Tras anunciarla desde hace semanas, e ignorando las advertencias de la ONU, de la UE , de los países árabes e incluso -formalmente- de la propia Casa Blanca, finalmente Netanyahu ha ordenado la temida invasión terrestre de Rafah, al sur de Gaza, donde se concentran en una pequeña área más de 1,3 millones de gazatíes hambrientos e indefensos, la mayor parte en tiendas de campaña, desplazados internos de otras partes de la Franja.
Al atacar a un área de altísima densidad de población civil, Israel está dando un salto hacia adelante en su genocidio, perpetrando una masacre sangrienta de dimensiones desconocidas en una guerra en la que Tel Aviv -siempre con el apoyo financiero y militar de EEUU, siempre con aviones, misiles y proyectiles made in USA– ha asesinado ya a más de 34.000 palestinos, el 70% de ellos mujeres y niños.
El 7 de enero, los tanques israelíes tomaban el control del lado palestino del paso fronterizo de Rafah, cortando el suministro de ayuda humanitaria desde Egipto, además de una posible vía de escape para la población civil.
La operación tenía lugar apenas un día después de que Israel, en un nuevo alarde de cinismo, ordenara la «evacuación» (¿a dónde?) de Rafah, y realizara bombardeos y ataques aéreos. Todo ello mientras se conocía que Hamás había aceptado la propuesta de alto el fuego de Egipto y Qatar, que incluía la liberación de los rehenes, el retorno de los desplazados y una tregua.
Una masacre de dimensiones dantescas
Los testimonios que llegan dan cuenta de la crueldad genocida de Israel. Las octavillas en las que las IDF ordenaba a los habitantes de la parte oriental de Rafah que «evacuaran hacia zonas seguras» cayeron del cielo al mismo tiempo que las bombas, afirma una madre con sus dos hijos, una de las 80.000 personas que han conseguido escapar, cargados de fardos, del área en la que entraron los tanques.
El área que está atacando Israel está completamente hacinada, repleta de población civil hambrienta, herida y exhausta. Antes de la guerra, Rafah era ya uno de los campamentos de refugiados más grandes del mundo, con 220.000 habitantes. En las primeras semanas de la ofensiva, se sumaron más de un millón de desplazados internos procedentes de toda Gaza, que venían huyendo de los intensos bombardeos en el norte y centro de la Franja. En el momento de la invasión, la densidad de población en esa ciudad palestina es de 20.000 personas por kilómetro cuadrado, casi el doble que la ciudad de Nueva York, según Unicef. Hay 600.000 niños entre ellos.
Las imágenes grabadas por los mismos soldados israelíes, borrachos de sangre e impunidad, refuerzan el paroxismo homicida: en ellas se ve a los tanques disparando contra las tiendas de campaña. En otras se ve un edificio destruido por los proyectiles, con los cuerpos destrozados de dos menores asomando entre los escombros.
Lágrimas de cocodrilo en la Casa Blanca
El nivel de crueldad en Rafah es tan insoportable que incluso el presidente norteamericano ha tenido que -al menos de cara a la galería, ante un electorado cada vez más indignado que respalda las movilizaciones estudiantiles en EEUU por el alto el fuego- elevar el tono con Netanyahu. Biden ha avisado Israel de que dejará de enviar armas si continúa con la invasión de Rafah.
En una entrevista en la CNN, Biden reconocía que «es consciente» de que «hay civiles en Gaza que han muerto bajo las bombas norteamericanas».
Es difícil ser más fariseo. El presidente estadounidense pronuncia estas palabras cuando el genocidio en Gaza cumple siete meses, más de 200 días en los que Israel ha gozado de la impunidad que le confiere ser el gendarme militar de EEUU en Oriente Medio, en los que Washington la casi totalidad de mociones de condena a Israel en la ONU, o resoluciones de alto el fuego, y en los que el Pentágono ha suministrado financiación militar y cientos de miles de toneladas de aviones, misiles y proyectiles a Tel Aviv. Por algo en las movilizaciones de EEUU se le tilda de «Genocide Joe».
La última etapa de la «solución final» en Gaza: masacre, hambruna y limpieza étnica
Si Netanyahu puede (aparentemente) actuar contra las advertencias de Biden es porque cuenta con el respaldo de los sectores más belicistas y aventureros de la clase dominante norteamericana, principalmente representados por el republicanismo.
¿Qué busca el gobierno israelí con lo que parece un salto exponencial en el genocidio? Hay quien señala que el baño de sangre en Rafah incrementará las movilizaciones antibelicistas en EEUU que dañan seriamente las posibilidades de reelección de Biden, abriendo paso al retorno de la linea Trump a la Casa Blanca. Los halcones de Washington y Tel Aviv están siguiendo la dinámica del «cuanto peor, mejor».
Otro posible objetivo es incrementar hasta lo indecible el sufrimiento de los gazatíes, acentuando las muertes y la hambruna. Para en un determinado momento, «abrir la espita» de la olla a presión de Rafah, dejándoles un corredor para que escapen desesperados… hacia el desierto egipcio del Sinaí, culminando la limpieza étnica de Gaza, lo que parece ser el objetivo último del ultrasionista gobierno de Netanyahu.