Honduras

Un fraude de aquí a Tegucigalpa

Tras anunciar la misma jornada electoral -con el 57% de los votos escrutados- unos resultados provisionales que daban una ventaja de 5 puntos al candidato opositor, Salvador Nasralla, el sistema se cayó durante 41 horas. Cuando se reanudó la información, esa diferencia comenzó a desaparecer hasta dar la victoria al actual presidente -favorito de la oligarquía y de Washington- Juan Orlando Hernández.

Dos semanas después de los comicios presidenciales del 26 de noviembre, Honduras sigue sin tener certeza de los resultados electorales. La jornada electoral transcurrió con normalidad y los 6,2 millones de hondureños llamados a votar lo hicieron sin incidentes, bajo la mirada de los observadores internacionales. Los principales favoritos eran el actual presidente Juan Orlando Hernández -que logró postularse a las elecciones presidenciales, habiendo violado flagrantemente prohibición constitucional, gracias a un Tribunal Superior Electoral (TSE) completamente alineado con él- y Salvador Nasralla, de la llamada Alianza Opositora contra la Dictadura, un bloque muy amplio de fuerzas que aglutina a la oposición. La Alianza está coordinada por el ex presidente Manuel Zelaya, el mismo que fue derrocado en 2009 por los militares golpistas al servicio de Washington y la oligarquía hondureña.

Unas horas después del cierre de los colegios, se hacían públicos los primeros resultados provisionales: con el 57% de voto escrutado, Nasralla lideraba el escrutinio con un 45,17% y cinco puntos de ventaja sobre el presidente. Y entonces el sistema de cómputo informático del Tribunal Electoral dejó de funcionar.

Cuando volvió a emitir resultados, el Tribunal Electoral había efectuado un recuento parcial de 1.006 actas en el que no habían participaron los partidos políticos. Y misteriosamente las tornas habían cambiado. El presidente Hernández iba por delante, sacando una ventaja que se fué ampliando con el porcentaje de votos escrutados, dando al presidente el 42,95% de los votos frente al 41,42% de los votos de Nasralla. Como en el vagón del Orient Express cuando pasa por el túnel, alguien ha cometido un delito.

Cientos de miles de opositores -en un país que vive desde el golpe de 2009 bajo la sombra de la intervención militar y de los sucesivos gobiernos corruptos amparados por Washington- se echaron a las calles para denunciar un fraude de libro, tan descarado como de proporciones bíblicas. La Alianza opositora exigió poder tener acceso a los cuadernos y actas de las votaciones, y realizar una auditoría exhaustiva, rechazando la legitimidad de un TSE bajo sospecha. El gobierno de Hernández no solo se lo negó, sino que decretó un toque de queda nocturno de diez días, enojando aún más a los opositores y provocando un saldo de 14 muertos, 51 heridos y mas de 800 arrestados, con todo tipo de excesos y violaciones de los derechos humanos por parte de las fuerzas del orden.

La violación de la democracia en Honduras ha sido de una magnitud directamente proporcional al silencio informativo de los grandes medios internacionales. Los mismos que cubrieron minuto a minuto (y de forma tendenciosa) los levantamientos opositores en Venezuela, decidieron que la información sobre el fraude en Tegucigalpa no era interesante… o conveniente.

El TSE ha acabado dando la victoria a Hernández. Pero el pucherazo es tan grotescamente evidente que hasta organizaciones nada sospechosas de buscar ser antiimperialistas han tenido que salir a denunciarlo. La ONG con sede en New York Human Rights Watch (HRW) ha hablado de “indicios contundentes de fraude electoral”. La OEA, aunque más comedida, ha denunciado “irregularidades, errores y problemas sistémicos” en el proceso electoral, que sumados al “estrecho margen de los resultados”, “no permiten tener certeza sobre los resultados”, así que «ante la imposibilidad de determinar un ganador, el único camino posible para que el vencedor sea el pueblo de Honduras es un nuevo llamado a elecciones generales».

No todo está atado y bien atado para Washington y la oligarquía hondureña. El gobierno de Hernández y las instituciones como el TSE se encuentran arrinconados y profundamente desacreditados. Por el contrario, la fuerza del movimiento popular opositor, su conciencia y organización, se han demostrado formidables.