“Estamos en 2022, pero parece abril de 1937, cuando se bombardeó Guernica”.
Estas palabras del presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, siguen retumbando en nuestra conciencia.
No fue necesaria explicación alguna. Todos lo entendimos al instante. Mariúpol es Guernica. Miles de kilómetros y casi un siglo de distancia no podían ocultar el hilo que las une.
Ese mismo día, Guernica acogía a 45 refugiados ucranianos. Los recibió Mari Carmen Aguirre, superviviente del bombardeo de la localidad vasca hace 85 años, que certificaba la unidad al afirmar que “cuando veo Ucrania parece que estoy viendo Gernika, porque mi pueblo quedó igual, con paredes rotas, quemadas…”.
Zelenski no introducía en su discurso algo que solo a los españoles nos concierne. Estaba, como muchos antes en momentos y latitudes muy diferentes, volviendo a empuñar un símbolo ya universal. Porque la abrumadora mirada de Picasso transformó la devastación de Guernica en una poderosa fuerza que todos los pueblos del mundo han hecho suya en su lucha contra la barbarie moderna.
¿Por qué el Guernica se ha elevado, como sucede con muy pocas obras de arte, a la categoría de símbolo universal? ¿Dónde reside su enorme potencia? ¿Cuál es la razón de que nos conmueva, a todos, en lo más íntimo?
Guernica 1937 – Ucrania 2022
26 de abril de 1937. Lunes de mercado en la localidad vasca de Gernika. A las 15:30 horas sonaron por primera vez las alarmas antiaéreas. El bombardeo comenzó a las 16:30 horas. Durante más de tres horas, 139 aviones alemanes e italianos, con 370 bocas de fuego, arrojaron sobre la ciudad 5.771 bombas con 45.000 kilos de material explosivo.
Los muertos civiles se contaron por centenares. Los datos más actuales contabilizan 300 víctimas mortales, 100 por cada hora de bombardeo. Los heridos, hombres, mujeres, ancianos, niños, alcanzaron la cifra de 900 en una localidad de 5.000 habitantes. Y el 82,55% de los edificios quedó derruido.
El rastro de muerte, sangre y destrucción convirtió Gernika en una localidad fantasmal.
Las víctimas civiles no eran “daños colaterales”. Constituían el auténtico objetivo de la operación, ejecutada por la Legión Cóndor de la Alemania nazi y la Aviación Legionaria de la Italia mussoliniana.
Se ejecutó con criminal precisión. Una primera oleada de bombardeos, ante la que la población corrió a protegerse en los refugios antiaéreos. Una segunda oleada, la más brutal, cuando al cesar los primeros bombardeos centenares de personas salieron de los refugios creyéndose a salvo. Y una tercera, aviones ligeros buscaban ametrallar a los civiles indefensos.
Como afirma el hispanista Paul Preston, “Guernica fue la primera ciudad abierta que fue destruida prácticamente por completo durante un bombardeo”. Se aseguraron de ello, utilizando bombas incendiarias que propagaran las llamas, buscando el máximo daño posible.
Los nazis iniciaban así la macabra tradición, seguida después por otras potencias imperialistas, de utilizar los ataques premeditados contra la población civil como arma de guerra, para sembrar el terror y quebrar resistencias.
Mariúpol es Guernica. Miles de kilómetros y casi un siglo de distancia no pueden ocultarlo
Sucedió en 1937… Y está pasando en 2022. La invasión imperialista rusa ha sembrado Ucrania de Gernikas. En Mariúpol, donde el 90% de los edificios han sido destruidos y se ha sometido a la población a un criminal cerco, dejándoles sin agua, sin comida, sin medicamentos. En Bucha, donde el ejército ruso se empeñó en una salvaje cacería de civiles para asesinarlos, matando por la espalda a ancianas que salían a buscar agua, ajusticiando, con las manos atadas en la espalda, a hombres, mujeres y niños, dejando sus cadáveres en la calle. En Kramatorsk, donde Moscú bombardeó una estación de ferrocarril en la que se agolpaban los refugiados que buscaban huir…
No es el “mal” en abstracto. Es una barbarie cuyos responsables tienen nombres y apellidos. Ayer la Alemania nazi, hoy el imperialismo ruso.
El Guernica eleva la denuncia concreta a una altura totémica, que entronca con el alma de todos los pueblos
El grito de rabia de Picasso
La noticia del bombardeo de Gernika se difundió a velocidad de vértigo, cruzó continentes y estremeció a todo el planeta. Gracias a la labor de muchos periodistas, que contaron al mundo la verdad de aquel salvaje ataque.
Picasso, el máximo exponente de las vanguardias, leyó las crónicas del crimen, contempló en los periódicos las fotografías de la ciudad vasca derruida por la aviación nazi. Y una oleada de rabia sacudió su pincel.
El pintor malagueño había tomado una posición tajante, colocando su arte al servicio del pueblo español. Aceptando orgulloso el nombramiento como director honorario del Museo del Prado, concedido por el gobierno de la República. Elaborando una serie de aguafuertes, “Sueño y mentira de Franco”, para que con su subasta se recabaran fondos que se donarían íntegros a la causa republicana.
Cuando conoció la barbarie de Guernica, la abrasadora fuerza creadora de Picasso se activó en toda su magnitud. El mural que debía presidir el pabellón de la España republicana en la Exposición Internacional de París de 1937 se agitaba en la cabeza y en las manos de Picasso, movidas por la radical indignación ante el crimen cometido por la aviación hitleriana.
El 1 de mayo -una fecha de resonancias revolucionarias- Picasso realizaba los primeros esbozos del Guernica. Y 35 días después, con la arrolladora energía que el genio malagueño desplegó en cualquiera de sus obras, el gigantesco mural estaba concluido.
Nacía una de las más grandes obras de toda la historia de la pintura. Una de las obras donde el arte con mayúsculas expresa toda su potencia.
“El Guernica” es un símbolo universal, pero no de lamento resignado o denuncia pasiva, sino de lucha
El Guernica está poseído por un aliento revolucionario. Señalando directamente al monstruo nazi, enfrentándose directamente con la bestia cuando más fuerte era. Poseído por la rebelión ante el poder que, desde la Antígona de Sófocles, constituye uno de los motores del gran arte.
Con el Guernica, Picasso no elabora una etérea e impersonal denuncia de los desastres de la guerra. Está identificando la barbarie moderna, la que nace del imperialismo. La misma que luego le impulsará a denunciar también los horrores de las barras y estrellas en “El osario” -representación de la matanza industrial de Hiroshima y Nagasaky, con la que EEUU presenta su carta de nacimiento como superpotencia-, o en “Masacre en Corea”.
Pero hacía falta un genio creativo como el de Picasso para que “El Guernica” se elevara, transformándose en un símbolo universal antifascista y antiimperialista.
Quien haya tenido la fortuna de contemplar directamente “El Guernica” original -no sus millones de reproducciones en múltiples formatos- tiene una idea clara de su brutal impacto visual y anímico. Es un grito, un golpe, una sacudida.
No hay atisbo alguno de color. Solo una paleta en blanco y negro, con una fascinante gama de grises, que le dan una descomunal fuerza visual, un primer impacto en nuestra retina que es una auténtica bofetada.
Ofreciéndonos una sucesión de imágenes desencajadas, de animales sufrientes y cuerpos mutilados o retorcidos, que se agolpan y atropellan, obligándonos a vivir en primera persona el caos y el terror de quienes sufrieron el bombardeo en la Guernica de 1937.
Pero, sobre todo, Picasso es capaz de convertir lo particular en universal, la denuncia concreta en símbolo general.
En el cuadro que ha hecho a Guernica conocida en cualquier rincón del mundo no hay una sola mención concreta al bombardeo de la ciudad vasca. Es Guernica, no hay duda de ello, pero es también Mariúpol, Vietnam, Bucha, Afganistán, Borodianka, Corea, Kramatorsk, Palestina… No es ninguna de ellas y es todas al mismo tiempo. En “El Guernica” están todas las agresiones imperialistas, todas las invasiones, todos los pueblos que las sufren y luchan contra ellas, se denuncia a todos los verdugos, se toma posición por todas las víctimas.
Elevando la denuncia concreta a una altura totémica, que entronca con fibras muy profundas del alma de todos los pueblos del mundo.
El toro que contempla impávido el horror, y el caballo que se retuerce sobre sí mismo, gritando dolor, representan a todos los pueblos, a todas las vidas segadas por la guadaña de la barbarie.
El soldado desmembrado simboliza a todas las víctimas.
La mujer que grita al cielo, con las manos alzadas y los ojos desencajados, es el clamor universal que recoge todos los gritos particulares contra el terror impuesto por el poder.
En la madre que, con el pecho fuera llora con su hijo muerto en brazos, en una estremecedora conjunción de vida plena y muerte total, están todas las madres que en Guernica o en Ucrania se despedazan de un dolor inconmensurable.
“Estos años de terrible opresión me han demostrado que tengo que combatir no solo con mi arte, sino también con todo mi ser” (Picasso)
El arte solo puede tomar partido
La auténtica sustancia de “El Guernica” nos la da el propio Picasso, cuando en una entrevista valoraba su cuadro afirmando que “el artista es un ser político consciente de los acontecimientos, desoladores, de actualidad o placenteros, que ocurren en el mundo y reacciona ante ellos”. Para remarcar a continuación: “No, la pintura no existe sólo para decorar las paredes de las casas. Es un arma que sirven para atacar al enemigo y para defenderse de él”.
No hay neutralidad posible ante la barbarie. Y el lugar del arte solo puede estar al lado de la vida y combatiendo a quienes siembran la muerte.
Hay que tomar partido, hasta mancharse.
Por eso Picasso afirmará, al valorar “El Guernica”: “Sí, soy consciente de haber luchado siempre con mi pintura, auténticamente revolucionaria. Pero ahora comprendo que esto no es suficiente. Estos años de terrible opresión me han demostrado que tengo que combatir no solo con mi arte, sino también con todo mi ser”.
Los fabricantes de la muerte presente en cada Guernica, sea la Alemania nazi o el imperialismo ruso, buscan paralizar con el terror, quebrar cualquier resistencia. Pero con “El Guernica” Picasso también nos dice que jamás se saldrán con la suya. Porque siempre habrá quien tome partido.
“El Guernica” es un símbolo universal, pero no de lamento resignado o denuncia pasiva, sino de lucha. Por eso es una de las obras de arte más reproducidas y que los pueblos, todos los pueblos, más han hecho suya.
Los nazis destruyeron Guernica, pero fueron derrotados, acabaron ingresando en el basurero de la historia, junto a otros imperios que juraban ser eternos. Quienes hoy destruyen Ucrania para dominarla serán derrotados. Y la vida, el pueblo ucraniano, todos los pueblos del mundo, acabarán imponiéndose como nos recordaba Lorca: “una sola gota de sangre puede derribar todos los muros de la ley”.