El Sahel -y cada vez más el África Subsahariana- están convirtiéndose en una falla geopolítica de primera magnitud en el mundo. La causa fundamental de este movimiento tectónico no es otro que el creciente rechazo de sus pueblos a la secular dominación imperialista de Francia sobre sus naciones.
Pero esta rebelión contra la ‘Françafrique’ y sus líderes políticos cipayos está siendo aprovechada por las fuerzas que promueven el yihadismo o por otras potencias, especialmente por la Rusia de Putin que -mediante compañías como Wagner- están extendiendo su influencia económica, política y militar en la región.
Gabón es el último país en sumarse a una abultada lista de países africanos donde levantamientos y golpes de Estado han cambiado la alineación internacional de sus gobiernos, haciendo perder influencia a occidente y -de manera muy destacada- a Francia en la región. A finales de julio fue Níger, considerado hasta hace no mucho un bastión galo en el Sahel. Pero poco antes fueron Mali, Guinea-Conakri, Sudán, Chad o Burkina Faso, todas ellas excolonias francesas y donde, a pesar de que desde los años 50 consiguieron formalmente su independencia, el poder del Elíseo y de los monopolios galos llevaba décadas orgánicamente arraigado en sus élites políticas dependientes.
En prácticamente todos estos países, los golpes de Estado protagonizados por facciones del Ejército han depuesto gobernantes fuertemente conectados con París o con las potencias occidentales, también con EEUU. Y en la mayoría de los casos, estos alzamientos militares han sido aclamados por importantes sectores de la población, que han quemado banderas francesas y (frecuentemente) agitado banderas rusas. La influencia y el respaldo del Kremlin a estos golpes, a través de los paramilitares de Wagner, ha sido indisimulada en países como Mali, Burkina Faso, Chad o Sudán, y se sospecha que también tienen mucho que ver con lo ocurrido en Níger.
Razones para el sentimiento antifrancés
En los años 50 y 60, tras la II Guerra Mundial, se produjo la primera ola descolonizadora en África. Debilitadas tras la contienda, Inglaterra y Francia no tuvieron otra que dejar de administrar lo que habían sido durante gran parte del siglo XIX sus colonias africanas. Pero aunque sus tropas y sus gobernadores blancos hicieron las maletas, su yugo imperialista nunca se marchó. Estos países se mantuvieron bajo el dominio económico, comercial, político y militar de sus antiguas metrópolis.
Siendo lo anterior igualmente cierto para potencias como Gran Bretaña o Bélgica, el dominio de París sobre sus excolonias del África subsahariana, el Magreb y lo que hoy conocemos como el Sahel fue comparativamente mucho más «intrusivo», según afirma el investigador de CIDOB y profesor de la Blanquerna-Ramon Llull, Oscar Mateos.
«La relación de Francia con sus antiguas colonias fue mucho más allá de una simple cooperación. Estamos ante una situación de neocolonialismo desde 1960. Se crearon falsas independencias, que consistía simplemente en dar la independencia política a esos países, mientras que su economía y sus recursos estaban bajo control de Francia”, denuncia también el politólogo senegalés Saiba Bayo.
Incluso la moneda de los nueve países francófonos de África Occidental -lo que los mismos franceses se empeñaron pomposamente el llamar «la Françafrique» – continúa siendo el franco CFA, creada por la propia Francia en 1945. Hasta la creación del euro, las políticas monetarias y económicas de estas naciones estaban tuteladas por el Banco Central Francés.
Se oprime para explotar
La base de este dominio era el expolio de los grandes capitales occidentales -europeos o norteamericanos- de las enormes riquezas naturales de África. Mientras estas naciones encabezaban los ránkines de subdesarrollo y la inmensa mayoría de sus poblaciones viven bajo el umbral de la extrema pobreza, atormentados por una falta de oportunidades que empuja a sus jóvenes a lanzarse a las rutas migratorias, las grandes multinacionales hacían enormes negocios extrayendo hidrocarburos, oro, diamantes, uranio o tierras raras.
Untando para ello a las élites políticas locales, manteniendo y perpetuando los más obscenos niveles de corrupción. Un caso paradigmático es el del presidente recién depuesto en Gabón por un golpe de Estado: Ali Bongo.
Mientras que los dos tercios de los ciudadanos gaboneses viven con unos dos dólares al día, la familia de los Bongo, en el poder en Gabón durante 56 años, es una de las grandes fortunas del planeta, gracias a las privilegiadas relaciones con petroleras galas como Elf o TotalEnergies. Los Bongo aparecen en los «Papeles de Panamá», y sólo en Francia cuentan con 39 lujosas propiedades -entre ellas un lujoso palacio del SXVIII a orillas del Sena-, además de 70 cuentas bancarias y al menos nueve coches de lujo, por un valor total de 1,5 millones de euros.
Pero el verdadero factor determinante del poder de Francia en el Sahel y el África Subsahariana son sus bases militares en Senegal, Gabón, Chad, Costa de Marfil, Yibuti y Niger (aunque las de este último país peligran tras el golpe de Estado). Un dominio militar que se complementa con la presencia de EEUU en la región, que cuenta con bases en Senegal, Burkina Faso, Niger, Chad y Ghana.
Por todo ello, en el Sahel y el África subsahariana se ha ido fraguando, de forma especialmente acelerada en los últimos años, un intenso y más que justificado resentimiento contra el dominio imperialista occidental, especialmente amargo contra Francia, pero extensible también contra la UE y EEUU. Un sentimiento que crece cuanto más se intensifica el expolio y el subdesarrollo -y con ella la emigración masiva de sus jóvenes hacia Europa- junto a la corrupción y la subordinación de sus líderes hacia las potencias occidentales.
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La «ayuda antiimperialista» de Rusia
Poco antes de morir en un «accidente» con olor a Kremlin, el jefe de Wagner, Yevgeny Prigozhin, aparecía en un vídeo desde Mali, arengando a sus seguidores sobre el espíritu antiimperialista de su compañía. «Estamos trabajando (para que) África sea aún más libre. Estamos a favor de la justicia y la felicidad de los pueblos africanos». Pero luego añadía: «¡Hacemos que Rusia sea aún más grande en todos los continentes!».
En estas declaraciones está concentrada la verdadera naturaleza de Wagner, que no es otra cosa que un brazo «extraoficial» del Estado ruso para extender la influencia política, militar y económica de Moscú en el mundo, y muy especialmente en África.
Aprovechando la rebelión antioccidental de los pueblos africanos, otras potencias están pugnando por llenar el espacio que dejan Francia o EEUU. Pero mientras China juega sus cartas en el terreno económico y comercial -construyendo en África importantes infraestructuras a cambio de contratos mineros o de exportación- Rusia ofrece sus compañías de paramilitares: la más conocida es Wagner, pero hay más, como PMC Redut.
A través de sus mercenarios, el Kremlin ofrece a presidentes o a militares golpistas contratos de seguridad y escolta, ayuda militar contra insurgentes o yihadistas -o para derrocar a oponentes y mantenerse en el poder-, servicios cibernéticos de espionaje a rivales, para crear climas de opinión o para intervenir en resultados electorales… Todo ello a cambio de lucrativos contratos de acceso a yacimientos de petróleo o gas, minas de uranio, oro, diamantes, minerales estratégicos.
Presentándose en África como un «aliado» en la lucha antiimperialista y anticolonialista, la Rusia de Putin lanza en el continente sus ponzoñosos lazos de dominación, y su intervención y económica, política… y militar.