Desde que fuera elegido en las elecciones de noviembre los medios de comunicación nos han dibujado machaconamente un perfil de Donald Trump: grosero, reaccionario, racista, machista… y desde luego, son rasgos que definen al personaje. Pero ¿por qué tanto interés en que veamos únicamente ese aspecto de su perfil? ¿Cuáles son los rasgos de su nueva política, que van a caer como una losa sobre todo el planeta?
Trump no es ningún ‘outsider’, ningún millonario advenedizo que por un extraño giro del destino, y contra la voluntad de las élites, ha llegado al Despacho Oval. Tal cosa no puede ocurrir en el Estado de ningún país importante, y mucho menos en la cabeza de la única y más poderosa superpotencia del planeta.
No importa que una parte decisiva de sus votos los haya recibido de los obreros blancos, arruinados y desencantados del ‘cinturón de óxido’, las zonas deprimidas del norte industrial norteamericano. No importa que una parte de esos trabajadores se hayan creído su eslogan “Make América Great Again”. Nadie que llegue a la Casa Blanca puede representar, ni siquiera en parte, otros intereses que no sean los de la clase dominante norteamericana, los de la oligarquía financiera de Wall Street, los de la gran burguesía monopolista yanqui.
El nuevo presidente representa la opción triunfadora en el seno de la clase dominante norteamericana sobre cómo gestionar la hegemonía mundial.
En el equipo de Trump podemos ver una abundante y nutrida representación de los distintos sectores de la oligarquía yanqui: hombres de Goldman Sachs y de Wall Street, representantes de General Electric y otras empresas del complejo militar-industrial, de los grandes monopolios del sector de las telecomunicaciones, del petrolero o agroalimentario… De forma mucho más directa y abierta que en el equipo de Obama, las distintas familias del poder corporativo estadounidense se han subido a los lomos del batracio presidencial para gobernar.
La política económica que anuncia Trump responde, en puro, a los intereses de los grandes bancos y monopolios: rebajando los impuestos a la mitad para las grandes corporaciones, o un ‘plan de infraestructras’ de más de un billón de dólares unido a un espectacular incremento del gasto militar, del que se beneficiarán las grandes empresas norteamericanas.
Dada la fuerte personalidad de Donald Trump, aún no sabemos si será un ‘presidente real’, un cuadro real con capacidad de maniobra e iniciativa… o un ‘presidente ficticio’, un llamativo e histriónico hombre de paja dominado por su equipo de gobierno. Pero eso poco importa, porque sabemos a quiénes representa, qué línea se dibuja. Y también que cuando un presidente estadounidense se ha convertido en un problema, ha sido obligado a cambiar, a renunciar, o ha sido asesinado.
Pese al perfil que nos dibujan de un Trump aventurero, imprevisible y pendenciero, la realidad es que la política exterior que con él se empieza a dibujar tiene un aspecto pragmático y realista. La línea Trump busca que el hegemonismo norteamericano se enfoque con mucho más ahínco en la contención de su gran enemigo geoestratégico: China.
Trump está dispuesto a dar un giro de 180º en su relación con Rusia, intentando atraer a Moscú a una especie de ‘frente mundial antichino’. Y busca que EEUU se aleje de otros escenarios de tensión mundial que consumen fuerzas y energías, concentrando sus fuerzas en Asia-Pacífico. En 2015, Estados Unidos ya tenía 368.000 militares en esa zona, más del 50% de sus fuerzas militares en el exterior. Si ya con Obama, la contención de China ha creado una situación potencialmente explosiva en Asia-Pacífico, la llegada de Trump amenaza convertir la región en un auténtico avispero.
Que Trump se centre en China no quiere decir, en modo alguno, que bajo su presidencia el hegemonismo yanqui no esté dispuesto a desencadenar guerras o golpes de Estado en otros lugares, allí donde sus intereses lo dicten. Sino que buscará hacerlo utilizando a sus vasallos de la OTAN, de Israel o de las monarquías árabes.
Trump intentará pilotar una superpotencia en profundo declive, poniendo el acento en el rearme militar y en un uso más autoritario de su poder político. Pero si la lucha de los pueblos y países del mundo han hecho retroceder a unos EEUU con el rostro “sonriente” del “Nobel de la Paz” Obama… ¿cuánto no se rebelarán contra un presidente tosco y bronco?. El sueño de “Hacer América Grande de Nuevo” puede que tenga un brusco despertar, y que a los escorpiones de Wall Street y del Pentágono les espere un fatal círculo de fuego.