Sin sorpresas en Teherán. Ebahim Raisí, hasta hoy jefe del Poder Judicial, próximo al Líder Supremo Alí Jamenei y representante del ala más dura y ultraconservadora del régimen de los ayatolás, ha ganado las elecciones presidenciales en Irán. ¿Qué consecuencias va a tener esto en Oriente Medio? ¿Qué supone para EEUU y los intentos de Biden de resucitar el acuerdo nuclear?
El ultraconservador Ebahim Raisí ha ganado por una aplastante mayoría (62%) las elecciones en Irán. Unos comicios marcados por una altísima abstención: al contrario de las presidenciales de 2017, con un 73% de participación, en esta ocasión más de la mitad de los iraníes no han ido a votar, lo que es un claro síntoma de la desafección de amplias capas de la sociedad -en especial los jóvenes, los sectores más progresistas y las clases más empobrecidas- hacia el sistema político.
«En EEUU tardan un mes en conocer el resultado de sus elecciones, pero aquí lo sabemos desde un mes antes”, dicen con una mezcla de amargura e ironía muchos ciudadanos iraníes, sobre todo los que en años anteriores apostaron por los candidatos más reformistas -como el saliente presidente Hassan Rohaní- y que ahora ven sus aspiraciones de apertura defraudadas. Los sectores más reaccionarios del régimen de los ayatolás -el Consejo de Guardianes, cuyos miembros son designados por el propio Líder Supremo- controlan de cerca el proceso. Un mes antes de las elecciones, los Guardianes anunciaron los siete candidatos «autorizados». Todos menos dos eran ultraconservadores, y se fueron auto descartando según avanzaba el proceso, pidiendo el voto para el que -obviamente- había elegido el Líder Jamenei: Raisí.
Cuando la participación electoral es baja, todo el mundo en Irán sabe que van a ganar los conservadores, porque el electorado tradicionalista vota con disciplina religiosa al candidato «ungido» por el Líder y los Guardianes. Solo con tasas de participación elevadas, como en 2017, pueden los candidatos reformistas tener opciones. Y el clima de desánimo y desmovilización del electorado más progresista ya anticipaba el resultado.
Además de la incomparecencia de sus oponentes, Raisi ha ganado las elecciones centrando su mensaje en la lucha contra la corrupción, combatir la pobreza, crear empleos y contener la inflación. Un programa que ha convencido a una parte de los iraníes cuya situación económica está a límite por efecto de la crisis derivada de la pandemia, pero sobre todo de las asfixiantes sanciones económicas impuestas por EEUU.
Con la victoria de Raisi, los principalistas -como se autodenominan los ultraconservadores- tendrán el control de los tres poderes del Estado: el ejecutivo, la mayoría parlamentaria y el poder judicial. Y además está la jefatura de los servicios de inteligencia o de las Fuerzas Armadas, que dependen directamente de Jamenei, también principalista.
Un duro hueso para el Departamento de Estado
El resultado de las elecciones en Irán ha sido recibido con preocupación en Washington, especialmente en el Departamento de Estado. Porque significa que las ya difíciles negociaciones para resucitar el acuerdo nuclear se van a volver aún más difíciles para EEUU.
Raisí se muestra favorable a las negociaciones de Viena, pero con recelos. Ha advertido que Teherán no va a transigir en una serie de líneas rojas. «Si las conversaciones salvaguardan nuestros intereses nacionales, las apoyaremos, pero no vamos a permitir unas conversaciones de desgaste”, ha dicho antes de remarcar la principal exigencia iraní: que se levanten todas las sanciones.
Desde el principio del proceso de Viena, la administración Biden ha tratado de vincular el retorno del pacto y la retirada de las sanciones a dos asuntos: que Irán desmantele su programa de misiles, y que también renuncie a su creciente influencia política y militar en Oriente Medio, dejando de apoyar a milicias en países como Líbano, Siria, Irak, Baréin y Yemen. Pero Raisí ha dejado claro a EEUU que “los asuntos regionales y los misiles no son negociables”, y que está dispuesto a romper las negociaciones antes de ceder en estos dos asuntos.
El régimen de los ayatolás siempre ha insistido en que su programa balístico es puramente defensivo, y que si fuera ofensivo poco podría hacer frente al moderno arsenal suministrado por EEUU a los enemigos jurados de Teherán: Israel, Arabia Saudí y el resto de petromonarquías sunníes.
Y en cuanto a su creciente influencia regional, Raisí ha dicho que no está dispuesto a restringir su política exterior a los límites que le quiera marcar Washington. “Nuestra política exterior no empieza con el PIAC ni va a limitarse al PIAC”, ha dicho, añadiendo luego que “la prioridad de mi Gobierno es mejorar las relaciones con nuestros vecinos en la región”, en una clara referencia apaciguadora a los saudíes y otros países del Golfo Pérsico.