“La vía unilateral fue una barbaridad”. Quien ha pronunciado estas palabras estaba teóricamente destinado a ejecutar el procés, y fue elevado a categoría de icono popular por el independentismo. Se trata de Josep Lluis Trapero, máximo responsable de los Mossos, la policía catalana, durante el 1-O y la DUI.
Las noticias sobre Cataluña concentran su atención en la futura mesa de diálogo, o en la entrevista entre Sánchez y Torra. Pero el posicionamiento de Trapero, en el juicio donde se enfrenta a penas de cárcel por la actuación de los mossos en 2017, tiene un enorme calado político. Es la mayor grieta entre unas élites de la Generalitat presentadas como un todo monolítico. Y expresa una realidad donde la “unilateralidad”, viga maestra del procés, se ha convertido para cada vez más sectores en “veneno para la taquilla”.
Trapero no es uno más de los implicados por los hechos del procés. Y su significación no proviene principalmente por haberse convertido en una figura mediática encarnando el prestigio de la policía autonómica tras los atentados sufridos en 2017. Ni a que sectores del independentismo lo elevaran a la categoría de icono.
La denuncia pública de Trapero de la “vía unilateral” es una bofetada en pleno corazón del procés que llega desde las más altas élites catalanas
Como máximo responsable de los mossos, Trapero ocupaba un lugar clave en el organigrama de la Generalitat, a pesar de no formar parte del govern.
Por eso, su abjuración pública de la llamada “vía unilateral” es una bofetada en pleno corazón del procés. Y la hemos contemplado no una, sino dos veces.
Primero en marzo, en la vista celebrada en el Tribunal Supremo contra una parte de la plana mayor del procés. Allí, se colocó al lado de la Constitución, criticó abiertamente los proyectos independentistas, declaró que avisó reiteradamente a los máximos responsables de la Generalitat de que la celebración del referéndum del 1-O era ilegal… e incluso avanzó que los mossos tenían planes detallados para detener a Puigdemont si el gobierno catalán ejecutaba la DUI.
Ahora, ante el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, ha vuelto a arremeter contra todo lo que el procés significa.
Calificando de “barbaridad” las declaraciones impulsadas por la mayoría independentista en el parlament. Atribuyendo la dimisión de Jordi Jané como conseller de interior antes del 1-O a su negativa a aceptar “los actos ilegales que estaba proponiendo el govern”. Revelando su “conversación airada” con Jordi Sánchez cuando el entonces cabeza de la ANC quiso influir en la actuación de los mossos durante la concentración ante la conselleria de Economía. Y detallando todos los detalles del plan elaborado por la plana mayor de los mossos para detener a Puigdemont y al govern catalán tras la DUI, trasladarlos en helicóptero a dependencias policiales y ponerlos a disposición de la justicia.
La ruptura de Trapero con el procés es total. Quien era un héroe ahora es considerado traidor o apóstata por los sectores más radicales del independentismo. No hubo movilización de las organizaciones del procés para arroparlo cuando acudió a declarar en el juicio donde se le acusa de rebelión.
La actuación de Trapero no puede entenderse solo desde la presión judicial, ni como una maniobra de defensa al enfrentarse a cargos que pueden comportar hasta 11 años de cárcel. Es una expresión más del retroceso del procés, de que ya nada volverá a ser como en 2017, cuando pudieron lanzar un desafío abierto al Estado plasmado en el 1-O y en la DUI. Y que esta situación está provocando grietas en las más altas élites catalanas.
Esta misma realidad la podemos rastrear en el acuerdo firmado por ERC para permitir la investidura de Pedro Sánchez. Todos los medios hablan de las cesiones socialistas, pero casi nadie de lo mucho que ERC ha debido dejarse en el camino.
El acuerdo remarca que todo deberá ajustarse “al ordenamiento jurídico”, una forma de situar los límites constitucionales. Al permitir la investidura de un gobierno progresista, ERC se implica directamente en la gobernabilidad y estabilidad de España. Y en el texto del pacto no se hace referencia alguna a la unilateralidad, ni a la amnistía o liberación de los políticos independentistas encarcelados.
Esas son cesiones que ERC se ha visto obligada a entregar, y que suponen un cambio radical con las posiciones que esta misma formación mantenía en 2017, cuando empujaba para que la DUI se materializara.
El rechazo a este acuerdo entre ERC y el PSOE de los sectores más aventureros y reaccionarios de las élites del procés, los que apuestan por el “enfrentamiento con España”, es la mejor confirmación del retroceso que supone para los defensores de la ruptura a cualquier precio.
Detrás del distanciamiento de Trapero del procés, o de la posición “pragmática” de ERC, encontramos el hecho capital que plantea mayores dificultades a las élites del procés. Lo acaba de certificar el CEO -el equivalente catalán al CIS-, al publicar una encuesta en la que se afirma que el apoyo a una independencia unilateral en Cataluña apenas llega al 11%. Y en los votantes de ERC o JuntsxCat no sobrepasa el listón del 26%.
El procés, su cara más agresiva y “unilateral”, cuenta con un rechazo cada vez mayor entre la sociedad catalana… y sus defensores menguan a la misma velocidad.