En italiano existe el adjetivo “felliniano”, directamente inspirado por la obra de un director de cine, Federico Fellini, del que este año celebramos el centenario de su nacimiento. En España todos sabemos de qué hablamos cuando nos referimos a una situación “berlanguiana”, o en cualquier lugar del mundo nos entenderán si describimos un episodio como “kafkiano”. Pero son muy pocos los creadores que han dado nombre a todo un universo, extraordinariamente complejo pero que ha sido asumido con enorme éxito por el imaginario popular. Fellini es uno de ellos. Ese es el enorme poder de su obra.
En las películas de Fellini se construye todo un universo, que todos reconocemos como real, que a todos nos ha tocado con películas como “Amacord”, “La Strada”, “Giulietta de los espíritus”… pero que solo puede ser expresado a través de la desaforada dosis de irrealidad que la delirante imaginación visual de Fellini inyecta en cada plano.
Porque en Fellini las contradicciones, el choque entre fuerzas opuestas, no es una consecuencia indeseada, sino algo consustancial a su obra. Nace al cine subido a la ola del neorrealismo, la corriente que revoluciona Italia descubriendo la belleza en los paisajes desolados por la IIª Guerra Mundial. Ejerciendo como guionista de Roberto Rossellini en dos joyas como “Roma, ciudad abierta” o “Paisà”.
Pero Fellini, como también hizo Rosselini, le dan una nueva vuelta de tuerca. Había que mirar la realidad de frente, huyendo de las falsas ensoñaciones. Pero, según palabras del director italiano, “los sueños son la única realidad”, la irrealidad de lo onírico es la forma de encontrar la verdad en lo real.
Por eso Fellini, el director que aprendió a hacer cine con el neorrealismo, registraba metódicamente sus sueños al despertar, junto a su representación gráfica, como primer bosquejo de sus guiones.
Este toque de irrealidad, que va a haciéndose cada vez más desaforado conforme avanza su obra, conforma el contradictorio “universo Fellini”.
Que en “Amacord” es capaz de sintetizar toda la visión mediterránea del mundo, voluptuosa, eróticamente explícita, saludablemente caótica. Y que en “8 y medio” convierte la crisis creativa de un director -que es el propio Fellini- en un fascinante ejercicio creativo, con un lenguaje y una estructura que evoca el mundo de los sueños o de las pesadillas.
Que bebe de la cámara en mano y los actores no profesionales del neorrealismo, pero también del lenguaje de los cómics norteamericanos, cultivado por Fellini en su etapa como dibujante, y del que extrae parte de su poderosa narrativa visual.
Que nos muestra a personajes deliberadamente presentados como grotescos, pero a los que Fellini dota de una apabullante humanidad. Como la prostituta de “Las noches de Cabiria” o la Gelsomina de “La Strada”, ambos interpretados por Giullieta Masina.
Roma es la ciudad que se convierte con Fellini en un personaje más, porque conoce y encarna el universo del director italiano. Apabullantemente bella pero capaz de albergar también lo más grotesco, unida al Vaticano y a los manejos de una política italiana donde la “finezza” siempre está manchada de sangre, pero donde se respira un caos saludable, popular y lleno de vida.
El Fellini de “La dolce vita”, con una representación de la Roma mundana y amoral, que mereció la amenaza de excomunión del Vaticano, convive con el Fellini del “Satiricón”, una libérrima revisión del clásico romano.
Junto a sus obras más emblemáticas, en Fellini encontramos joyas como “Prova d´orchestra”, una cáustica sátira que se ríe de los tópicos sobre la disciplina alemana del director de la orquesta, de los sindicatos y del caos de la política italiana sin que le tiemble la mano. O una personalísima versión de un Casanova anciano y desengañado, interpretada por Donald Sutherland.
Fellini es todo un universo, en el que caben muchos fellinis, diferentes y parecidos, servido a través de una apabullante imaginación visual, que ha dado como resultado algunas de las imágenes más icónicas del cine, y que se sirve como vehículo de actores en estado de gracia, como Mastroniani o Giulietta Masina.
Un siglo después de su nacimiento, el cine de Fellini, ganador de cinco Oscars pero todavía por descubrir para muchos, nos habla de un mundo caótico, de una realidad que cada vez más se parece a ese universo “felliniano”.