Pocas profesiones hay más arriesgadas que el periodismo bélico. Y pocas más valiosas, comprometidas y necesarias para mostrar a la opinión pública los horrores y crímenes de guerra, cuyo rastro los agresores siempre buscan ocultar. Las posiciones negacionistas, alineadas con la propaganda del Kremlin, intentan ocultar las atrocidades cometidas por las tropas rusas. Pero tienen un problema. A diferencia de otras guerras imperialistas, en esta el bando invadido cuenta con miles de periodistas para documentar y contarnos lo que está pasando.
En los últimos y convulsos años, junto a los graves problemas que golpean a la humanidad -el cambio climático, la pandemia de Covid-19 o ahora una invasión rusa en Ucrania que pone en peligro la paz mundial- han aparecido sucesivas olas de negacionismo. Una pequeña, aunque ruidosa minoría ha tomado la posición de negar la esfericidad de la Tierra, un calentamiento global avalado por cientos de miles de informes científicos, la existencia de un virus, de la zoonosis o de la afortunada y decisiva utilidad de la tecnología vacunal. Argumentan que ellos, que sospechan de todo, son los «despiertos», y que los demás somos acríticos y adocenados.
El mismo fenómeno ha llegado a la invasión rusa de Ucrania. Una inmensa mayoría de la población no tiene dudas sobre la naturaleza de esta guerra -una agresión de una potencia nuclear, muy superior militarmente, contra una población civil que muere bajo las bombas o que tiene que huir (ya van más de 6,5 millones) de su país para salvar la vida- ni vacila sobre qué posición moral tomar, en contra del agresor y a favor del agredido. Pero un pequeño, aunque vistoso grupo de personas, especialmente activos en las redes sociales, han decidido montar el lobbie ‘Dudas & Sospechas SA’, contribuyendo -lo sepan o no- a la propaganda del Kremlin, a borrar la línea de demarcación entre invasores e invadidos, entre víctimas y verdugos.
El último y más diáfano ejemplo lo tenemos ante la matanza de Bucha, un caso cristalino de crímenes de guerra contra población civil inocente y desarmada. La propaganda de Putin no para de asegurar que las imágenes de este extrarradio de Kiev son «un montaje», bien porque -dan dos líneas argumentales- a) no hay tales cadáveres, y son actores haciéndose el muerto o b) las tropas rusas no los mataron y fueron las propias fuerzas ucranianas, los malvados «ucronazis», los que cometieron esta atrocidad para hacer quedar mal a las siempre pulcro, profesional y respetuosos Ejército ruso.
Por inverosímil que parezca, hay gente que compra -en todo o en parte- este argumentario. Son, como en el caso de la pandemia, los abonados al escepticismo al cuadrado.
Estas posiciones y esta propaganda tienen, en el caso de la guerra de Ucrania, un grave problema. Los miles de testigos, de corresponsales y reporteros, que están documentando los hechos.
A diferencia de otras agresiones imperialistas, en las que había muy pocos (o ningún) periodista sobre el terreno -Siria, Libia, Yemen, Georgia, Chechenia- o los informadores estaban «empotrados» en las tropas agresoras (Irak, Afganistán) y por tanto sometidos a sus restricciones informativas o incluso a sus crímenes si se atrevían a salirse del guion (recordemos los asesinatos de José Couso y del periodista ucraniano Taras Protsyuk, asesinados por el US Army en Bagdad), en el caso de la invasión de Ucrania, los agredidos cuentan a su lado con miles de testigos, con miles y miles de periodistas, corresponsales, fotoperiodistas, llegados de muchos países.
Informadores de muy diversos medios que están relatando, desde el terreno, y pocas horas o días después de los hechos, lo que está sucediendo. Un periodismo de guerra que está permitiendo transmitir los testimonios de las víctimas, con imágenes y audios estremecedores, tan verídicos como desgarradores. Unos reporteros que están documentando una guerra desde el lado de las víctimas, de los invadidos, de los supervivientes, de una madre que ha perdido a su hijo o de un niño que ha perdido a una madre.
Las posiciones negacionistas y la tóxica propaganda del Kremlin tienen un gave problema. Para dudar de todo y defender que todo es «propaganda de la OTAN», que todo lo que nos cuentan esos miles de testigos, esos miles de vídeos, de audios y de fotos es un elaborado montaje, tienen que hacer verdaderas piruetas argumentales, por no decir éticas y morales. Tienen que convencernos de que las decenas de informadores españoles -muchos de los cuales con una intachable trayectoria periodística y una posición inequívocamente progresista y antiimperialista- son pura y simplemente «propagandistas comprados por Occidente».
La propaganda de guerra -en una y otra dirección- existe. Pero despreciar la montaña de testimonios que están recogiendo estos miles de periodistas no sólo es ciego negacionismo. Implica caer, se quiera o no, en las intoxicaciones de los que buscan confundirlo todo para borrar el rastro de sus crímenes.
Según Reporteros Sin Fronteras, 56 periodistas de nuestro país cubren la guerra en Ucrania y 16 más desde Polonia, Moldavia y Hungría. Un total de 72, muchos de ellos -como denuncia esta ONG- están como Freelance, en pésimas condiciones, sin la debida protección (casco, chaleco antibalas, etc…) para realizar su profesión. Se juegan no sólo su prestigio profesional, sino su propia vida. Ya van nueve periodistas muertos, 35 heridos y 148 crímenes contra informadores y medios de comunicación, casi todos cometidos desde el ejército ruso.
Sólo por citar algunos de los españoles desplazados a Ucrania que están cubriendo esta guerra, tenemos a grandes profesionales como Almudena Ariza, Oscar Mijallo, Alberto Sicilia, Sara Rincón, Miguel de la Fuente, Hibai Arbide, Marc Marginedas, María Sahuquillo, Hugo Úbeda, Ebbaba Hameida, David Meseguer, Mónica G. Prieto, Catalina Gómez Ángel, Sol Macaluso; reputados fotógrafos y camarógrafos como Santiago Palacios, Ricardo García Vilanova, Alfonso Lozano, Felipe Dana, Diego Hererra… y decenas más.
Y no olvidamos el caso de Pablo González, el reportero de La Sexta detenido por las autoridades polacas acusado de absurdamente «espionaje» para Rusia, y que lleva varias semanas incomunicado sin poder hablar siquiera con su familia.
Todos ellos, que trabajan para diferentes medios, que tienen diferentes posiciones ideológicas y posturas políticas, están recogiendo miles de testimonios directos de los ucranianos atrapados en las ciudades o que huyen por las fronteras. Todos coinciden en un mismo y coherente relato de esta guerra. Se trata de una brutal agresión imperialista donde el ejército invasor, las tropas rusas, están cometiendo de forma sistemática y deliberada crímenes de guerra, atacando a los propios civiles y edificios como bloques de viviendas y hospitales.
La propaganda de guerra -en una y otra dirección- existe, es innegable. Es un arma en manos de Moscú, pero también de Kiev, de la OTAN, o de medios de comunicación que forman parte de grandes conglomerados mediáticos y monopolistas. Mantener una posición crítica ante las noticias que llegan de Ucrania es perfectamente legítimo.
Pero los documentos y testimonios que están recogiendo estos miles de periodistas no pueden ser obviados ni despreciados. A menos que uno se obstine en despreciar la realidad y en no buscar la verdad en los hechos, cayendo, lo quiera o no, en las intoxicaciones de los que buscan confundirlo todo para borrar el rastro de sus crímenes.