El juicio contra los dirigentes independentistas presos, que se celebrará en los primeros meses del próximo año, augura más conflictividad en Cataluña. ¿Pero hasta dónde llegará? ¿Asistiremos a una nueva ofensiva de ruptura, aprocechando las condiciones creadas, o las élites independentistas ya no parecen en condiciones de lanzar los mismos desafíos que hace un año?
No conviene bajar la guardia. Las élites del procés son “peligrosos a cualquier velocidad”. Disponen como gasolina del ingente presupuesto autonómico y el enorme poder político que les proporciona el control de la Generalitat. Y seguirán azuzando la división y el enfrentamiento. Pero los hechos nos hablan claramente de un retroceso permanente del independentismo en Cataluña.
Lo que ha sucedido en los últimos días así lo confirma. Carles Puigdemont utilizó como plataforma la radio pública, Catalunya Radio, para ofrecer una sorprendente propuesta: una lista unitaria independentista, donde él sería el número dos de Oriol Junqueras, y que incluiría también a la CUP, señalando a Anna Gabriel, que huyó para refugiarse en Suíza.
La respuesta de las fuerzas independentistas ha sido unánime: todas han dicho no a Puigdemont. ERC la ha calificado como “una ocurrencia de Puigdemont”. Y la CUP ha declarado que “ni se ha contemplado, ni se contempla, una lista unitaria”.
La prensa catalana ha recogido las declaraciones de un dirigente de ERC, manteniéndolo en el anominato, que ante el ofrecimiento de Puigdemont de presentarse como candidato a las europeas, declaraba: “A ver. ¿No quería ser president? ¿No iba a modificar el reglamento del Parlament para permitir su investidura a distancia? ¡Esto significa que renuncia a la presidencia!”.
En los hechos, Puigdemont ha pasado de contemplar solo su investidura a ofrecer como “presidente temporal” a Quim Torra, para ahora conformarse con ser candidato a las europeas.
El retroceso de Puigdemont ha quedado reflejado en una encuesta recientemente publicada por El Periódico, el más leído en Cataluña. De celebrarse unas autonómicas ahora, su formación, Junts per Cataluña, perdería doce escaños, pasando de 34 a 22, y sería superado no solo por Ciudadanos sino también por el PSC. Mientras la intransigencia de Puigdemont es castigada, el pragmatismo de ERC, que acepta públicamente la imposibilidad de cualquier desafío de ruptura en un futuro inmediato, es recompensada, y el partido de Junqueras subiría desde 32 a 37 diputados.
Esta es la realidad política de Cataluña, la de un retroceso cada vez mayor de las élites independentistas.
Todavía esperamos algún acto de desobediencia del gobierno de Quim Torra. A pesar de ser un ferviente independentista, lo que ha hecho hasta ahora es respetar el marco autonómico, dialogar con el gobierno de Sánchez sobre inversiones o competencias, tal y como haría cualquier otra comunidad, y lanzar a los mossos contra las manifestaciones de los CDR.
Los límites del independentismo, los que le han hecho retroceder a lo largo del último año, es el rechazo de la mayoría de la sociedad catalana a cualquier proyecto de fragmentación. Será necesario defender la unidad durante mucho tiempo, y no debemos menospreciar el peligro que encierran. Pero debe quedar claro que las élites del procés especialmente las más agresivas, representadas por Puigdemont, además de ser una minoría en Cataluña, acumulan fracaso tras fracaso.