites y dictados de los grandes centros de poder mundiales, conseguir un mayor margen de maniobra y actuación. Apoyándose en una situación internacional móvil, y en aquello donde España es “valiosa”.
Para EEUU, España es cada vez más importante en su despliegue militar global. Lo demuestra la nueva invitación de la administración Trump a Felipe VI para que vuelva a visitar EEUU, solo un año después de que ya lo hiciera el monarca. Un factor que permite demandar, en el reparto de daños que supone la guerra comercial impulsada por la Casa Blanca, un mejor trato para los intereses españoles.
Y en la UE, el valor de España está al alza. El desgarro del Brexit, las convulsiones provocadas por Salvini en Italia, la amenaza de un estancamiento económico crónico… convierten a nuestro país en un factor de estabilidad. Alinearse de forma cerrada con el eje franco-alemán limitaría las opciones de España, mientras que una “geometría variable”, manejando otras opciones sin cuestionar la primacía de Alemania y Francia, las redimensiona. Otorgando a España mejores cartas para negociar plazos más laxos en la reducción del déficit o minimizar los daños de la retirada de ayudas a la agricultura y ganadería.
Las actuales condiciones internacionales permiten que una opción como esta pueda ser factible, y aceptada con condiciones por los grandes centros de poder.
¿En qué nos beneficia?
La política exterior que necesita España no es la de aceptar un mayor encuadramiento en la maquinaria militar norteamericana a cambio de “favores” comerciales. Y aunque las draconianas exigencias de ajuste de Bruselas puedan ser más flexibles, aceptarlas implicará dolor.
Pero Portugal es un ejemplo de como, sin cuestionar los alineamientos globales, sí se puede alcanzar un mayor margen de maniobra y elevar la posición global. De apestado internacional, Lisboa pasó a presidir el Eurogrupo. Y eso redundó en mejoras para la población.
Una mayor presencia internacional de España, aunque sea muy tímida, también entra en conflicto con los intereses y proyectos de los grandes centros de poder. Interesados en imponernos un mayor grado de “ajuste” -es decir de saqueo-. Para lo que precisan un país con una posición global permanentemente degradada, debilitado y por tanto sin capacidad de resistencia.
Habrá que ver hasta dónde llega la política exterior que el gobierno de Pedro Sánchez pretende impulsar. Ya hemos comprobado que las presiones influirán. La anunciada “tasa Google” -un impuesto que afecta a los gigantes norteamericanos- ha sido “rebajada” -de 1.200 a 968 millones-, y aplazada hasta diciembre para “permitir que las empresas se adapten”. Pero los cambios anunciados, en un terreno tan sensible como la política internacional, deben ser tenidos en cuenta.