EEUU es el responsable de la pervivencia de una teocracia criminal como la saudí, cuya actuación está contribuyendo a colocar más minas en el polvorín de Oriente Medio
El salvaje asesinato en el consulado saudí de Estambul del periodista opositor Jamal Khashoggi ha desatado ya una crisis internacional. Nadie duda ya de que el crimen fue ordenado, planificado y ejecutado por los servicios de inteligencia saudíes, especialmente vinculados con el príncipe heredero Mohammed Bin Salmán, auténtico hombre fuerte del país.
Los detalles del crimen han escandalizado a la opinión pública internacional. Ni la Rusia de Putin, experta en “hacer desaparecer” disidentes, se ha atrevido a ejecutar un asesinato en el consulado de un país extranjero, para luego descuartizar el cuerpo de la victima.
Las pruebas contra las autoridades saudíes se acumulan, obligándoles a cambiar su primera versión, que negaba los hechos, pasando ahora a admitir el crimen pero adjudicando su ejecución a un grupo “que actuó por libre”. Nadie se cree esta nueva versión, especialmente en un país como Arabia Saudí, una teocracia donde nada se mueve sin el consentimiento de la familia real.
El conflicto ha estallado, trasladándose a la UE, y dentro de ella a España, bajo la forma de la revisión de la venta de armas al país árabe. Pero este episodio no puede entenderse al margen del polvorín, que lleva años manchado de sangre, en que se ha convertido Oriente Medio.
Este no es el primer crimen cometido por Riad. En Arabia Saudita son habituales las decapitaciones públicas de los opositores al régimen. Las incursiones asesinas del régimen saudí en el extranjero tampoco han empezado ahora. Hace dos meses el ejército saudí bombardeó premeditadamente en Yemen un autobús escolar, matando a 26 niños. Según el Alto Comisionado de Derechos Humanos de la ONU, Arabia Saudí es responsable de dos tercios de los civiles muertos en la guerra de Yemen, un total que puede alcanzar las 30.000 víctimas, entre ellas 130 niños diariamente.
Al frente de este sanguinario aparato represor está el príncipe heredero, Mohammed Bin Salmán, que sin embargo ha sido cuidadosamente presentado por buena parte de los medios mundiales como un reformista que encabezada una especie de “perestroika saudi”.
Si hoy subsiste una sanguinaria teocracia como la saudí, que nada en una opulencia del siglo XXI imponiendo un sistema político propio del siglo XII,hay que buscar las razones al final de la IIª Guerra Mundial. Entonces se selló la alianza entre la familia real, la casa Saud que da nombre al país, y Washington. EEUU protegía al Estado teocrático, permitía su desarrollo, a cambio de garantizarse la llave de la energía mundial, del petróleo.
La capacidad criminal de Riad aumentó tras el fracaso norteamericano en Irak. Para contrarrestar el aumento de la influencia iraní, que ha emergido con un jugador activo regional, EEUU promocionó las ambiciones saudíes. Riad lo ha utilizado para aspirar a colocarse como un nuevo “gendarme local”, que interviene militarmente en Bahrein o Yemen, que ha prestado apoyo al ISIS en Irak o Siria…
La expansión saudí ha generado contradicciones, en una situación internacional especialmente móvil. Lo que ha influido en la dimensión que ha alcanzado el escándalo del asesinato de Khashoggi.
Fue ejecutado precisamente en Turquía, otra potencia del mundo árabe en ascenso. Miembro de la OTAN pero que ha manifestado una autonomía que le ha llevado a un enfrentamiento con Washington, cuyas maniobras para remover al actual gobierno turco van desde un intento de golpe clásico al actual cerco económico.
La posición del gobierno turco, presentando todas las pruebas que confirman la implicación del Estado saudí en el asesinato, e incluso entrando en el consulado para investigar, ha encendido una mecha que ha acabado por estallar.
En un momento donde, conviene recordarlo, también existen contradicciones entre Washington y Riad. No solo por el apoyo prestado a las acciones del ISIS en Irak o Siria desde el Estado saudí, sino sobre todo por un peligroso estrechamiento de las relaciones entre Arabia Saudí y China, que bordea puntos sensibles, como el ofrecimiento chino de entrar en el capital de la principal petrolera saudí o la de pasar a utilizar el “petroyuan” y no el dólar en la compra de petróleo.
El escándalo Khashoggi es una nueva mecha en el polvorín manchado de sangre de Oriente Medio, una de las zonas estratégicas del planeta.
Obliga a algunos países a replantearse la relación con Arabia Saudí. Alemania ha tomado inteligentemente la iniciativa en la UE, rescindiendo la venta de armas a Riad… eso sí, tras haberse asegurado el cobro de un contrato de 400 millones de euros. Y ahora es objeto de discusión en la política española, con los contratos que afectan especialmente a los astilleros de Cádiz.
Pero conviene recordar que más del 60% del armamento saudí es proporcionado por EEUU, su principal valedor internacional. Washington es el responsable último de la capacidad criminal adquirida por la casa Saud. Y no parece querer dejar de serlo. El posicionamiento del gobierno Trump ante el asesinato de Khashoggi ha sido más que tibio. La razón no está principalmente en los muchos negocios personales de Trump en Riad, sino en el papel clave que Arabia Saudi, pese a todas las contradicciones, sigue jugando en el dominio norteamericano en Oriente Medio.