La madrugada del 18 de agosto de 1936, cuando asesinaron a Federico García Lorca, era «Una noche sin luna», como si la luna tantas veces homenajeada por el poeta a lo largo de su obra, a modo de caprichosa premonición, no quisiera asistir a su ejecución
Desde el primer minuto Juan Diego Botto (Lorca) nos convoca a una ceremonia donde se mezclan memoria y contemporaneidad. Los espectadores tenemos que tomar partido, de su mano transitamos por aquellos años de la República, por los días oscuros del Golpe de Estado, llegando a relacionar aquellos temas de entonces con los de hoy, porque son también los de hoy; nos atrapa el alma y nadie sale indemne de esa función, porque Lorca se hunde en nuestros corazones con la magia del duende.
Durante 105 minutos, el público asistimos, sin perder la emoción, sin poder contener las lágrimas, pero tampoco la sonrisa y mucho menos la rabia. Queremos formar parte, con Federico, de «Oficina y denuncia», el hermoso poema de Poeta en Nueva York. Ahí radica la fuerza, la verdad de esta pieza.
Desde una actuación sublime, Juan Diego Botto se funde en Lorca y viceversa, no se puede acercar con más veracidad la personalidad del poeta y viajar por el pasado y el presente, sin la mirada del hombre comprometido que es Botto, como lo fue Lorca, y desde esa visión, poner el foco en los temas de entonces que vuelven hoy: la censura del artista, la homosexualidad, la falta de libertad, el combate a las ideas reaccionarias, y las ideas revolucionarias que ambos Lorca/Botto abrazan. Transmitir esa pasión sólo es posible desde la admiración sin límites y desde el conocimiento profundo de la obra lorquiana.
Sin perder en ningún momento agilidad, frescura, drama y comedia, conocemos los pasajes más significativos de su obras y de su vida: los poemas, el teatro, las conferencias, los manifiestos que firmó en su día, su simpatía por el marxismo, la empatía con el pueblo… sacando a la luz fragmentos de la emotiva ‘Alocución a Fuentevaqueros’: ‘Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría pan, sino medio pan y un libro’, generando la conciencia en el pueblo de que sólo así se pude combatir la sinrazón, llevando el teatro a los pueblos, recorriendo España con La Barraca.
El montaje escénico, dirigido por Peris-Mencheta, un armazón de tablas, símbolo de las fosas comunes, es una arquitectura móvil en sutil equilibrio con la fuerza del texto, de tal modo que cada fosa que levanta Lorca/Botto en el desarrollo de la obra, es un grito contra el olvido que nos recuerda, con un nudo en la garganta, que no, que no se puede matar el duende, porque nunca hemos percibido un Lorca más vivo.
Como si fuera La Barraca de Lorca, ‘Una noche sin luna’ debería llegar a cada centro educativo de nuestro país, pues no hay mayor ejercicio de recuperación de la memoria histórica que este.