Aún queda mucho para noviembre, y pueden haber giros inesperados dado lo que hay en juego, pero la carrera hacia la Casa Blanca se antoja ahora muy larga para los demócratas.
Un Trump en ascenso -tanto en popularidad como en apoyos oligárquicos- ha sido blindado por la mayoría conservadora en el Tribunal Supremo, que le concede una amplia inmunidad por sus actos como presidente. Al otro lado del ring, la candidatura de Biden comienza a ser cuestionada, no sólo entre las filas demócratas, sino entre importantes donantes monopolistas.
El resultado del primer cara a cara entre Trump y Biden se saldó con una bochornosa actuación para el actual presidente de EEUU, al que se pudo ver senil y a ralentí, ante un republicano que supo meter la puntilla pero conteniéndose, consciente de que eso le daba más votos. «No sé lo que ha dicho, tampoco creo que él lo sepa», espetó cuando un Biden incongruente no fue capaz de acabar una frase.
Por más que Biden, de 81 años, se haya disculpado por su penosa actuación en el debate, asegurando que a pesar del traspiés «es capaz de hacer el trabajo», su candidatura comienza a ser fuertemente cuestionada. No tanto dentro del Partido Demócrata, donde pocos se atreven a pedirle abiertamente que dé un paso atrás, pero sí entre relevantes portavoces de la fracción de la clase dominante norteamericana que Biden representa, con ni más ni menos que The New York Times al frente. Algunos de sus principales donantes, como el imperio Disney, han dicho que retirarán la financiación a los demócratas ni no cambian de candidato.
Biden dice que «no se va a ninguna parte», pero ya han comenzado a sonar los nombres que podrían sustituirle. Por lógica, la primera candidata es su vicepresidenta Kamala Harris, pero también se abre paso el gobernador de California, Gavin Newson.
«Un rey por encima de la ley»
En el futuro procesal que enfrenta un Donald Trump ya condenado por un caso penal y al que todavía le esperan importantes juicios, ha aparecido un enorme salvavidas, una gigantesca «bula papal» concedida por la supermayoría de jueces conservadores en el Tribunal Supremo. Seis de los nueve magistrados de la Corte Suprema de EEUU -incluídos los tres que nombró Trump- han votado a favor de conceder a los presidentes una amplia inmunidad penal por los actos realizados en el ejercicio de su cargo.
Esta sentencia marca un antes y un después para el régimen jurídico aplicable a un inquilino de la Casa Blanca. Y no es un secreto que es un traje a medida para preparar el retorno de Trump al Despacho Oval.
Las tres juezas progresistas que han votado en contra han manifestado en su voto particular su «miedo por el futuro de la democracia» tras un fallo que convierte al expresidente Trump -según ellas- en un “rey por encima de la ley”. De acuerdo a esta sentencia, dicen, un presidente «puede ser declarado inmune incluso por el asesinato de rivales políticos, la aceptación de sobornos y hasta por dar un golpe de Estado».
Detrás de este blindaje de Trump, que aleja la posibilidad de que acabe en la cárcel por su papel en la toma golpista del Capitolio, por tratar de imponer un pucherazo en Georgia o por sustraer documentos clasificados de la Casa Blanca, no sólo hay unos más que parciales magistrados, ungidos por la mano del magnate. Hay poderosos sectores de la clase dominante norteamericana.
Muchos de los oligarcas que tras los tumultuarios acontecimientos de 2020 se distanciaron de Trump, vuelven a apostar con fuerza por su retorno a la Casa Blanca, financiando millonariamente su campaña. Entre los máximos donantes de Trump tenemos a peces gordos de Wall Street como el cofundador y consejero delegado de Blackstone, Steve Schwarzman, o al magnate de Tesla y propietario de la red social X (antes Twitter), Elon Musk. Y por supuesto. la defensa de una línea mucho más belicista y agresiva en Oriente Medio o contra China hace sonreír a la poderosa industria armamentística del complejo militar-industrial, y por supuesto al lobbie judío-estadounidense.