El gobierno de Maduro ha cometido graves errores de los que sólo él y su gabinete son responsables, y que diferencian su gestión de la de su antecesor, Hugo Chávez. En el plano económico, la decisión de poner la economía del país en función de un único gran motor (la extracción petrolera) ha contribuído a las enormes dificultades que atraviesa Venezuela con la caída de las extracciones y del precio del crudo.
Pero los errores más profundos del gobierno de Maduro hacen referencia a su a menudo erróneo tratamiento de las contradicciones en el seno del pueblo. Si bien la revolución bolivariana ha sabido ganarse el apoyo de buena parte de las clases más empobrecidas, no ha sabido granjearse en la misma medida el aval de las clases medias que en algún momento en mandato de Chávez logró comenzar a atraer. Tampoco ha sabido escuchar ni encajar las críticas justas que llegaban a su gobierno desde sectores descontentos de la revolución bolivariana ni desde sectores «moderados» de la oposición.
Si no se trabaja por unir a esos sectores -críticos y discrepantes, pero procedentes de las filas del pueblo- si no se cuidan sus intereses, sino que se los trata de forma sectaria, se los arroja en manos de la derecha pronorteamericana y de su propaganda sediciosa. Si no se trabaja por unir todo lo unible contra un nítidamente definido enemigo principal -la intervención norteamericana y los sectores de la oligarquía más fanáticamente vinculados a ella- no solo se pierden fuerzas y se contribuye al propio aislamiento, sino que se arroja a amplios sectores de las masas en manos del enemigo y se contribuye a la profunda y amarga polarización social que vive el país.
De esos y otros errores -como casos de corrupción documentados en instancias del gobierno o de PVDSA- solo es responsable el gobierno de Maduro.
Es perfectamente legítimo -en Venezuela o en España- tener una posición crítica o incluso frontal con ese gobierno, desear que rectifique o incluso que haya alternancia política y que Maduro pierda el poder ejecutivo. Y la salida a esta crisis política pasa por un proceso de diálogo que deberá culminar -en un momento o en otro- en que los venezolanos se expresen en las urnas, sea en forma de plebiscito, referéndum o elecciones presidenciales. Resolver esta crisis y restañar heridas, cambiando el gobierno o no, es un asunto interno del pueblo de Venezuela.
Siendo esto así, a nadie le debe quedar ninguna duda de que lo que está en marcha en Venezuela con la autoproclamación de Juan Guaidó es una intervención imperialista, un golpe de Estado inequívocamente norteamericano. Diseñado y promovido por la administración Trump y por los halcones más ultras y reaccionarios de EEUU.
La cuña exterior utiliza las grietas internas. Los errores de Maduro y las contradicciones que generan entre el pueblo son de origen endógeno. Pero la utilización de esos errores y de las fisuras, para potenciar el malestar y el descontento de las masas y buscar es una maniobra 100% made in USA.
Se acusa a Maduro de “tirano”, y a Venezuela de “dictadura”, una acusación que no resiste una mínima comparación. ¿Se podría haber paseado tranquilamente- rodeado de miles de seguidores- un “autoproclamado presidente encargado” como Guaidó… en la Libia de Gadaffi? ¿Lo podría hacer en el Marruecos de Mohamed VI? ¿Lo podría hacer en EEUU?
Se esgrime como motivo de la “injerencia legítima” la crítica situación de carestía y padecimientos de amplias capas de la población venezolana. ¿De verdad se puede creer que “la democracia, la libertad y los derechos humanos” van a llegar a Venezuela de la mano de Trump y de la plutocracia hegemonista?
La autoproclamación de Guaidó y su reconocimiento internacional aboca peligrosamente a Venezuela al borde mismo de la peor de las tragedias, de un enfrentamiento civil de incalculables y dolorosas consecuencias. Hay casos recientes de los resultados que tiene la «autoproclamación» de un presidente paralelo. Se trata de Yemen, donde la cruenta guerra civil, respaldada por Arabia Saudí y EEUU, ya se ha cobrado más de 50.000 vidas. ¿Eso quieren para Venezuela?
Ningún demócrata, en nombre de las críticas que puedan y deban hacérsele al gobierno bolivariano, o de la sincera convicción de que lo que le hace falta a ese país es un cambio político, debe respaldar un golpe de Estado instigado por una superpotencia norteamericana que es, de largo, la mayor amenaza para la democracia y la paz mundial, la fuerza más depredadora del planeta, la principal fuente de explotación y opresión, de miseria y de tiranías para América Latina y para todos los pueblos del globo.