La Revolución de Octubre fue posible por la ruptura de los bolcheviques frente a la orientación defendida por la socialdemocracia, cuya traición a los objetivos revolucionarios se demostró con su apoyo a la Iª Guerra Mundial
Tras la derrota de 1905 y el aumento de la represión zarista se produce un reflujo del movimiento revolucionario en Rusia. Pero en esas condiciones extremadamente difíciles los bolcheviques van a desplegar un formidable combate, en el terreno teórico, político, filosófico… en defensa de los principios del marxismo, frente a las posiciones reformistas dominantes en la IIª Internacional.
Esta tarea, despreciada por muchos, es la que permite impulsar una línea y un partido revolucionario. Sin la cual hubiera sido imposible la gigantesca victoria de octubre de 1917.
En un reciente artículo Alberto Garzón, cabeza de IU y dirigente del PCE, afirma que “la revolución rusa procedía de la socialdemocracia, es decir de un socialismo democrático”. Señalando que los problemas surgieron cuando “las formas de la URSS no fueron consistentes con esa tradición”.
La realidad es exactamente la contraria. Si la Revolución de Octubre fue posible, es por el combate y la ruptura de los bolcheviques frente a la orientación defendida por la socialdemocracia, cuya traición a los objetivos revolucionarios se demostró con su apoyo a la Iª Guerra Mundial.
Durante los primeros años del siglo XX la línea dominante en la IIª Internacional es la defendida por la socialdemocracia alemana. Teóricos como Bernstein o Kaustky afirman la capacidad del sistema para resistir las crisis periódicas, y que el socialismo vendrá del del propio desarrollo económico y social capitalista, con sus reflejos en la ampliación de los espacios políticos (elecciones y parlamentos), que los socialistas deben utilizar con inteligencia.
Toda una línea que conduce al proletariado a abandonar sus objetivos revolucionarios, a renunciar a la revolución y mostrarse inclinados a pactos con los partidos burgueses.
En el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR), fundado en 1898 estas posiciones reformistas se reflejan en la fracción de los mencheviques, enfrentados a la posición de los bolcheviques.
La valoración de la revolución de 1905 demuestra las antagónicas posiciones entre bolcheviques y mencheviques. Plejanov, una de las principales referencias de los mencheviques, responsabiliza de la derrota a la radicalización del movimiento, afirmando que “no se debió haber tomado las armas” ni desafiar el poder de clase del zarismo y la burguesía.
Lenin contesta en un artículo publicado en agosto de 1906, titulado “Las lecciones de la insurrección de Moscú”, en el que afirma que una de las grandes conquistas de la revuelta popular –a costa de enormes sacrificios– había sido el paso de huelga política general a insurrección, elevando el movimiento a un nivel superior de conciencia.
O confiar en las reformas encabezadas por la burguesía, o organizar al proletariado para la conquista del poder. Dos líneas que impiden o permiten impulsar la revolución.
Un combate que no solo se da en el terreno político, también en el filosófico. Dirigentes mencheviques como Bogdanov proponen yuxtaponer la doctrina de Marx y el idealismo filosófico de Mach y Avenarius, referencias de la socialdemocracia alemana, con la intención de hacer propaganda de “la crisis del marxismo” y la necesidad de “revisarlo”… para vaciarlo de su contenido revolucionario.
Lenin reacciona indignado, afirmando que “todos esos pretendidos escritores-filósofos, que so capa de aclarar el marxismo, de consolidar sus bases científicas, habían en realidad emprendido su destrucción, debe ser puestos en su lugar”.
Para ello se entrega a la elaboración de una grandiosa obra filosófica, “Materialismo y empirocriticismo”, defendiendo el marxismo frente a los ataques contra sus principios revolucionarios que se suceden desde dirigentes que se autodefinen como socialistas.
La cuestión de la toma del poder
En el artículo al que nos hemos referido, Alberto Garzón afirma que “la revolución rusa es un acontecimiento histórico que ha marcado el siglo XX” porque “impulsó las conquistas sociales y el Estado del bienestar”.
Lenin tuvo que combatir estas posiciones para poder abrir paso a la Revolución de Octubre. Frente a los economicistas, que conducían al proletariado a limitarse a reivindicaciones económicas”, o los mencheviques “legalistas” que defendían que el proletariado debía dejar a la burguesía liberal encabezar las reformas.
Para los bolcheviques el problema fundamental de la revolución no eran las mejoras sociales sino la cuestión del poder. Por eso en periodos como 1907-1912 en que la burguesía y la autocracia zarista imponían condiciones salvajemente duras a la población, llamaba sobre todo a hacer comprender al pueblo la estrecha relación entre sus padecimientos y la política de la autocracia, los terratenientes y la gran burguesía y la necesidad de su derrocamiento. Y esto, en periodos de profunda reacción política, en que no estaba al orden del día, ni mucho menos, la toma del poder.
La Iª Guerra Mundial, la traición de la socialdemocracia
En 1914 los socialdemócratas alemanes votan en el Reichstag los presupuestos de guerra, apoyando la carnicería de la Iª Guerra Mundial. Inmediatamente los socialistas franceses y belgas entran en los Gobiernos de la Unión Sagrada, respaldando a sus burguesías en el esfuerzo bélico.
Lenin no encontraba palabras suficientemente duras para definir a los dirigentes de la IIª Internacional.
Inmediatamente los bolcheviques presentan sus tesis sobre la guerra, elaboradas por Lenin: “La guerra que acaba de estallar presenta el carácter claramente pronunciado de una guerra imperialista, burguesa. Su objetivo es la conquista de nuevos mercados exteriores y la injerencia sobre las colonias del Estado competidor. Su finalidad es la división y el exterminio de los proletarios, lanzando esclavos asalariados de un país contra otro”.
Señalando que “al votar los créditos de guerra, los socialdemócratas alemanes han cometido una verdadera traición contra el socialismo. (…) Esta traición de la mayoría de jefes de la Segunda Internacional significa el fracaso ideológico de ésta. Ese es el resultado del dominio del oportunismo pequeñoburgués en su seno”.
Y defendiendo “una propaganda intensa entre los soldados de los ejércitos beligerantes, pidiéndoles que dirijan las armas no contra sus hermanos, esclavos asalariados como ellos, de los otros países, sino contra sus propios gobiernos y los partidos que los apoyan”.
La ruptura con la socialdemocracia, convertida en instrumento de las principales burguesías para encuadrar a los obreros en la guerra imperialista, es total. Lenin señala rotundamente:”¿Por qué ocultar a los obreros la presencia de sus peores enemigos en las filas del partido socialdemócrata?”.
Frente a la mayoría de partidos socialdemócratas, los bolcheviques forman la “izquierda zimmerwaldiana”, uniendo a los sectores y militantes revolucionarios de los partidos socialdemócratas enfrentados a sus líderes.
Llamando a “transformar la guerra imperialista entre los pueblos en guerra de los oprimidos contra sus opresores, la guerra de explotación de los capitalistas en una conquista del poder político por el proletariado que conduzca a la realización del socialismo”.
La extraordinaria agitación de los bolcheviques contra la guerra imperialista, en las condiciones más difíciles y en minoría, permitirá convertir la traición de la socialdemocracia en una gigantesca victoria solo tres años después, en 1917.