Visita del Papa a Irak

Un Pedro autónomo en un mundo multipolar

El Papa Francisco ha culminado con éxito en Irak lo que según sus palabras es el viaje más importante de su apostolado, y que ha enfrentado dos desafíos evidentes -la seguridad y la pandemia- y otro más solapado, pero mucho más poderoso. Porque al reivindicar la soberanía de Irak ante los «intereses externos» y reunirse con la máxima figura del chiismo en el país, el gran ayatolá Ali Sistani, el jefe de la iglesia católica hizo una velada oposición a las interminables injerencias y agresiones que la superpotencia norteamericana lleva haciendo -desde hace más de tres décadas- en el país mesopotámico, y que le han llevado a la desolación y a la ruina.

Contra el criterio de buena parte de su curia, del propio gobierno iraquí, y de la voluntad de EEUU; en medio de una pandemia y en medio del recrudecimiento de los choques militares -apenas una semana después del primer ataque ordenado por Biden contra la milicia iraquí proiraní en una zona del noreste de Siria fronteriza con Irak- el sumo pontífice de la Iglesia Católica ha realizado una arriesgada gira por Irak. 

Realizar una visita al país donde vive una de las comunidades cristianas más antiguas del mundo, ha sido el sueño truncado de varios de sus antecesores. Ha sido el empeño de Bergoglio lo que lo ha hecho posible, relanzando así una diplomacia vaticana como un actor geopolítico de peso en el mundo.

La gira papal por Irak ha recorrido, en medio de grandes medidas de seguridad, seis ciudades en tres días -Bagdad, Mosul, Erbil, Najaf, Qaraqosh- y se ha dirigido a una comunidad cristiana iraquí que ha sufrido décadas de calvario. Los cristianos eran 1,5 millones (un 6%) de los 25 millones de iraquíes en 2003, antes de que la invasión de Irak depusiera a Sadam Husein y arrojara al país al abismo. Ahora, tras veinte años de matanzas sectarias -especialmente por el sangriento horror del Estado Islámico- a mediados de la primera década de este siglo, los cristianos son apenas unos 300.000 de los 40 millones de ciudadanos del país, menos de un 1%.

En sus ocho años de papado, Francisco I ha puesto un enorme énfasis en la concordia interreligiosa, y en los últimos tiempos se ha dirigido a tender puentes hacia el Islam. En 2019 firmó con el jeque Ahmed al Tayeb, gran imam de Al Azhar y la más alta autoridad suní, el acuerdo sobre la Fraternidad Humana para la Paz en el Mundo. Por eso el encuentro en esta visita con el gran ayatolá Ali Sistani, una de las figuras más influyentes del islam chiita y líder espiritual de los chiíes de Irak (alrededor de un 60% de la población), tiene una extraordinaria importancia. 

Pero el encuentro entre el Papa Francisco y el ayatolá Sistani no sólo tiene trascendencia religiosa, sino sobre todo geopolítica. Las palabras del pontífice sobre la necesidad de salvaguardar la independencia de Irak frente a injerencias extranjeras han sido altamente apreciadas por la comunidad chií iraquí, cuyas milicias han suspendido cualquier acto bélico durante la visita vaticana

Este clérigo chiita, cuya influencia en Irak es decisiva, nació en Irán pero mantiene una relación tirante con el líder supremo de la vecina República Islámica, el ayatolá Alí Jamenei. Sistani mantiene un equilibrio entre la influencia de Teherán, de la que es custodio, y la independencia de Irak. 

Sistani canaliza al mismo tiempo que contiene la influencia iraní, pero rechaza de forma total las injerencias y agresiones de EEUU. Sus roces con Teherán se aplacaron temporalmente tras el magnicidio del general iraní Qasem Soleimani, ordenado por Trump, y en 2014, Sistani llamó a los iraquíes a luchar contra el Estado Islámico, cuyo fascismo religioso está inspirado en una interpretación extrema del wahabismo sunnita. La coalición que se formó para combatirlos terminó siendo conducida por paramilitares proiraníes.

La gira de Francisco, además de un factor de distensión en Irak y en la región, constituye un actor autónomo a los planes de Washington en el país y en Oriente Medio. Puede que la administración Biden -por cierto, un presidente católico- pueda usar este bálsamo para favorecer las conversaciones con Teherán, tendentes a resucitar el Acuerdo Nuclear con Irán, roto por Trump. 

Pero la diplomacia vaticana -como ya ocurrió con la visita de Juan Pablo II a Cuba (1998) en medio del bloqueo yanqui, o la oposición del mismo pontífice a la guerra de Irak de Bush- ha demostrado no estar dispuesta a servir sumisamente la orientación marcada por la superpotencia, sino tener un más que notable -y digno de elogio- margen de autonomía.

Tras un año en el que sus giras se han interrumpido por la pandemia, este exitoso viaje de Francisco ha devuelto a la diplomacia vaticana a la arena internacional. Otro actor con voz propia, en un mundo cada vez más multipolar.